El peor error de la historia de la especie humana
- Sábado, 05 Enero 2008 @ 13:00 CET
- Autor: Frenando
- Lecturas 12.348
Muchos, condicionados por las tremendas orejeras que impone el capitalismo, que como a los asnos, no les dejan ver más allá de lo que permite el amo, asocian el final de la era del petróleo con el final de la humanidad, como si no existiese nada fuera de la globalización neoliberal, como si no hubiese existido nada antes, como si no pudiese existir algo nuevo y distinto después.
Sin embargo eso no es así, la mayor parte de la historia de la humanidad (centenares de miles de años) ha transcurrido en sociedades cazadoras-recolectoras, y desde el primer momento en que nuestra "civilización" entró en contacto y tuvo noticia de ellas, constató que eran sociedades felices, sociedades más felices que la civilización que con el tiempo iba a exterminarlas.
Nuestra civilización, a pesar de tener un consumo de energía per cápita unas cien veces mayor que el de esos pueblos, no es cien veces más feliz. No es extraño que en su visión de los indios Americo Vespucio (1500), en uno de los primeros relatos del contacto de occidente con pueblos recolectores-depredadores, se deslice cierta añoranza del “paraíso perdido”, hecha la salvedad de las guerras tribales y el canibalismo:
Redacción CE: artículo archivado en la sección de Sostenibilidad. Pero ya estaban sentenciados, como muestra un botón, sacado del diario de Darwin en su viaje con el Beagle:“Primeramente pues, en cuanto a gentes. En aquellos países hemos encontrado tal multitud de gente que nadie podría enumerarla, como se lee en el Apocalipsis: gente, digo, mansa y tratable; y todos de uno y otro sexo van desnudos, no se cubren ninguna parte del cuerpo, y así como salieron del vientre de su madre, así hasta la muerte van.
Tienen cuerpos grandes, membrudos, bien dispuestos y proporcionados y de color tirando al rojo, lo cual pienso que les acontece porque andando desnudos son teñidos por el sol; y tienen los cabellos abundantes y negros. Son ágiles en el andar y en los juegos y de una franca y venusta cara, que ellos mismos destruyen, pues se agujerean las mejillas y los labios y las narices y las orejas (...).
No tienen paños de lana, de lino ni aún de bombasí, porque nada de ello necesitan; ni tampoco tienen bienes propios, pero todas las cosas son comunes. Viven juntos sin rey, sin autoridad y cada uno es señor de sí mismo.
Toman tantas mujeres cuantas quieren, y el hijo se mezcla con la madre, y el hermano con la hermana, y el primero con la primera, y el viandante con cualquiera que se encuentra. Cada vez que quieren deshacen el matrimonio y en esto ninguno observa orden. Además no tienen ninguna iglesia, ni tienen ninguna ley ni siquiera son idólatras.
¿Que otra cosa diré? Viven según la naturaleza, y pueden llamarse más justamente epicúreos que estoicos. No son entre ellos comerciantes ni mercan cosa alguna. Los pueblos pelean entre sí sin arte y sin orden.
Los viejos con ciertas peroraciones suyas inclinan a los jóvenes a lo que ellos quieren, y los incitan a la batalla, en la cual cruelmente juntos se matan: y aquellos que en la batalla resultan cautivos, no vivos sino para su alimento les sirven (...)”.
"Los indios, hombres mujeres y niños, eran unos 110 en número, y casi todos fueron hechos prisioneros o muertos, porque los soldados acuchillaban a todos los varones. Los indios se hallaban ahora tan aterrados, que no ofrecían resistencia en masa, sino que cada uno huía como podía, abandonando aun a su mujer e hijos; pero cuando se les daba alcance peleaban como fieras contra cualquier número, hasta el último momento.
(...) Este es un cuadro nada halagüeño; pero ¡Cuanto más repulsivo es el hecho indiscutible de asesinar a sangre fría a todas las mujeres que parecían tener más de veinte años!
Cuando yo exclamé que esto me parecía un tanto inhumano me replicó: "Y ¿Que hemos de hacer? ¡Así aprenden!"
Aquí todo el mundo está convencido de que es una guerra justísima porque se hace contra bárbaros".
Y es que, efectivamente, con la agricultura no solo apareció la civilización, también surgió la desigual distribución de la riqueza, la división en clases y la destrucción del medio ambiente. Todo eso comenzó con la agricultura, y de ese tema nos habla el documento "El peor error de la especie humana" (fichero PDF, 364KB) de Jared Diamond.
Para muchos de los habituales seguidores de CE, nuestra actual civilización tiene una cercana fecha de caducidad. No sobrevivirá al tremendo choque energético que nos espera. Y eso plantea varios retos, el más importante intentar que la civilización que suceda a esta sea mejor.
Resulta fácil imaginar una sociedad más agradable de vivir que la actual, y que se apoye en las energías renovables de tecnología intermedia o apropiada (minihidráulica, molinos de viento, biodigestores, fotovoltaica, biomasa...), en la explotación ganadera extensiva y en la explotación agrícola basada en una agricultura ecológica, una agricultura lo más parecida a la gestión forestal de los recolectores depredadores, como esta propuesta de Bill Mollison (uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce) y Masanobu Fukuoka.
Se podría utilizar el apoyo de ganado de labor para algunas tareas y para el transporte. Ese modelo sería compatible con una red de ferrocarril y con algunas industrias que fuesen imprescindibles y que necesitasen altas temperaturas o electricidad, y la consiguiesen mediante la biomasa, torres solares de concentración, o electricidad a partir de molinos de viento mayores o de pequeñas presas hidroeléctricas.
Se trata de una visión agradable por tratarse de una sociedad respetuosa con el medio ambiente y con las personas, una sociedad socialista, no regida por el mercado y la explotación del trabajo ajeno, al servicio del beneficio privado (de la avaricia), sino regida por la solidaridad y el comercio al servicio del beneficio mutuo.
El anterior es el reto importante, porque es importante elaborar esa utopía tanto sobre el papel como con experiencias parciales concretas, ya que nos debe servir de guía para orientar nuestras decisiones.
Pero el reto urgente es cómo llegar ahí, y es urgente porque a medida que pasa el tiempo se nos va cerrando el abanico de opciones.
Si la hipótesis de ASPO es correcta (y todo apunta a que lo es) en menos de un lustro comenzará una continua contracción de la actual civilización, sin vuelta atrás.
¿Conseguiremos decrecer racionalmente a un ritmo que se adelante al que nos impondrá el paulatino descenso del nivel de carga de los ecosistemas que habitemos? ¿O decreceremos por el viejo (y natural) sistema de las hambrunas, las epidemias y las guerras?
¿Conseguiremos conservar lo mejor de nuestra actual civilización, es decir, el conocimiento y la información acumulada?
¿Tendremos el buen criterio, y la capacidad de sacrificio necesaria, para dedicar los cada vez más menguantes recursos y energía para solucionar algunos de los graves problemas ambientales que hemos creado y que serían letales en el futuro (residuos nucleares y químicos, recuperación de ecosistemas...)?
Esta urgente tarea, por su incertidumbre produce gran congoja, ya que todas las opciones están abiertas, pero algunas son terribles.