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Tribuna: ¿Es necesaria una reactivación de la energía nuclear?

Una perspectiva económica

Claudio Aranzadi

La controversia sobre la utilización de la energía nuclear de fisión para la generación eléctrica no se limita, desde luego, al dominio económico. Pero no cabe duda que la estimación del coste de la generación eléctrica con combustible nuclear comparado con el de sus alternativas (gas, carbón, hidrógeno, renovables...) es un factor de decisión esencial no sólo para las empresas, sino para los poderes públicos. De hecho, el frenazo que sufrió el programa nuclear en los países occidentales (excepto Francia) en los años ochenta y noventa del pasado siglo no estuvo únicamente ligado al rechazo de una parte significativa de las opiniones públicas de esos países sino que fue determinado, en gran medida, por factores económicos.

La extrapolación del escenario de precios bajos de los hidrocarburos en los últimos quince años del pasado siglo (una media de precios del petróleo del orden de los 20 dólares el barril) y el desarrollo de las nuevas tecnologías de las centrales de gas y carbón llevaban a anticipar un coste medio de generación eléctrica con estos combustibles inferior a 40 euros por megavatio/hora, lo que representaba prácticamente la mitad del coste estimado de la última generación de centrales nucleares construidas en un buen número de países industrializados (con la excepción de Francia) cuyos costes fijos se habían disparado a causa de los cambios normativos, el alargamiento de los plazos de construcción, el elevado valor de los intereses intercalarios, etc.

En los primeros años de este siglo, sin embargo, se están registrando cambios en el entorno económico internacional que tienden a favorecer la energía nuclear frente a sus alternativas en la producción de electricidad. En primer lugar, la fuerte elevación del precio de los hidrocarburos ha modificado al alza las expectativas de evolución a medio y largo plazo del precio de este tipo de combustibles y, por tanto, el del coste de generación de las centrales de ciclo combinado de gas. En segundo lugar, la entrada en vigor del Protocolo de Kioto ha introducido un factor de encarecimiento de las tecnologías de generación que utilizan combustibles fósiles (gas y, sobre todo, carbón). En tercer lugar, e independientemente de las expectativas a corto plazo de alza de los tipos de interés, la previsión de un escenario de mantenimiento a medio y largo plazo de tipos medios moderados reducen la penalización que los costes de capital elevados suponen para una tecnología intensiva en capital como la generación nuclear. Esto significa que la discusión sobre la competitividad económica (el coste relativo) de las diferentes alternativas de generación de energía eléctrica (incluida la generación nuclear) se ha abierto de nuevo.

La generación eléctrica nuclear es una tecnología con elevados costes de inversión pero bajos costes de operación (del orden de 15 euros por megavatio/hora en el caso de estos últimos), lo que supone que el alargamiento de la vida operativa de las centrales nucleares más modernas en funcionamiento sea, desde un punto de vista económico, una alternativa superior a la construcción de una nueva central de gas o carbón (incluso con un escenario de precios moderados de los combustibles fósiles).

El diferencial entre el coste medio de generación con este tipo de centrales y el coste operativo (combustible, operación y mantenimiento) de una central nuclear es tan elevado que difícilmente podría ser colmado por el coste de las inversiones incrementales requeridas, por razones técnicas y de seguridad, para alargar la vida de la central nuclear.

La competitividad económica de nuevas centrales nucleares dependerá, sin embargo, de una amplia gama de factores. En primer lugar, estará condicionada estrechamente por la escala (número de reactores similares construidos) y la estandarización del programa que se pretenda llevar a cabo. Un programa extenso y estandarizado (modelo francés) permitiría alcanzar importantes reducciones de coste derivadas del efecto aprendizaje, la menor repercusión de los costes hundidos de ingeniería y el menor coste de capital (por reducción del riesgo inherente a la repetición del mismo tipo de reactor). Un estudio de la Universidad de Chicago estima que este conjunto de efectos puede reducir el coste medio a la mitad. En segundo lugar, la competitividad económica de la energía nuclear dependerá del perfil a largo plazo de los precios de los hidrocarburos y de los derechos de emisión de CO2; cuanto más elevados sean éstos, más cara será, obviamente, la electricidad producida por centrales con combustibles fósiles alternativas a las nucleares. El impacto del coste de las emisiones de CO2, sin embargo, se reducirá en la medida en que se reduzca el coste de la tecnología de captura y confinamiento de CO2. En tercer lugar, se verá influida por la evolución del coste de las tecnologías del hidrógeno y renovables. Por último, un determinante decisivo de la competitividad económica de la alternativa nuclear en sectores eléctricos liberalizados será el criterio de distribución del riesgo regulatorio entre empresas, consumidores y contribuyentes, ya que en el largo periodo de vida de una central nuclear la probabilidad de cambios regulatorios con efectos significativos en el coste es elevada; por ejemplo, en relación a los criterios de internalización de costes de externalidades como la seguridad, o a las exigencias de innovaciones tecnológicas para reducir el riesgo de proliferación o modificar el modelo de gestión de residuos.

Cualquier conclusión relativa al debate económico sobre el mix óptimo de tecnologías para la generación eléctrica (y el peso dentro de ese mix de la energía nuclear) debe, no obstante, ser considerada con extraordinaria cautela. Se están comparando inversiones en centrales cuya vida operativa tiene un horizonte de medio siglo. En ese plazo, no sólo puede cambiar el perfil de evolución del precio de los combustibles o de los tipos de interés; también están sujetos a cambios significativos parámetros estructurales como la propia disponibilidad física de los recursos energéticos primarios, los impactos medioambientales y las tecnologías. De hecho, un cambio radical en las tecnologías energéticas (no sólo para la generación eléctrica, sino para el transporte) a lo largo del siglo actual no sólo es previsible sino necesario para garantizar la sostenibilidad del crecimiento económico.

Claudio Aranzadi es ingeniero industrial y economista.

Energía nuclear, petróleo y cambio climático

Marcel Coderch

El debate sobre la posibilidad de una reactivación de la energía nuclear se articula sobre dos cuestiones de suma importancia: el previsible incremento continuado de los precios de los combustibles fósiles y la necesidad de reducir las emisiones de CO2. Dos retos que, sin lugar a duda, habrá que afrontar en las próximas décadas. Ahora bien, ¿es la energía nuclear una respuesta lógica y efectiva a estos retos?

La energía nuclear nunca ha sido competitiva. Todos los reactores en funcionamiento fueron construidos por entes estatales o en mercados estrechamente regulados, después de recibir ingentes subvenciones para su desarrollo e implantación, y gozando en todo momento de la externalización de sus costes medioambientales y de seguridad. Y a pesar de ello, la industria nuclear no ha sido capaz en 50 años de resolver los problemas de coste, seguridad, residuos y proliferación que siguen lastrando su futuro. Las previsiones de crecimiento del parque nuclear realizadas en los años setenta preveían para la década de los noventa más del triple de la potencia instalada en la actualidad. Este desfase entre el optimismo reinante entonces y la realidad suele atribuirse a los accidentes de Three Mile Island y de Chernóbil, y al movimiento ecologista que desencadenaron. Sin embargo, un análisis de los acontecimientos no avala esta explicación. El declive de la industria nuclear en EE UU empezó en 1973, seis años antes del accidente de Three Mile Island. Los pedidos de nuevas centrales alcanzaron un máximo de 35 en 1973 para caer a cero en 1978, y ninguna de las centrales planificadas después de 1973 entró en operación. Desde 1978 no ha habido ningún nuevo pedido. En España ocurrió exactamente lo mismo, excepción hecha de la sustitución de Lemóniz I y II por Trillo y Vandellós II, por razones de todos conocidas.

¿Cuál fue el detonante de la llamada "moratoria nuclear"? Muy sencillo: la crisis del petróleo de 1973. Los planes de expansión se habían realizado basándose en unas tasas de crecimiento de la demanda eléctrica que se vieron truncadas por la recesión que siguió al incremento de precios del crudo, y el consiguiente incremento de las tasas de interés hizo que las centrales nucleares, muy intensivas en capital, fueran antieconómicas. Ello es reconocido así por la propia industria nuclear, por ejemplo por el Nuclear Energy Institute, cuando dice que "la mayor parte de las cancelaciones pueden atribuirse al embargo petrolífero de 1973 que produjo una contracción económica y una elevación de las tasas de interés que redujeron el crecimiento de demanda eléctrica del 7% al 3%". ¿Qué hace pensar que ahora no vaya a ocurrir lo mismo? Tenemos el ejemplo del nuevo reactor francés EPR, la primera de cuyas unidades se construye en Finlandia, cuyo presupuesto se ha incrementado un 10% en el último año, por las subidas de precio del cemento y el acero, y vemos que la tendencia de los tipos de interés vuelve a ser al alza. La subida del petróleo, lejos de favorecer la energía nuclear, lo más probable es que la perjudique, y sería un error mayúsculo volver a repetir la experiencia que dio lugar a una costosa moratoria que fue necesaria para salvar de la quiebra a las eléctricas y que todavía hoy estamos pagando.

Es cierto que ahora tenemos el problema añadido del cambio climático, pero tampoco este argumento es muy sólido. En primer lugar, porque la energía nuclear no puede sustituir, por lo menos en el futuro previsible, a los combustibles fósiles en la actividad que más CO2 genera: el transporte. Y en segundo lugar, porque un plan de construcciones nucleares que tuviera como objetivo eliminar los combustibles fósiles de la generación eléctrica es inviable: requeriría construir una nueva central nuclear cada dos días durante 25 años y ni siquiera habría uranio suficiente; ni sabríamos dónde almacenar los centenares de miles de toneladas de residuos que se generarían. Doblar la capacidad nuclear podría ser el máximo viable, pero ello sólo evitaría un 8% de las emisiones previstas para 2050, si lo comparamos con una generación equivalente con gas natural. Un ahorro que puede obtenerse por otros medios menos costosos y arriesgados.

Por tanto, los planteamientos de la industria nuclear para salvarse de la muerte anunciada no pueden considerarse efectivos para resolver los problemas que tenemos planteados, y éstos deben abordarse desde otra perspectiva. De hecho, un incremento continuado de los consumos energéticos no es posible, ni con energía nuclear ni sin energía nuclear, y por ello la solución sólo puede venir mediante reducciones significativas de la demanda. Hay que aceptar que el crecimiento exponencial continuado es imposible en un mundo finito y prepararnos para un futuro basado en las energías renovables, un futuro de altos costes energéticos en el que el bienestar y la felicidad no podrán asociarse sólo, ni principalmente, al consumo material y a los viajes de placer.

Marcel Coderch es ingeniero de Telecomunicaciones, doctor por el MIT y Secretario de la Asociación para el Estudio de los Recursos Energéticos.

Última Edición: Domingo, 11 Junio 2006 @ 21:13 CEST| Hits: 5.499 Ver la versión para imprimir