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Los Mutantes de la TV
Traducido por Pedro Prieto
y revisado por Ricardo Jiménez Gómez
Los Mutantes de la TV
“Todo lo que se les exigía era un primitivo patriotismo, al que se pudiese apelar cuando fuera necesario para obligarles a aceptar más horas de trabajo o raciones más pequeñas. Y cuando surgía el descontento, como a veces sucedía, ese descontento no les llevaba a ninguna parte, porque desnudos de ideas generales, solo podían centrarse en pequeños agravios particulares. Los grandes males escapaban invariablemente a su percepción”.
George Orwell. 1984
Se han realizado muchos estudios que sugieren que la televisión aumenta la violencia y la tribalización, estrecha el campo de atención y disminuye el rendi-miento escolar entre los televidentes compulsivos. Pero esa no es mi preocu-pación aquí. Lo que me preocupa es que ver la televisión, en lugar de leer, tiende a degradar las mentes de los televidentes compulsivos, hasta el punto que no pueden pensar en abstracciones tales como “causa y efecto”. En otras palabras, los 100.000 millones de dólares que se gastan en anuncios cada año, han evaporado el pensamiento abstracto de sus mentes.
Hoy, con una imagen por resonancia magnética funcional (IRMF o FMRI de Functional Magnetic Resonance Imaging, en inglés) y con la tomografía por emisión de positrones (TEP o PET, de Positron Emission Tomography, en in-glés), los investigadores pueden “ver” los cerebros en el mismo acto de pensar, sentir o recordar. Los muestreos indican que el flujo de sangre varía, depen-diendo del tipo de actividad en el que el cerebro está ocupado. En otras pala-bras, un niño que crece con una dieta televisiva intensa, tiene el cerebro altera-do físicamente. Una vez que alcanzan la edad adulta, es todavía posible mejo-rar su función cerebral, pero ello requiere mucho más esfuerzo. Resulta inne-cesario decir que sería inocente esperar que los mutantes de la televisión se dieran cuanta de ello en algún momento.
En “Divirtiéndonos hasta la muerte” (en inglés, “Amusing ourselves to death”), Neil Postman proporciona un brillante análisis de nuestra sociedad de mutantes de la televisión:
“Estuvimos atentos en 1984. Cuando llegó el año y no se cumplió la profecía, algunos pensadores norteamericanos lanzaron las campanas al vuelo, orgullo-sos de sí mismos. Las raíces de la democracia liberal se mantenían. Si en cualquier otro lugar el terror había llegado, nosotros, al menos, no habíamos sido visitados por las pesadillas orwellianas.
Pero nos habíamos olvidado que junto con la oscura visión de Orwell, había otra, un poco anterior y menos conocida, pero igualmente aterradora: “Un mun-do feliz” (en inglés, “Brave New World”), de Aldous Huxley, que no profetizaba lo mismo. Contrariamente a la creencia generalizada, incluso entre la gente culta, Huxley y Orwell no profetizaban sobre la misma cosa. Orwell advierte que seremos dominados por una opresión impuesta externamente. Pero en la vi-sión de Huxley, no hace falta un Gran Hermano para privar a la gente de su autonomía, madurez e historia. Tal y como lo vio, la gente llegará a desear esta opresión, para adorar las tecnologías que borrarán su capacidad de pensar.
Lo que Orwell temía era a aquellos que pudiesen prohibir los libros. Lo que Huxley temía era que no hubiese necesidad de prohibir un libro, porque se lle-gase al extremo de que nadie desease leerlo. Orwell temía a los que nos podí-an privar de la información. Huxley temía a aquellos que nos pudiesen dar tan-ta, que nos redujeran a la pasividad y al egoísmo. Orwell temía que la verdad se nos pudiese encubrir. Huxley temía que la verdad pudiera ahogarse en un mar de irrelevancia. Orwell temía que llegásemos a tener una cultura cautiva. Huxley temía que llegásemos a tener una cultura trivial, preocupada apenas por algo parecido al sentimentalismo, a los placeres banales y al pavoneo. Co-mo Huxley subrayaba en una nueva visión de un mundo feliz, los libertarios civiles y los racionalistas, que siempre están alerta para oponerse a la tiranía “olvidaron tener en cuenta el apetito humano, casi infinito, de distraciones”. En Un mundo feliz, se los controla infligiéndoles placer. En resumen, Orwell temía que lo que odiamos nos pudiese arruinar. Huxley temía que lo que amamos terminase arruinándonos.
Este libro es sobre la posibilidad de que Huxley y no Orwell tuviese razón. (p.p. vii-viii)
De Erasmo en el siglo XVI, a Elizabeth Eisenstein en el XIX, casi cualquier es-tudiante que ha tratado de comprender la pregunta de cómo la lectura influye en los hábitos mentales, ha llegado a la conclusión de que el proceso fomenta la racionalidad, que el carácter proposicional y secuencial de la palabra escrita fomenta lo que Walter Ong denomina la “gestión analítica del conocimiento”. Captar la palabra escrita significa seguir una línea de pensamiento que requie-re notables capacidades de clasificación, deducción y razonamiento. Significa descubrir mentiras, confusiones y generalizaciones, detectar transgresiones de la lógica y del sentido común. También significa sopesar ideas, comparar y contrastar aseveraciones, conectar una generalización con otra. Para llegar a este estado, se debe tener una cierta distancia de las palabras mismas, lo que el texto aislado e impersonal favorece. Por esto es por lo que un buen lector no aclama y acepta una frase o se detiene para aplaudir a un párrafo inspirado. El pensamiento analítico está muy ocupado y demasiado distanciado para eso. (p.51).
Trataré de demostrar con un ejemplo concreto que la
forma de conocimiento que da la televisión es irremisiblemente hostil
a la forma tipográfica del conoci-miento; que las conversaciones de la
televisión promueven la incoherencia y la trivialidad; que la frase “televisión
seria” es una contradicción en sí misma (con-tradictio in
termini) y que la televisión habla con la sola voz persistente del en-tretenimiento.
Más allá de esto, trataré de demostrar que para tener una
voz en la gran televisión, una institución norteamericana tras
otra, se va plegando a hablar en sus términos. La televisión,
en otras palabras, está transformando nuestra cultura en un gran circo
para el negocio del entretenimiento. Es total-mente posible, desde luego, que
al final lo encontremos estupendo y decida-mos que nos gusta tal como es. A
eso exactamente, es a lo que Aldous Huxley le tenía miedo hace ya cincuenta
años. (p.80)
Neil Postman, Amusing ourselves to death. Penguin, 1985. ISBN 0-14-009438
¿Daña la televisión
el desarrollo cerebral de los niños?
Con el sospechoso montaje de que la visión de la televisión produce pasividad y desórdenes de la atención entre los más pequeños, los científicos del cerebro e investigadores de la comunicación, se reunieron el 2 de octubre en Washing-ton D.C. para analizar estos temas y planificar los futuros esfuerzos investiga-dores.
La psicóloga Jane Healy, autora de “Mentes en peligro. ¿Por qué los niños no piensan y qué podemos hacer al respecto?”, abrió la conferencia mencionando “una epidemia de desórdenes de falta de atención” y “menguantes capacidades de pensamiento elevado”, como evidencia de que ver mucho la televisión pue-de dañar a los niños.
Healy dijo que fue reconfortante asistir a una conferencia en la cual las escue-las nacionales y sus profesores no eran acusados de la debilidad académica de sus alumnos. “ Los profesores no son tan malos en su trabajo y las escuelas no son tan diferentes. Creo que esta disminución de las habilidades no es respon-sabilidad de los profesores”.
Healy contribuyó a planificar la conferencia titulada “La televisión y la prepara-ción de la mente para el aprendizaje: Los aspectos críticos de los efectos de la televisión en el desarrollo cerebral de los jóvenes”.
La conferencia estaba patrocinada por la División de Niños y Familias del De-partamento de Salud y Servicios Humanos de los EE.UU.
Jane Holmes Bernstein, una investigadora del Hospital Infantil de Boston, aña-dió que el 20% de los estudiantes de la nación sufren de “desórdenes de aprendizaje y pensamiento”... que obligan a dedicar más del 20% de los presu-puestos escolares a programas de recuperación.
Esta especialista en neuropsicología hizo notar la dificultad de estudiar cómo afecta la televisión a los sistemas complejos, tales como el desarrollo rápido del cerebro en su interacción con el entorno. “La televisión se enmarca en una ma-triz sociocultural. Puede estar solamente llenando un vacío. “Otros factores cul-turales pueden estar limitando la conversación, produciendo así una disminu-ción de las habilidades lingüísticas”, dijo Bernstein.
La investigación más sorprendente que se presentó fue un conjunto de experi-mentos sobre los cerebros en desarrollo de ratas jóvenes, que presentó la es-pecialista cerebral Marian Cleeves Diamond, de U. C. Berkeley. Ella y otros colegas compararon el crecimiento del tejido cerebral de crías de ratas en am-bientes “enriquecidos” y “empobrecidos”.
Las crías de los ambientes “enriquecidos” –grandes jaulas multifamiliares, con variedad de juguetes-, experimentaron un crecimiento cerebral significativa-mente superior al de las crías en jaulas pequeñas, unifamiliares, con pocos es-tímulos.
El crecimiento de tejido cerebral incluía los vasos sanguíneos, células nervio-sas, ramificaciones dentríticas, las uniones sinápticas y el grosor de la corteza cerebral.
Diamond descubrió que si se permitía a las crías privadas de estímulos obser-var pasivamente la actividad de las celdas más estimuladas, no se experimen-taba mejora en el desarrollo cerebral.
“La simple observación no es suficiente para provocar cambios” en el creci-miento cerebral. “Los animales deben tener interacción física con el entorno”, concluyó.
El psicólogo Daniel Anderson, advirtió contra las conclusiones que se habían obtenido de las investigaciones con crías de ratas (que la observación conti-nuada de televisión retarda el crecimiento cerebral en los niños). El investiga-dor de la Universidad de Massachussets sugirió que ver la televisión puede ser algo más interactivo que pasivo.
Incluso sugirió que la capacidad para atender a otras tareas –tales como las tareas escolares que los niños llevan a casa- mientras se ve la TV o se escu-cha la radio puede mejorar la capacidad para concentrarse de los niños, ya que el estímulo extra provoca un estado de excitación mayor.
Aunuqe la mayoría de los participantes en la conferencia pareció ver una dañi-na influencia de la TV en los niños como algo evidente, Anderson fue uno de los pocos inconformistas que buscó proporcionar argumentos en pro de los be-neficios de la televisión.
Jennings Bryant de la Universidad de Alabama, que tampoco quedó conforme, atacó las críticas que se hicieron a la serie infantil “Barrio Sésamo” quejándose de que el programa tenía un ritmo relativamente rápido que confrontaba con las necesidades del desarrollo de los más pequeños.
Jennings dijo que un reciente estudio comparando el ritmo de edición y/o la duración de los planos de los programas de televisión, encontró que los pro-gramas de máxima audiencia, tales como “Entrenador” (Coach) tenía un pro-medio de entre seis y siete segundos por plano, mientras que Barrio Sésamo tenía diez.
La MTV, en contraste, tenía un promedio de menos de tres segundos por pla-no.
Aunuqe Bryant fue capaz de demostrar el ritmo más moderado de Barrio Sé-samo en comparación con los programas de máxima audiencia, algunos parti-cipantes pensaron que la comparación eludía la cuestión.
“Es ...........................” dijo Jeane Healy, a continuación de la réplica de Bryant.
Bryant es un antiguo asesor del Children´s Television Workshop (Taller de Te-levisión para Niños), productor de Barrio Sésamo.
El psicólogo de la Universidad de Yale, Jerome Singer dijo que la visión excesi-va de televisión era “un claro peligro para los niños”.
Él, su esposa y una compañera de investigación, Dorothy, han relacionado la visión en grandes cantidades de televisión con la puntuación en la comprensión de la lectura de los niños.
Hallaron que los niños que veían más televisión con una escasasupervisión de los padres obtenían menores puntuaciones de lectura. Por el contrario, los ni-ños que veían menos televisión con una mayor involucración de los padres ob-tenían las puntuaciones más altas.
“El factor crucial es la mediación los padres en el tiempo de televisión que ven sus hijos”, dijo Singer. Los padres que actúan como mediadores mediante la “discusión” en vez de la “prescripción” (“eso no está bien”) fueron más efecti-vos, dijo. Singer aconsejó “dosis limitadas de televisión con una muy cuidada vigilancia por parte de los padres de qué ven los niños”.
La psicólogo Sidney Segalowitz de la universidad Brock de Canadá dijo que el crecimiento del poder visual y auditivo amenaza “la capacidad de los niños para controlar sus propios procesos de atención.
Una función de un cerebro adulto y autodefensivo denominada el “reflejo de orientación” asegura que estamos genéticamente atraídos por la novedad”.
Segalowitz abogó investigar para determinar “cómo de generalizado está el fallo para darnos cuenta de que nuestra atención ha sido capturada”.
También especuló que la visión en grandes dosis de televisión en los niños im-pide el “auto control”, una respuesta psicológica que ayuda al desarrollo en el niño a aprender cómo comportarse en varias situaciones sociales. “No se re-quiere auto control cuando se está viendo la televisión”, dijo Segalowitz.
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Última Edición: Lunes, 14 Junio 2004 @ 20:21 CEST| Hits: 12.734