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El fin de los pascuenses
Publicado en Discover Magazine del 01/08/95
Disponible en su versión original en inglés en www.dieoff.org/page145.htm
Traducción de Patricio Chacón Moscatelli.
En sólo unos siglos, la población de Isla de Pascua arrasó con su bosque, llevó a la extinción a sus plantas y animales, y condujo a su compleja sociedad a una espiral de caos y canibalismo. ¿Estamos nosotros a punto de sufrir igual suerte?
Entre los misterios más impactantes de la historia humana están los que surgen de las civilizaciones que desaparecieron. Todos los que hemos visto las ruinas de edificios abandonados de los Khmer, los Maya, o los Anasazi nos hacemos de inmediato la misma pregunta: ¿Qué hizo que desaparecieran esas sociedades, que fueron capaces de erigir esas admirables estructuras?
Su desaparición nos conmueve como nunca lo hará la desaparición de especies enteras de animales, incluso la de los dinosaurios. No importa cuan exóticas parezcan esas civilizaciones perdidas, sus forjadores eran tan humanos como nosotros. ¿Quién puede decir que nosotros no sucumbiremos al mismo destino? Quizá algún día los rascacielos de Nueva York estarán enhiestos, abandonados y anormalmente cubiertos de vegetación, como los templos en Angkor Wat y Tikal.
Entre todas las civilizaciones que desaparecieron, la antigua sociedad polinésica de la Isla de Pascua no ha sido sobrepasada en misterio y aislamiento. El misterio proviene sobre todo de las gigantescas estatuas de piedra de la isla y su paisaje empobrecido, pero se refuerza por nuestras asociaciones con las personas específicas involucradas: los Polinesios representan para nosotros lo máximo en el romance exótico, el fondo perfecto de la visión del paraíso para muchos niños, y también para muchos adultos. Mi propio interés en la Isla de Pascua surgió hace más de 30 años, cuando leí los relatos fabulosos de Thor Heyerdahl de su viaje en la balsa Kon-Tiki.
Pero mi interés se ha reavivado recientemente por un informe mucho más excitante, no de viajes heroicos sino de esmeradas investigaciones y análisis. Mi amigo David Steadman, un paleontólogo, ha estado trabajando con otros varios investigadores que están llevando a cabo las primeras excavaciones sistemáticas en la Isla de Pascua destinadas a identificar los animales y las plantas que una vez vivieron allí. Su trabajo está contribuyendo a una nueva interpretación de la historia de la isla que no sólo la hace un cuento de maravilla sino también de advertencia.
La Isla de Pascua, con una área de sólo 64 millas cuadradas (102,4 km2), es el trozo de tierra habitable más aislado del mundo. Queda en el Océano Pacífico, a más de 2.000 millas [3.800 km] al oeste del continente más cercano (América del Sur), incluso a 1.400 millas [2.660 km] de la isla habitable más cercana (Pitcairn). Su situación subtropical y latitud --a 27 grados sur, está, aproximadamente, tan por debajo del ecuador como Houston está al norte del mismo-- le proporciona un clima bastante apacible, mientras sus orígenes volcánicos hacen fecunda su tierra. En teoría, esta combinación de bendiciones debieron haber hecho de Pascua un paraíso en miniatura, lejano de los problemas que asediaron al resto del mundo.
La isla deriva su nombre de su "descubrimiento" por el explorador holandés Jacob Roggeveen, en la Pascua (el 5 de abril) de 1722. La primera impresión de Roggeveen no fue la de un paraíso, sino la de un terreno baldío: "Originalmente, desde una distancia considerable, pensamos que la Isla de Pascua era arenosa; eso fue porque confundimos con arena el pasto marchito, el heno chamuscado y el resto de vegetación quemada, porque su apariencia agostada no podía dar otra impresión que de la de una singular pobreza y esterilidad."
La isla que Roggeveen vio era un pastizal sin un solo árbol o arbusto que llegara a los diez pies de altura [3 m]. Los botánicos modernos han identificado sólo 47 especies de plantas altas nativas de la Isla de Pascua, la mayoría de ellas pastos, juncos y helechos. La lista incluye simplemente dos especies de árboles pequeños y dos de arbustos leñosos. Con tal flora, los isleños que Roggeveen encontró no tenían ninguna fuente de verdadera leña para calentarse durante los inviernos frescos, húmedos y ventosos de Isla de Pascua. Sus animales nativos no incluían nada que fuera más grande que insectos, incluso ni una sola especie de murciélago, ni aves terrestres, ni caracoles de tierra, ni lagartos. Como animales domésticos, sólo tenían gallinas.
Los visitantes europeos durante el siglo XVIII y comienzos del XIX estimaron la población humana de Pascua en aproximadamente 2,000 personas, un número modesto considerando la fertilidad de la isla. Como reconociera el Capitán James Cook durante su breve visita de 1774, los isleños eran polinesios (un Tahitiano que acompañaba a Cook pudo conversar con ellos). A pesar de la bien merecida fama de excelentes marineros de los polinesios, los pascuenses que salieron a recibir las naves de Roggeveen y Cook lo hicieron nadando o remando en canoas que Roggeveen describió como "malas y frágiles." Escribió que sus embarcaciones eran "pequeñas tablas unidas entre sí, cosidas diestramente con hilos de hierba retorcida.... Pero, por falta de conocimientos y particularmente de materiales para calafatear el gran número de junturas de las canoas, se les colaba mucha agua, por lo que gastaban la mitad del tiempo achicando." Las canoas eran de sólo diez pies largo [3 m], para dos personas a lo sumo, y se observaron sólo tres o cuatro canoas en toda la isla.
Con tan débiles embarcaciones, los polinesios nunca habrían podido colonizar la Isla de Pascua, ni siquiera desde la isla más cercana, ni podían pescar lejos de la costa. Los isleños que Roggeveen encontró estaban totalmente aislados, y no sabían que existieran otras personas. Desde esa visita en adelante, los investigadores no han descubierto ningún rastro de que los isleños hayan tenido cualquier tipo de contacto con el exterior: ni una sola piedra o producto de la Isla de Pascua se ha encontrado en otras partes, ni nada se ha encontrado en la isla que pudiera haber sido traído por nadie que no fueran los colonos originales o los europeos. Aun así, los nativos de la Isla de Pascua cuentan historias de visitas a las islas de Salas y Gómez, pequeño archipiélago deshabitado distante 260 millas [494 km], totalmente fuera del alcance de las resquebrajadas canoas vistas por Roggeveen. ¿Cómo alcanzaron los antepasados de los isleños esos islotes desde la Isla de Pascua, o cómo llegaron a la Isla de Pascua desde donde quiera que vinieran?
Lo más famoso de la Isla de Pascua son sus enormes estatuas de piedra, los maois, de los cuales más de 200 estuvieron alguna vez parados en macizas plataformas de piedra, alineados frente a la costa. Por lo menos 700 más, en todas las fases de fabricación, estaban abandonados en las canteras o en los antiguos caminos entre las canteras y la costa, como si los talladores y las cuadrillas de transporte hubieran botado sus herramientas y dejado súbitamente su trabajo. La mayoría de las estatuas erigidas se tallaron en una sola cantera y entonces, de algún modo, transportadas hasta seis millas [9,6 km] --a pesar de sus alturas de hasta 33 pies [10 m] y de pesos hasta 82 toneladas. Las estatuas abandonadas, entretanto, llegaban hasta los 65 pies de alto [19.6 m] y pesaban hasta 270 toneladas. Las plataformas de piedra eran igualmente gigantescas: hasta 500 pies de largo y 10 pies de alto (152x3 m), con piezas frontales que pesan hasta 10 toneladas.
El propio Roggeveen reconoció de inmediato el problema que planteaban los moais: "Desde un comienzo las estatuas de piedra nos causaron gran asombro" escribió, "porque no podíamos comprender cómo era posible que estas personas, que no tienen buena madera como para hacer máquinas ni vegetación para trenzar sogas resistentes, no obstante habían podido erigirlas." Roggeveen podría haber agregado que los isleños no tenían ruedas, ningún animal de tiro, y ninguna fuente de poder excepto sus propios músculos. ¿Cómo transportaron las gigantescas estatuas durante millas? Y luego, ¿cómo las erigieron? Para ahondar el misterio, las estatuas estaban todas erguidas en 1770, pero en 1864 todas habían sido botadas al suelo por los mismos isleños. ¿Por qué las tallaron?. ¿Y por qué dejaron de hacerlo?
Las estatuas implican una sociedad muy diferente de la que Roggeveen vio en 1722. El número y tamaño de los moais hacen pensar en una población mucho mayor que 2.000 personas. ¿Qué pasó con los demás? Además, esa sociedad debe de haber sido muy organizada. Los recursos de Pascua estaban esparcidos por toda la isla: la mejor piedra para estatuas se sacó de una cantera en Rano Raraku, un volcán al extremo nordeste de Pascua; la piedra roja, usada para las grandes coronas que adornan algunas de las estatuas, se sacó de una cantera en Puna Pau, en el interior y al sudoeste; las herramientas de piedra dura para tallar salieron principalmente de Aroi, en el noroeste. Entretanto, las mejores tierras de labrantío están en el sur y en el este, y las mejores zonas de pesca están en las costas norte y oriental. Extraer y redistribuir todos estos bienes requería una compleja organización política . ¿Qué le pasó a esa organización? Además, ¿cómo pudo surgir alguna vez en tan yermo paisaje?
Los misterios de Isla de Pascua han generado volúmenes de especulación por más de dos siglos y medio. Muchos europeos no creían que los polinesios --normalmente caracterizados como "meros salvajes" -- pudieran haber creado los moais o las bellamente construidas plataformas de piedra. En los años cincuenta, Heyerdahl planteó la idea de que la Polinesia debe haber sido fundada por sociedades avanzadas de indios americanos, los que, a su vez, deben haber recibido la civilización desde el Atlántico de las sociedades más avanzadas del Viejo Mundo.
Los viajes en balsa de Heyerdahl trataban de demostrar la viabilidad de tales contactos transoceánicos prehistóricos. En los años sesenta el escritor suizo Erich von Däniken, un creyente ferviente de que la Tierra es visitada por astronautas extraterrestres, fue más allá, planteando que los moais de Isla de Pascua eran el trabajo de seres inteligentes que poseían herramientas ultramodernas, que quedaron extraviados temporalmente en Pascua, y que fueron posteriormente rescatados.
Tanto Heyerdahl como Von Däniken dejaron de lado la evidencia aplastante de que los Isleños de Pascua eran polinesios típicos, derivados desde Asia en vez de serlo de América y que su cultura (incluyendo sus estatuas) surgió de las culturas de la polinesia. Su idioma era polinesio, como Cook ya había comprobado. Específicamente, ellos hablaban un dialecto polinesio oriental, relacionado con el Hawaiano y el de las Islas Marquesas, un dialecto aislado desde el año 400 d.C., como se puede deducir de pequeñas diferencias en el vocabulario. Sus anzuelos y azuelas de piedra se parecen a los antiguos modelos de las Marquesas. El año pasado se extrajo ADN de 12 esqueletos de la Isla de Pascua y también eran polinesios.
Los isleños cultivaban plátanos, taro, batatas [papa dulce o camotes], caña de azúcar y morera de papel --típicos cultivos polinesios, principalmente originarios del Sudeste Asiático. Su único animal doméstico, la gallina, también era típicamente polinesia y finalmente asiática, como lo eran las ratas que llegaron como polizones en las canoas de los primeros colonos.
¿Qué les pasó a esos colonos? Las fantásticas teorías del pasado deben dar paso a las evidencias recogidas por los esforzados trabajadores de tres campos científicos: la arqueología, el análisis de polen y la paleontología.
Las excavaciones arqueológicas modernas en Pascua han continuado desde la expedición de Heyerdahl en 1955. Las más tempranas fechas obtenidas por radiocarbono, asociadas con actividades humanas, son de alrededor del 400 al 700 d.C., en acuerdo razonable con la fecha aproximada del 400 d.C. estimada por los lingüistas. El período de construcción de las estatuas alcanzó su máximo alrededor del 1200 al 1500, con una que otra, si es que hubo alguna, que se erigiera después. Las densidades de sitios arqueológicos hacen pensar en una población grande; una estimación ampliamente citada por los arqueólogos es la de 7.000 personas, pero otras estimaciones llegan al rango de 20.000, lo que no parece inverosímil para una isla de la fertilidad del área en que está la Isla de Pascua.
Los arqueólogos también han contratado a los actuales pascuenses para realizar experimentos orientados a deducir cómo pudieron haber sido talladas las estatuas, y cómo pudieron haber sido erigidas. Veinte personas, usando solamente cinceles de piedra, pueden tallar la estatua completa más grande en un plazo no mayor de un año. Habiendo bastante madera y fibra para hacer sogas, equipos de a lo sumo unos cientos de personas podrían cargar los moais en trineos de madera, podrían arrastrarlos por huellas de madera lubricadas o con rodillos de madera, y podrían usar troncos como palancas para colocarlos en su posición, de pie. La soga podría haber sido hecha de la fibra de un pequeño árbol nativo, relacionado con el tilo, llamado hauhau. Sin embargo, este árbol es ahora sumamente escaso en Pascua, y para arrastrar una estatua se habrían requerido centenares de metros de soga. ¿Fueron los pascuenses los que convirtieron en el yermo actual al paisaje que alguna vez pudo albergar los árboles que fueron entonces necesarios?
Esa pregunta puede contestarse por la técnica del análisis de polen, que requiere la perforación de una columna de sedimento de un pantano o estanque, la que mostrará los depósitos más recientes encima y los depósitos relativamente más antiguos en el fondo. La edad absoluta de cada capa puede ser fechada por el método del radiocarbono. Entonces empieza el trabajo duro: examinar decenas de miles de granos de polen bajo un microscopio, contándolos, e identificando las especies de la planta que produjo cada uno de ellos, comparando los granos con el polen moderno de las especies de plantas actuales conocidas. En la Isla de Pascua, los científicos que realizaron esa tarea fueron John Flenley, ahora en la Universidad de Massey en Nueva Zelanda, y Sarah King de la Universidad de Hull en Inglaterra.
Los esfuerzos heroicos de Flenley y King fueron premiados por el impactante nuevo cuadro que surgió del paisaje prehistórico de Pascua. Durante por lo menos 30,000 años antes de la llegada humana y durante los primeros años de la ocupación polinesia, la Isla de Pascua no era en absoluto terreno baldío.
Todo lo contrario: un tupido bosque subtropical de grandes árboles y arbustos leñosos coronaba una tupida capa de arbustos, hierbas, helechos y pastos. En el bosque crecen árboles primorosos, los hauhau --que sirven para hacer sogas-- y los toromiros, que dan una madera densa, muy buena como leña. El árbol más común en el bosque era entonces una especie de palma ausente ahora en Pascua pero que anteriormente era tan abundante que los estratos del fondo de la columna del sedimento estaban empaquetados en su polen. La palma de la Isla de Pascua está estrechamente relacionada con la Palma Chilena, que todavía sobrevive en Chile, la que crece hasta 82 pies [25 m] de alto y 6 pies [1,80 m] de diámetro. Los troncos altos y sin ramas de la Palma de Isla de Pascua habrían sido ideales para transportar y erigir los moais, y también para construir grandes canoas. La palma también habría sido una valiosa fuente de alimentos, ya que sus parientes chilenas producen abundantes nueces comestibles y savia de la que los chilenos hacen azúcar, jarabes, miel, y vino.
¿Qué comían los primeros colonos de Isla de Pascua cuando no estaban saciándose con el equivalente local del jarabe de arce? Las recientes excavaciones de David Steadman, del Museo del Estado de Nueva York en Albany, han mostrado un cuadro del mundo animal original de Isla de Pascua tan sorprendente como el que Flenley y King dieron del mundo de sus plantas. Las expectativas de Steadman para Pascua estaban condicionadas por sus anteriores experiencias en la Polinesia, donde los peces son, abrumadoramente, la principal comida en los sitios arqueológicos, constituyendo típicamente más del 90 por ciento de los huesos de los antiguos basurales de la polinesia primitiva. El clima de Isla de Pascua, sin embargo, es demasiado fresco para que prosperen los arrecifes de coral tan apreciados por los peces, y su litoral de precipicios pronunciados no permite la existencia de aguas poco profundas, aptas para la pesca, salvo en muy pocos lugares. Menos de un cuarto de los huesos de sus basurales antiguos (del período del 900 al 1300) pertenecía a peces; en cambio, casi un tercio de todos los huesos provenían de marsopas.
En ninguna otra parte de la Polinesia las marsopas pueden responder ni siquiera por el 1 por ciento de los huesos en los botaderos de restos de comida. La mayoría de las otras islas de la Polinesia ofrecían comida animal en la forma de pájaros y mamíferos, como el ahora extinto moas gigante de Nueva Zelanda y los ahora extintos gansos no voladores de Hawaii. La mayoría de los otros isleños polinesios también tenía cerdos domésticos y perros. En Pascua, las marsopas habrían sido el animal más grande disponible --aparte de los humanos. La especie de marsopa identificada en Pascua, el delfín común, pesa hasta 165 libras (75 kg). Generalmente vive mar afuera, por lo que no podía cazarse por línea de pesca o con arpones desde la orilla. En cambio, tiene que haber sido arponeado lejos de la costa, en grandes canoas marineras construidas con troncos de palma, ahora extinta.
Además de la carne de delfín, Steadman encontró que los primeros colonos polinesios se festejaban con aves marinas. Para esos pájaros, la lejanía de Pascua y la falta de predadores la hizo un paraíso ideal como sitio de cría, por lo menos hasta que los humanos llegaron. Entre el prodigioso número de aves marinas que anidaron en Isla de Pascua están el albatros, el pájaro bobo, las aves-fragata, los petreles, petreles del ártico, el corta-aguas, petreles de tormenta, golondrinas de mar y otros pájaros tropicales. Con por lo menos 25 especies anidando, Pascua era el sitio de cría más rico de la Polinesia y probablemente de todo el Pacífico.
Las aves terrestres también llenaron las ollas de la Isla de Pascua temprana. Steadman identificó los huesos de por lo menos seis especies, incluso lechuzas, garzas y loros. El estofado de pájaro podría haberse sazonado con carne de las extremadamente numerosas ratas que los colonos polinesios trajeron inadvertidamente con ellos; la Isla de Pascua es la única isla de la polinesia conocida donde los huesos de rata exceden en número a los huesos de pescado en los sitios arqueológicos. (En caso de que usted sea delicado y considere incomibles a las ratas, yo todavía recuerdo las recetas para cocinar ratas de laboratorio a la crema que mis amigos biólogos británicos usaban para complementar su dieta durante sus años de racionamiento de comida de los tiempos de guerra.)
Los delfines, las aves marinas y de tierra y las ratas no eran las únicas en la lista de fuentes de carne anteriormente disponibles en Pascua. Unos cuantos huesos indican la posibilidad de que hubiera colonias de focas que también criaban allí. Todas estas delicadezas se cocinaban en hornos alimentados con madera de los bosques de la isla.
Toda esta evidencia nos permite imaginar la isla en la que desembarcaron los primeros colonos polinesios de Pascua hace unos 1.600 años, después del larguísimo viaje en canoa desde la Polinesia oriental.
Llegaron a un prístino paraíso. ¿Qué les pasó luego?
Los granos de polen y los huesos dan una respuesta siniestra.
El registro de polen muestra que la destrucción de los bosques de Pascua estaba muy avanzado hacia el año 800, sólo unos siglos después del comienzo del asentamiento humano. Entonces el carbón de leña de las fogatas vino a llenar el núcleo del sedimento, mientras el polen de palmas y otros árboles y arbustos leñosos disminuye o desaparece, y el polen de los pastos que reemplazaron los bosques se hace cada vez más abundante. No mucho después del 1400 la palma terminó de extinguirse, no sólo como resultado de su tala, sino también porque las ahora ubicuas ratas impidieron su regeneración: de las docenas de nueces de palma que se conservaron y que fueron encontradas en las cuevas de Pascua, todas habían sido mordisqueadas por las ratas y ya no podían germinar. Aunque el hauhau no se extinguió totalmente, su número bajó drásticamente, hasta que ya no fueron suficientes como para hacer sogas. Cuando Heyerdahl visitó Pascua, un único toromiro permanecía en la isla, casi muerto, e incluso ese único sobreviviente ya ha desaparecido. (Afortunadamente, el toromiro todavía crece en jardines botánicos extranjeros.) [En 2004 llegaron desde el Jardín Botánico de Londres un par de cientos de plantitas de toromiro para ser reintroducidos en la Isla de Pascua; el Proyecto es gestionado por CONAF, organismo fiscal chileno, con la colaboración de Jardines Botánicos extranjeros].
El siglo XV no sólo marcó el fin para la palma de Pascua sino que el del bosque entero. Su condena había estado acercándose a medida que las personas limpiaban la tierra para plantar sus huertos; mientras talaban los árboles para construir canoas, para transportar y levantar los moais, y para leña; mientras las ratas devoraban las semillas; y probablemente mientras los pájaros nativos iban desapareciendo, los mismos que antes polinizaban las flores de los árboles y dispersaban sus semillas al comer sus frutas. El cuadro global descrito es uno de los ejemplos más extremos de destrucción del bosque en el mundo: el bosque entero ha desaparecido, y la mayoría de sus especies de árboles se han extinguido.
La destrucción de los animales de la isla fue tan extrema como la del bosque: sin ninguna excepción, cada especie de ave terrestre nativo se extinguió. Incluso los mariscos fueron sobreexplotados, hasta que la gente tuvo que conformarse con pequeños caracoles de mar en lugar de los grandes cangrejos de antes. Los huesos de delfín desaparecieron abruptamente de los botaderos de basura alrededor de 1500; nadie podía arponear delfines ahora, porque no había grandes árboles con los cuales hacer grandes canoas marineras. Las colonias de más de la mitad de las especies de aves marinas que se reproducían en Pascua o en sus islotes vecinos desaparecieron.
Para reemplazar sus antiguos suministros de carne, los Isleños de Pascua intensificaron su producción de gallinas, las que habían sido sólo comida ocasional. También se volcaron a consumir de la fuente de carne más grande disponible: los humanos, cuyos huesos se hicieron gradualmente comunes en los botaderos de Isla de Pascua. Las tradiciones orales de los isleños mencionan corrientemente el canibalismo: el peor insulto que podía espetarse a un enemigo era "La carne de tu madre se me pega entre los dientes." Sin leña disponible para cocinar estas nuevas golosinas, los isleños acudieron a la caña de azúcar, a pastos y juncos para alimentar sus fogatas.
Todas estas briznas de evidencia pueden ensamblarse en una narrativa coherente del declive y caída de una sociedad. Los primeros colonos polinesios se encontraron con una isla de tierra fecunda, con alimentos abundantes, materiales de construcción de calidad y en cantidad, amplios habitats, y todos los requisitos necesarios para el buen vivir, y con comodidad. Prosperaron y se multiplicaron.
Después de unos siglos, empezaron a erigir moais en plataformas de piedra, tal como sus antepasados polinesios lo habían hecho. Con el paso de los años, los moais y las plataformas se hicieron más y más grandes, y las estatuas empezaron a tener coronas rojas de diez toneladas de peso --probablemente en una espiral de competencia entre los clanes rivales, intentando superarse con muestras de opulencia y poder. (De la misma manera, los faraones egipcios compitieron construyendo pirámides cada vez más grandes. Lo mismo hacen hoy los magnates del cine en Hollywood). En la Isla de Pascua, como en la Norteamérica moderna, la sociedad se mantenía unida por un complejo sistema político para redistribuir los recursos localmente disponibles e integrar las economías de áreas diferentes.
Eventualmente, la creciente población de Pascua comenzó a talar el bosque más rápidamente de lo que el bosque podía regenerarse. La gente usó la tierra para sus cultivos, y la madera como combustible, para hacer canoas y casas --y, claro, para transportar los moais. Cuando el bosque desapareció, los isleños se quedaron sin madera y sin cuerdas para transportar y erigir sus estatuas. La vida se puso más incómoda --las primaveras y los arroyos se fueron secando, y ya no hubo más leña para hacer fuego.
También comenzó a ser cada vez más duro encontrar con qué llenar los estómagos, alimentos que antes eran abundantes, como las aves terrestres, los grandes mariscos y las aves marinas, fueron desapareciendo. Ya que no había troncos para construir canoas capaces de navegar en el mar, la captura de peces declinó y los delfines desaparecieron de la mesa. Los rendimientos de las cosechas corrieron igual suerte, ya que la deforestación produjo erosión por la lluvia y el viento, el suelo se secó con el sol, y sus nutrientes fueron lavados por las lluvias. La intensificación de la producción de gallinas y pollos, y el canibalismo reemplazaron sólo una parte de todos los alimentos perdidos. Estatuillas de esa época que todavía se conservan muestran gente con mejillas hundidas y costillas visibles, que sugieren que hubo una gran hambruna.
Con la desaparición de alimentos excedentes, la Isla de Pascua ya no pudo alimentar a los jefes, a los burócratas y a los sacerdotes que habían logrado mantener funcionando a su compleja sociedad. Los isleños supervivientes describieron a los primeros visitantes europeos cómo el caos y las disputas locales reemplazaron al gobierno centralizado y cómo una clase de guerreros se tomaron el poder de los jefes hereditarios. Las puntas de piedra de lanzas y dagas, fabricadas por los guerreros durante su auge en los 1600s y 1700s, todavía se encuentran por doquier en los terrenos de la Isla de Pascua. Alrededor de 1700, la población empezó a colapsar, reduciéndose hasta llegar a ser entre un cuarto y un décimo de lo que había sido. La gente se fue a vivir en cuevas para protegerse de sus enemigos. Alrededor de 1770 los clanes rivales empezaron a derribar los moais de sus rivales, y a romperles las cabezas. Por 1864 la última estatua había caído, había sido profanada.
Mientras intentamos imaginar el colapso de la civilización de Isla de Pascua, nos preguntamos por qué no miraron alrededor, porqué no comprendieron lo que estaban haciendo, y porqué no se detuvieron antes de que fuera demasiado tarde. ¿En qué estaban pensando cuándo talaron la última palma?
Yo sospecho, sin embargo, que el desastre no ocurrió de un golpe, sino que fue un largo, triste y gradual declinar. Después de todo, hay que considerar esos centenares de estatuas abandonadas. El bosque del que los isleños dependían para hacer rodillos y sogas no desaparecieron de un día para otro --fueron desapareciendo lentamente, durante décadas.
Quizás la guerra detuvo a los equipos de traslado de moais; quizás cuando los talladores hubieron terminado su trabajo, la última soga se cortó. En el entretanto, cualquier isleño que intentara advertir sobre los peligros de la deforestación progresiva habría sido acallado por los intereses creados de los talladores, los burócratas y los jefes, cuyos trabajos dependían de continuar con la deforestación. Los madereros del área Noroeste de la costa del Pacífico, en USA, son sólo los últimos en una larga lista de los que gritan "¡El trabajo primero, los árboles después!". Los cambios en el bosque, de un año al siguiente debieron ser difíciles de notar: sí, este año talamos este trozo de bosque aquí, pero los árboles están empezando a crecer de nuevo en ese sitio abandonado de allá. Sólo los ancianos, al recordar la época de su niñez, de décadas atrás, podrían darse cuenta de las diferencias. Sus niños pudieron no haber comprendido lo que contaban sus abuelos, como ahora mis hijos de ocho años pueden entender lo que mi esposa y yo les contamos de cómo era Los Ángeles hace 30 años.
Gradualmente los árboles fueron cada vez más escasos, más y más pequeños, y cada vez menos importantes. Para cuando cortaron la última palma adulta con frutos, ya hacía mucho tiempo que las palmas habían dejado de tener importancia económica. Ahora quedaban palmitas cada vez más pequeñas que botar cada año, además de algunos arbustos y arbolitos. Nadie habría notado la tala de la última palmita.
Ahora, para nosotros el significado de la Isla de Pascua debiera ser sobrecogedoramente obvio. La Isla de Pascua es el cuento corto de la Tierra. Hoy, de nuevo, una población creciente choca con recursos decrecientes. Tampoco tenemos ninguna válvula de escape por emigración, porque todas las sociedades humanas están unidas por el transporte internacional, y tampoco podemos escapar al espacio, así como los pascuenses no podían huir por el océano. Si nosotros continuamos por el curso actual, pronto habremos agotado las pesquerías mayores del mundo, los bosques de lluvia tropicales, los combustibles fósiles, y mucha de nuestra tierra para cuando mis hijos alcancen mi edad actual.
Cada día los periódicos informan de detalles macabros sobre países hambrientos --Afganistán, Liberia, Ruanda, Sierra Leona, Somalía, la ex Yugoslavia, Zaire-- donde los soldados se han apropiado de la riqueza o donde el gobierno central está quedando a merced de hordas locales armadas. Con el riesgo de guerra nuclear disminuyendo, la amenaza de que terminemos en un colapso generalizado no ha logrado que nos demos cuenta de que debemos detener nuestro curso actual. Nuestro mayor riesgo está ahora en que sigamos cuesta abajo, lentamente, sólo gimoteando, quejándonos. Las posibles acciones correctivas son bloqueadas por los intereses creados, por los líderes políticos y económicos "bien intencionados", así como por sus electorados, todos los cuales actúan perfectamente bien al no notar los grandes cambios de un año para otro. Cada año hay sólo un poco más de gente, y un poco menos recursos en la Tierra.
Sería fácil cerrar los ojos o rendirse a la desesperación.
Si a los pocos miles de pascuenses les bastaron herramientas de piedra y el poder de sus propios músculos para destruir su sociedad y su medio ambiente ¿cómo los 6 mil y medio millones de personas con herramientas metálicas y con poderosas máquina no lo vamos a hacer peor?
Pero hay una diferencia crucial. Los Isleños de Pascua no tenían ningún libro y no sabían la historia de ninguna otra sociedad condenada a sucumbir. Al contrario de los pascuenses, nosotros sabemos la historia del pasado --información que podría salvarnos. Mi principal esperanza para la generación de mis hijos es que nosotros ahora podemos escoger aprender del destino de sociedades como la antigua sociedad de la Isla de Pascua.
Última Edición: Domingo, 27 Noviembre 2005 @ 12:35 CET| Hits: 24.293