Contributed by: Redacción CE on Miércoles, 12 Marzo 2008 @ 12:40 CET
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Entre los más de 2,3 millones de documentos que se pueden consultar online, desde 1948 hasta el presente, muchos de ellos desclasificados recientemente, encontramos un interesante documento que muestra hasta qué punto los organismos oficiales estadounidenses tenían conocimiento de asuntos como el pico del petróleo.
Un informe de 1976, titulado Economic and Environmental Implications of a U.S. Nuclear Moratorium, 1985-2010[*4] (fichero PDF, 4,2MB) y desclasificado el 25 de octubre de 2006, decía lo siguiente:
La década 2000-2010 es el periodo de rápido despliegue de las nuevas tecnologías de suministro y/o de medidas estrictas de conservación. En este periodo, se espera que la producción mundial de petróleo llegue a su cenit y comience a declinar. Si el declive de la producción de petróleo y gas en los EE. UU., no genera la suficiente presión para empujar a los EE. UU. hacia la independencia energética en el periodo 1985-2000, seguramente la generará cuando la producción mundial de petróleo y gas llegue a su cenit y comience a declinar.
El informe trata otros temas como las emisiones de CO2 y su efecto en el cambio climático, hecho que nos recuerda que la humanidad lleva ya más de tres décadas conociendo el problema y haciendo bien poco:
El límite máximo a la quema de combustibles fósiles podría ser el impacto climático del aumento de concentración de CO2 en la atmosfera. Esto, por supuesto, es un problema global; lo que hagan los EE.UU. durante los próximos 30-50 años contribuirá probablemente muy poco a los niveles atmosfericos globales. No obstante, el incremento de la dependencia de los combustibles fósiles por parte de un consumidor tan grande como los Estados Unidos presenta una perspectiva de severos cambios climáticos que no pueden, en principio, ser desechados.
En cuanto a la viabilidad de la "opción nuclear", el informe identifica como su mayor preocupación las "consecuencias sociopolíticas", que además de otros problemas como el suministro de uranio para los reactores de ciclo abierto, deberían preocuparnos también hoy:
Implícito en la mayoría de análisis de políticas nucleares a largo plazo es la asunción de un largo periodo de paz social y estabilidad institucional; no se puede simplemente abandonar una central nuclear de la manera que se abandona una central de carbón. Pero esta proyección a largo plazo no puede estar basada en la experiencia histórica; pocas sociedades o instituciones, si es que hay alguna, han tenido continuidad sin episodios violentos a lo largo del periodo que se presume aquí. Serán necesarios cambios sociales cualitativos profundos si queremos mirar hacia adelante con confianza en la clase de estabilidad que permitirá la necesaria custodia de un sistema nuclear.
Pedro Prieto, vicepresidente de AEREN y editor de esta página, ofrece algunos comentarios sobre estos y otros contenidos del documento:
El documento pertenece al Departmento de Energía (DOE, por sus siglas en inglés) de los EE. UU. Se preparó en septiembre de 1976 y fue obra de un grupo de autores del Institute for Energy Analysis de las Oak Ridge Associated Universities. Se titula “Economic and Environmental Implications of a U.S. Nuclear Moratorium, 1985-2010” y figura como escaneado del original y con fecha de desclasificación del 25 de octubre de 2006.
Del mismo, cuya lectura en inglés dejamos a nuestros lectores, pues es un documento de 86 páginas, se pueden extractar los siguientes datos, que consideramos de especial interés:
Los expertos autores del documento, por otra parte muy bien elaborado, no parecían tener muy claro que el cenit en su país llegó por esos años y no tuvo que esperar a la década 1985-2000, más que para recibir la definitiva confirmación (la teoría de Simmons de que el cenit sólo se suele ver a través del espejo retrovisor, cobra aquí toda su relevancia), quizá porque pensasen que sus incipientes lanzamientos hacia Alaska y las prometedoras primeras incursiones en plataformas marinas (tanto en el Mar del Norte, por parte de los europeos, como en el golfo de México por parte estadounidense), podrían revertir la situación que ya en 1976 era de clara “meseta” con ligero declive, cuando menos.
Pero quitando este pequeño y perdonable lapsus, está claro que el Departamento de Energía de los EE. UU. sabe que el cenit está aquí y que es inminente, al menos desde hace tres décadas. Que eso lo vengan ignorando, ocultando, tanto a sus propios ciudadanos como a los del resto del mundo, o incluso aún peor, desmintiendo, a través de diferentes ramificaciones y organismos estadounidenses de encubrimiento formal, como el USGS, o la EIA, los hace doblemente responsables.
Esta actitud da pábulo a todos aquellos que empiezan a pensar que hay fuerzas importantes y verdaderamente ocultas, que maniobran con inmenso poder, con el poder que da la una cierta razón “viciada” de Estado, para sus propios y particulares intereses y que dirigen al mundo hacia los destinos que les parece oportuno a su capricho. Porque ante la presencia de este tipo de documentos, lo menos que alguien se puede plantear es que se están burlando de los ciudadanos y jugando peligrosamente con el futuro de la humanidad.
Es recomendable darse una vuelta por él, porque muestra las perspectivas sobre el futuro energético de la humanidad en los años setenta. Y ya deja muy claro, cómo los científicos, elaborando un informe que en teoría era estrictamente técnico, podían estar tomando (la técnica nunca es neutral, en estos contextos) posiciones políticas y económicas muy concretas. En 1976 ya veían el cenit de la producción de combustibles esenciales muy cercano, pero no por ello dejaban de seguir empujando en sus estudios, en la búsqueda de alternativas para seguir a toda costa la dirección marcada del crecimiento infinito y del aumento ilimitado del consumo, identificando ya la mayor posesión de bienes materiales y confort físico con el bienestar. Sin plantearse, más que como medida drástica y de último recurso, las “medidas estrictas de conservación”, en sus propias palabras.
Juzguen los lectores.