Lo prescindible
- Jueves, 02 Noviembre 2023 @ 12:09 CET
- Autor: Redacción CE
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San Jerónimo, hombre rico de Panonia, que abandonó
riquezas y honores y se fue a Belén a meditar sobre
los peligros del mundo.
“Y cuando llegue el día del último viaje
y esté a partir la nave que nunca ha de tornar
me encontraréis a bordo ligero de equipaje
casi desnudo, como los hijos de la mar”
Antonio Machado.
Último cuarteto de “Retrato”
Apertura de un pliego de propuestas sobre cuándo, cuánto y cómo desprenderse de lo prescindible.
CAPÍTULO 1. LA PUESTA EN ESCENA
Cuando se da una crisis sostenida en el tiempo, generalizada y lo suficientemente profunda, se tiende siempre a buscar a los culpables y a buscar las razones de la misma a posteriori. La crisis económica y financiera mundial, a la que los expertos y todos los medios de difusión occidentales ponen fecha de arranque hacia el año 2007, ya tiene más de seis años de antigüedad. Ha afectado y está afectando principalmente a algunos de los países desarrollados, los más débiles de entre los poderosos, aunque éstos últimos también empiezan a sentir el pálpito de la misma. Si lo que estos países avanzados consideran es una profunda crisis, el resto del mundo ya lleva décadas experimentando este tipo de crisis en sus respectivos países. Pero los ciudadanos europeos más afectados, por ejemplo, suelen tomar conciencia de la existencia del problema sólo cuando les afecta a ellos.
Una de las habilidades del sistema capitalista, consiste en fragmentar a los ciudadanos y a encasillarlos por sectores, por oficios, por sexo, por edad o hasta por creencia religiosa. Conviene a su supervivencia, pues estos grupos tienden a analizar sus propios problemas y a ignorar que la existencia de una crisis puede que vaya más allá de su gremio, su edad, su religión, su coyuntura, su sexo, su provincia, su autonomía o su país y que puede que no sea culpa del «otro» que no deja de ser nuestro hermano, aunque así nos lo hagan ver.
Se observa cada vez con más frecuencia la fea costumbre de achacar los males propios a los «otros», a los demás, a los vecinos a grupos ajenos o que se hacen ver como ajenos. El capitalismo tiene una gran experiencia en fragmentar, separar y luego enfrentar grupos humanos entre sí, para desviar de él los problemas que genera su pervertido e insostenible sistema.
En estos últimos años he venido asistiendo a lo que considero una vergonzosa cascada de acusaciones gratuitas contra nuestros propios vecinos, hermanos, compañeros, o de infortunio y de viaje en esta crisis. Por ejemplo, los que no son funcionarios, cargan sobre ellos (incluso teniendo parientes, vecinos, amigos, etc. que lo son), y los señalan como parásitos que chupan del presupuesto general, mientras gozan de privilegios inmerecidos. No importa a casi nadie saber qué será de las vidas de esos funcionarios si terminan de ser expulsados de sus puestos y se quedan en la calle. Hay especialistas en señalar la paja en el ojo del funcionario vago e ignorar, quizá, vigas en el propio ojo o minimizar o despreciar los trabajos honestos y necesarios de muchos otros funcionarios. Que se busquen la vida en algo «productivo», dice la mayoría de los que consideran que sobran quizá dos de tres millones de ellos. El capitalismo se frota las manos de placer con estos enfrentamientos simplistas y fratricidas entre los propios ciudadanos.
Los directivos de la banca, por ejemplo, comienzan a descubrir, de repente, que les sobran empleados y sucursales y vomitan decenas de miles de ellos a la calle, con mejor o peor arreglo. Ya no son necesarias, al parecer, sucursales bancarias en cada esquina privilegiada de nuestro país.
¿Y qué decir de los ancianos? Pues que sobran también. Que son muchos y cobran más ya que la mayoría de los jóvenes empleados. No parece importar si esos ancianos están manteniendo a muchas de sus familias, hijos o nietos, tocados por el desastre que nadie quiere pensar que quizá seas estructural y que exigiría otra forma de tratamiento que echar la culpa al abuelo o abuela, que no dejan de ser carne de nuestra carne y nuestra propia familia. Simplemente, no son «productivos», no son necesarios en esta sociedad utilitarista. Algunos proponen, después de años empujando a las mujeres a salir de sus hogares y de los cuidados tradicionales a los miembros de sus familias, para volcarlas y crear mano de obra excedente que baje los precios de la mano de obra en fábricas y talleres, que ahora deberían volver a sus cocinas. El capitalismo da palmas con las orejas viendo como nietos cargan contra abuelos, abuelos, hombres contra mujeres y mujeres contra hombres, empleados públicos contra privados y privados contra públicos. Como los desesperados exigen que el que todavía alberga algún beneficio laboral o social, debería desprenderse de él para dejar ese recurso para los demás.
Así, las voces de muchos alienados y asustadizos ciudadanos, claman sobre los parados y lo mucho que consumen, sin caer en la cuenta de que se trata de su misma especie, de su cuñado, vecino, amigo, etc. Los medios apesebrados del capital se ensañan y se recrean contando casos de fraudes (que sin duda los hay) y abusos de algunos parados, de forma que al final lo que suele pedir el futuro candidato al paro que hoy cree que nunca le va a tocar a él, es que limiten, disminuyan o eliminen subsidios, paros y demás. Otros que sobran, mientras el capital sigue acumulando riqueza. Enfermos crónicos, desahuciados, todos sobran; todos cargan al sistema y los que todavía no han sido excretados por él, claman que hay que reducir, prescindir del acceso de estas personas a los bienes y servicios que justo antes de la crisis, todos consideraban logros sociales irrenunciables y sin vuelta atrás
En este curioso y alienado comportamiento, he observado con una frecuencia terrible, que al ciudadano alienado le parece que los demás sobran, pero casi nunca piensa que quizá el que sobre es él o que quizá lo que sobre y haya que eliminar es un modo de vida derrochador, generador de cosas superfluas, que además son generalmente dañinas para el medio natural.
Todos van sobrando, menos yo, claro está. Todos (o muchos) hacen trabajos inútiles, costosos, innecesarios en época de crisis (menos nosotros, que siempre somos muy útiles).
En época de crisis profunda, que algunos creemos es estructural y no coyuntural y que indudablemente exigirá ajustes graduales a la baja y a lo largo del tiempo, esto obliga a reflexionar sobre lo que es prescindible para el ser humano y lo que resulta verdaderamente imprescindible.
El planeta da signos de agotamiento y los hombres se dividen entre los pocos que dan muestras de miedo y los muchos que no quieren saber nada. Los ladrillos del sistema y sus entramados financieros, otrora gloria del artesonado capitalista empiezan a desmoronarse. Es un sálvese quien pueda.
Si de algo hablaré en este documento, es de lo poco que han servido antiguas experiencias sobre hechos similares, y la inmensa capacidad que el ser humano tiene para tropezar innumerables veces en la misma piedra.
Pero de lo que trataré en diferentes capítulos es de analizar qué funciones sociales, qué trabajos, que producciones de bienes o prestaciones de servicios son realmente imprescindibles en cada estadio de consumo, en función del modelo de sociedad que se pretende. Es una forma, un intento de desenmascarar sobre todo a los autosuficientes, a los arrogantes, a los que tienen miedo a los «otros» y son tan incapaces de enfrentarse al modelo que los consume como osados con el débil que tienen al lado. Descubriremos no sólo lo que sobran y molestan los demás y sus ineficiencias e inutilidades, sino también y sobre todo, lo que a cada uno de nosotros nos sobra, poco o mucho. De qué bagaje de consumo innecesario nos podemos o nos tendremos que desprender todos en el camino descendente del agotamiento de los recursos, con el objetivo sencillo y primordial, justo, equitativo y fraterno para que todos podamos ir manteniendo una vida mínimamente digna (que es aquella que cubre los derechos o necesidades más básicas) y no tanto que unos pocos insistamos en mantenernos en nuestro nivel, aunque sea excesivo y oneroso, no importa las legiones de excluidos crecientes que vayamos desalojando de nuestra única y común nave Tierra por el camino de la vida.
Para ello, desarrollaré en el primer capítulo lo que considero son los mínimos vitales verdaderamente imprescindibles para los seres humanos, que son los más fáciles de evaluar y que para su obtención o satisfacción necesitan a su vez muy pocos medios y muy poca energía. Serían básicamente la alimentación en el nivel de las 2.900 kilocalorías diarias y acceso a un mínimo de agua potable, el vestido (y hace falta muy poco; quizá algo más en países de clima severo), un cobijo mínimo, para protegerse del medio, que será más costoso cuanto más hostil sea el medio, pero que no exige necesariamente 150 metros cuadrados por pareja o familia. Una sanidad mínima que trate los principales problemas de salud, pero no necesariamente el derecho a escáneres tridimensionales. Educación, que no tiene por qué ser universitaria. Y poco más.
Sirva como arranque una primera referencia a la torre de Babel de la Biblia, con el famoso cuadro de Pieter Brueghel el Viejo, símbolo como se disuelve la arrogancia humana apoyada en su creencia en que la tecnología todo lo podrá. Sueño desbaratado finalmente por la propia complejidad e insostenibilidad que los hombres se dieron a sí mismos. No hay mejor forma de explicar que el aumento creciente de complejidad conduce a la confusión de las lenguas.
En estos momentos de tribulación, San Ignacio de Loyola aconsejaría a los miembros de su congregación no hacer mudanza.
No voy a sugerir tal, sino más bien proponer un periodo de reflexión y meditación sobre aspectos claves de la vida humana. Posibles formas de enfrentar los próximos y temibles acontecimientos en el devenir humano. Momentos de búsqueda de la serenidad, la simplicidad, el raciocinio.
Arrancaré con una reflexión antropológica, termodinámica y hasta religiosa sobre las clásicas esencias: de dónde venimos y quienes somos, Si consigo centrar estas dos cuestiones fundamentales, entraré en la tercera y no menos importante, como colofón, que es la de plantearse adónde vamos, sin pretender en absoluto sentar cátedra ni hacer en modo alguno de guía espiritual ni predicador, de los que, como ya San Juan nos previene en su Apocalipsis, aparecerán como setas en otoño benigno, en tales momentos de tribulación.
UNA EVOLUCIÓN EXPONENCIAL
Homo sapiens sapiens
El metabolismo del ser humano exige entre 2.800 y 3.200 kilocalorías para sobrevivir. Los toma de los alimentos que ingiere y del sol y esa misma energía la expulsa en forma de heces, trabajo físico o esfuerzo muscular, que provoca la radiación de calor al medio. Así lo exige el equilibrio termodinámico.
Si ponemos esto en vatios equivalentes, son unos 2.400 vatiosxhora por día. Un ser humano vivo, en promedio, es como tener una bombilla de 100 vatios encendida permanentemente.
El mono desnudo es incontestablemente sostenible y ha sido evidentemente perdurable como especie. Y se mantuvo como tal muy estable en el número total de individuos, de muy pocos millones, que poblaron el planeta entre dos y tres millones de años.
En este estadio, el hombre permaneció desde que se le considera como tal en el proceso de la evolución, durante todo ese largo periodo de tiempo, sin producir cambios visibles en el medio natural, demostrando de paso su gran capacidad de supervivencia. Esa puede ser perfectamente una descripción bíblica del Paraíso Terrenal, en el que la Naturaleza proveía y el ser humana vivía sobre ella, pasaba sin tocarla ni mancharla.
El fuego
Prometeo robó el fuego a los dioses hace unos 300 ó 500.000 años, al decir de los antropólogos y los hombres accedieron y aprovecharon por primera vez sistemas energéticos externos y diferentes de los del funcionamiento de su propio organismo. Los antropólogos tasaron esta primera apropiación extra de energía en unos 50-80 vatios por persona, adicionales a los 100 vatios de potencia promedio de su propio metabolismo.
El primer castigo que impusieron los dioses a los seres humanos hizo que se les cayese el pelo, en el doble sentido de la palabra. Esto en el sentido antropológico. En el sentido mítico, los griegos dicen que Zeus castigó este atrevimiento encadenando a Prometeo a una roca, donde un águila le comía constantemente las entrañas. El mito bíblico nos decía que éste salto se pagaba con la expulsión del paraíso.
Pero la imagen más poderosa de este castigo al atrevimiento humano es la que Dios inflige al hombre (en realidad se inflige el hombre a sí mismo) al verse obligado, por primera vez, a ganar el pan con el sudor de la frente. He aquí una buena representación del falso mito del progreso humano.
El hombre ya estaba empero cegado con su nuevo y flamante poder, que le permitía conquistar latitudes más septentrionales y frías, con el fuego como compañeros de viaje. Así permaneció este medio millón de años, también aparentemente sin dañar excesiva o de forma apreciable el medio. Pero esta mayor capacidad de apropiación de recursos energéticos permitió aumentar su población a varias decenas de millones de ejemplares.
La agricultura y la ganadería
El siguiente salto cualitativo en la apropiación de los recursos energéticos exosomáticos, se produce apenas hace entre 8 y 10.000 años, cuando el ser humano sistematiza el cultivo de plantas, dando comienzo a la agricultura y casi al mismo tiempo, domestica los animales. La valoración que hacen los antropólogos de esta nueva dieta energética, convierte al agricultor primitivo en una máquina de unos 300 vatios de potencia promedio equivalente. Esta habilidad para exprimir mejor los recursos naturales, de apropiarse de ellos con mayor fruición e intensidad, también consigue multiplicar su población alrededor del centenar de millones de individuos, a cambio de empezar a modificar ya de forma ligeramente apreciable algunos entornos limitados y colonizar más territorios.
Este proceso ve progresos en la capacidad de construir artefactos mecánicos cada vez más perfeccionados. La selección de especies animales y vegetales de mayor rendimiento; el perfeccionamiento de los navíos que permite acceder a continentes lejanos, la invención de la pólvora, las armas de fuego y la potenciación de la esclavitud o la intensificación del uso de metales y aleaciones diversas, permite saltar y colocar a ciertas sociedades europeas ,en el nivel de los 500 vatios de potencia promedio por persona, en las culturas dominantes, hacia el comienzo de la era moderna; estadio de apropiación de recursos que coincide con la llegada a América de los europeos.
La especie salta hasta varios cientos de millones de ejemplares, coloniza gran parte del globo terráqueo (Non Plus Ultra!), dibuja monocultivos en grandes superficies y se ve capaz de transportar determinados bienes a miles de kilómetros, aunque sea a vela. El hombre agrícola avanzado ya consume como cinco monos desnudos.
La era de los motores y los robots.
Y en estas llega James Watt e inventa la máquina de vapor que se mueve con leña o carbón.
Se produce, literalmente, una explosión en el consumo de energía y de apropiación de los recursos. El expolio de los recursos naturales es de tal calibre, que lo que da de sí la biosfera, ese maravilloso manto fértil bidimensional de la superficie de la tierra, no alcanza para saciar el hambre energética de las máquinas que creímos al servicio del hombre. Inglaterra ve cómo sus bosques desaparecen como por encanto y varios países europeos abren enormes calveros en los suyos.
El hombre redescubre la tercera dimensión perforando la corteza terrestre a cada vez más considerable profundidad. Se lanza a extraer de la litosfera, de las profundidades de la tierra, lo que la biosfera ya le empieza a negar en superficie. Comienza con el carbón, que empareja muy bien con las máquinas de vapor.
La Alemania de finales del siglo XIX y principios del XX, avanzada de la mecanización en el siglo de las luces, llega a alcanzar la enorme cifra de los 3.000 vatios per capita. Ese es el nivel aproximado promedio del consumo mundial de energía en esta primera década del siglo XXI.
Cada homo industrialis ya consume como treinta homo sapiens. Su habilidad en la apropiación de recursos energéticos con los que transformar el medio, le permite alcanzar el umbral de los mil millones de habitantes en el globo, a comienzos del siglo XX.
Los combustibles líquidos. El petróleo y sus derivados
Muy poco después Otto y Diesel inventan los motores de explosión, que se mueven quemando combustibles líquidos. La producción en cadena; la cadena de montaje es el penúltimo impulso a la capacidad de transformar la naturaleza en provecho propio. El petróleo, el aceite de piedra -petro-óleo-, también extraído de la tercera dimensión que es la litosfera, dada su enorme versatilidad, facilidad de almacenamiento y transporte, utilidad diversa mediante el refino, y alto potencial energético (relación energía por unidad de volumen), se convierte en el combustible ideal y a mediados del siglo XX termina definitivamente sobrepasando al carbón como rey del aporte de energía primaria, dominando muy especialmente el área del transporte de grandes pesos y volúmenes a grandes distancias.
La Humanidad, que se había mantenido bastante estable durante dos o tres millones de años, se dispara a los 4 y 5.000 millones de individuos. En este estadio civilizatorio de homo industrialis avanzado, los países avanzados llegan a los 6.000 vatios per capita.
El ser humano de la era industrial consume, pues, como sesenta esclavos puestos a su disposición; como sesenta homo sapiens.
Debiéramos preguntarnos si el progreso, tal y como lo hemos medido hasta ahora, fundamental y precisamente por los saltos tecnológicos, no ha sido más bien producto de hacer virtud de la necesidad que surgía de los progresivos agotamientos del entorno que iba dominando.
Como cabe hacerse la pregunta de si la esclavitud, como se conocía tradicionalmente, no se habrá abolido, más que por la elevación del nivel de conciencia y la bondad de los opresores y dominadores, por su cada vez menor necesidad de secuestrar energía exosomática, una vez que las máquinas rendían aparentemente más que los esclavos.
Guerras por los recursos energéticos. Beans, Bullets and Oil.
El siglo XX ve las primeras guerras globales por los recursos y principalmente los energéticos. No es sólo la decisión de Churchill de pasar la flota británica del carbón al petróleo lo que le da una ventaja guerrera decisiva al imperio británico. Un general estadounidense señalaba muy gráficamente también la variación de prioridades de su ejército entre la Primera y Segunda Guerra Mundial: pasaron de ser «beans, bullets and oil» (judías, balas y petróleo) en la primera, a ser «oil, beans and bullets» (petróleo, judías y balas) en la segunda.
A lo que se podría añadir, que en la tercera, las prioridades serán «oil, oil and oil». La cuarta, ya lo dijo Einstein, que se temía cómo sería la tercera, se libraría con piedras.
Pero es que los objetivos también se centran, cada vez más, en los lugares donde se encuentran los grandes yacimientos de petróleo. Desde la obsesión de Hitler y Stalin por controlar los yacimientos del Caspio, o las fieras luchas entre Rommel y Montgomery por los pozos del norte de África, pasando por el bloqueo del suministro del petróleo que extraía Japón del archipiélago indonesio, que disparó el ataque posterior a Pearl Harbour, hasta las últimas guerras del golfo Pérsico (almacén del 70% de las reservas restantes del planeta) o del Cáucaso.
La electricidad, nuevo salto cualitativo.
Al petróleo le sigue y acompaña, con verdadero ritmo frenético, la explotación intensiva del gas natural y del uranio, éste último, por primera vez, un combustible no fósil ni de biomasa , que viene precedido por la construcción de saltos hidroeléctricos. La electricidad dota de gran poder de concentración humana a las ciudades que no hubieran podido alcanzar ese grado de concentración, sin el aporte de gigantescas cantidades de energía muy elaborada, que deja la suciedad que genera en el exterior y llega “limpia” al entorno urbano. El hombre tecnológico ha acabado el siglo XX con 6.700 millones de seres poblando el planeta y por primera vez en la historia, con más población en grandes ciudades que en el mundo rural. Y además, tenemos que transportar nuestros crecientes residuos también a distancias cada vez mayores para que las ciudades puedan seguir siendo transitadas, con sistemas que enajenan la capacidad del individuo de reutilizar los bienes que consume.
El homo tecnologicus exige 120 esclavos a su disposición.
La sociedad tecnológica es la cumbre del paroxismo consumista, con los ciudadanos de sus culturas dominantes consumiendo como máquinas de 12.000 vatios de potencia promedio por persona. Un hombre que lleva 120 bombillas de 100 vatios cada una encendidas permanentemente. Los orgullosos ciudadanos de la cultura tecnológica, apenas un puñado de países privilegiados hoy (Canadá, EE. UU. y pocos países europeos) consume cada uno de ellos, en promedio, unas 120 veces lo que su antecesor primero, el mono desnudo con que el que comencé este cuento.
Una situación insostenible, que no impide que la cultura dominante siga imponiendo la paradoja de que más tecnología puede reducir el consumo con mejora de la eficiencia, algo que los hechos distan mucho de confirmar a nivel global y en todo el proceso de evolución humana.
Las consecuencias: Bosques, ríos cultivos, agua, residuos, gases…
En el último siglo, hemos multiplicado la población humana y el consumo de energía por seis. En los últimos cinco siglos, hemos acabado con la mitad de los bosques del planeta, que desaparecen a un ritmo neto de, al menos, el 1% anual.
Hemos envenenado y obstruido los grandes ríos del planeta, que transcurren casi biológicamente muertos, o lo que es peor, con especies que se recomienda no comer. Hemos canalizado y secado muchos de los ríos medianos y pequeños; estamos agotando los acuíferos subterráneos a ritmos muy superiores a los de reposición. Para satisfacer nuestras necesidades agrícolas, ganaderas, residenciales e industriales, consumimos 5.000 Km3 de agua dulce de los 9.000 Km3 que existen en el planeta, accesibles al ser humano.
Hemos ocupado el 10% de la superficie de todos los continentes para cultivos agrícolas, para alimentación humana y animal. Salinizamos y agotamos la capa fértil de la tierra, sin darle descanso y esquivamos este expolio arrojando millones de toneladas de productos fertilizantes de síntesis y pesticidas de todo tipo, para mantener y aumentar las producciones, que se ven como negocio, más que como necesidad.
Agotamos las pesquerías fluviales y marinas y reducimos la biodiversidad con monocultivos y arrasando áreas vírgenes.
Hemos envenenado y seguimos envenenando el agua del mar, arrojando toda suerte de residuos.
Además, lanzamos unos 30.000 millones de toneladas de CO2 a la atmósfera cada año, que parece ser la única cosa que hoy preocupa a muchos, pero además, también enormes cantidades de metano, que es 21 veces más potente como gas de efecto invernadero que el CO2. Y emitimos también millones de toneladas de gases en forma de óxidos nitrosos y nítricos y anhídridos sulfurosos, que provocan lluvias ácidas. Emitimos gases cloro-fluor-carbonados y al quemar nuestros propios y cada vez más voluminosos residuos emitimos los muy venenosos furanos y las tremendas dioxinas.
Comemos petróleo.
Seis de cada siete calorías que ingieren los europeos provienen de los combustibles fósiles y solo una de la fotosíntesis que provoca la luz solar. Y 9 de cada diez calorías son de origen fósil para los norteamericanos. Así, Dale Allen Pfeiffer puede decir con toda propiedad que comemos petróleo. Sin este combustible, la producción alimentaria caería en picado, al menos en las dramáticas proporciones ya indicadas.
De entre las culturas que aspiran a vivir en armonía con la naturaleza y las que aspiran a dominarla, la urbana, industrial y masificada ha terminado prevaleciendo.
Paradójicamente, nada más triunfar sobre ella, ahora, aspira a volver a vivir “ecológicamente” o de forma “sostenible”, pero eso si, manteniendo o aumentando los ritmos de explotación actuales, aunque con la contradicción de que quiere hacerlo solo tomando esta ingente cantidad de energía de la biosfera en la cantidad y al ritmo que la ésta la produce.
12.000 millones de Toneladas equivalentes de petróleo (Tpe´s).
Difícil tarea. Porque hoy consumimos un 80% de la energía primaria de fuentes no renovables y de la tercera dimensión; de las profundidades terrestres, de la litosfera. Y apenas un 20% de la corteza terrestre, de la biosfera. Y a pesar de ser sólo un 20% lo que tomamos del manto terrestre, ya estamos provocando un agotamiento de los recursos que convierte a los renovables, como los bosques y determinados flujos de agua en cursos fluviales en no renovables.
Porque nos apropiamos de la energía a una velocidad 400 veces mayor que la que entrega la biosfera y podemos razonablemente adquirir con carácter renovable. En cuanto a los fósiles, la actual velocidad de extracción de los mismos es un millón de veces más rápida que la que la Naturaleza tardó en formarlos en sus intestinos, los pliegues tectónicos de la Tierra.
Decía que el promedio mundial de consumo energético en varias naciones privilegiadas y grupos dirigentes de los demás países ha alcanzado los 12.000 vatios per capita de potencia promedio en consumo de energía.
El promedio mundial, sin embargo, anda por los 2.700 vatios de potencia promedio por persona. Como si cada habitante de este poblado mundo llevase colgados a las espaldas cerca de 3 radiadores eléctricos de mil vatios cada uno. O se comportase cada uno como 27 monos desnudos.
Principio de Pareto o de distribución desigual (originado por el intercambio desigual).
El 20% de los habitantes de los países llamados generalmente desarrollados, consumen el 80% de la energía y consecuentemente de los recursos, mientras el resto del 80% de la Humanidad se tiene que conformar con el 20% de los recursos restantes. Hay dos formas de describir este expolio o despojo: uno se llama el principio de Pareto, que responde a este esquema de distribución injusta del 80/20 y 20/80. El otro es la notación marxista del intercambio desigual de bienes, que el desarrollo y perfeccionamiento del comercio mundial y la agilización que ha promovido el potente y predominante mundo financiero han convertido el juego en multitud de intercambios desiguales en cadena; en referencia, por ejemplo, a países como España y similares, expoliados por países más avanzados y al mismo tiempo con capacidad suficiente como para explotar a otros tantos por su cuenta y en competencia con los primeros.
Es curioso que estando en esa proporción tan abrumadora del 70-80/30-20 y 20-30/80-70, como se observa en el dramático gráfico anterior, el objetivo más ambicioso de los países enriquecidos a costa de los recursos naturales de todos los demás, sea el de donar el 0,7% de sus propios presupuestos, que ni siquiera se llega a alcanzar, pero que al parecer dejaría la conciencias bien tranquila a muchas ONG’s cuyo lema parece reducirse a “menos es nada”. Y no, no es el 0,7%. Es el 70% lo que deberíamos entregar o mejor aún, dejar de expoliar al resto del planeta, si queremos dar un buen ejemplo a seguir y ser verdaderamente consecuentes, “sostenibles” y ecológicos”.
Los flujos, en una sola dirección
Oscar Carpintero, en su magnífico libro analizando el metabolismo de la economía española en el periodo 1950-2000, observa que España adquiere cuatro veces más bienes materiales del exterior de los que exporta.
Lo mismo sucede con todos los países desarrollados y tecnológica y financieramente poderosos: el análisis de su puro funcionamiento metabólico dice a las claras que se están apropiando de muchas más materias primas de las que ofrecen en sus intercambios. Paradójicamente, son estos países los principales acreedores del mundo, de forma tal que se produce el milagro del expolio del intercambio desigual e injusto, pero bien razonado: fluyen los recursos naturales a los sumideros energéticos del planeta y fluyen también, como por ensalmo, los flujos financieros en la misma dirección y no en la contraria. Ha variado que ahora ya no es necesario realizar expediciones al golfo de Guinea a por esclavos, cuyos flujos humanos, como no podía ser de otra forma, también se mueven en la misma dirección. Aunque ahora los esclavos ya no huyen como de la peste de los bajeles negreros que aparecen en el horizonte marino, sino que son ellos los que pagan a los negreros el viaje en patera a ninguna parte y por adelantado.
Fe ciega en la tecnología.
Lo sorprendente es que a la vista del gráfico anterior sigamos creyendo que más tecnología y más actividad económica conducirá a menos consumo de energía o a menos emisiones de gases de efecto invernadero y demás emisiones contaminantes.
No se sabe bien por qué el hombre moderno tiene una fe tan ciega en la tecnología para sacarle del atolladero en que se ha colocado a sí mismo. Porque es precisamente el uso cada vez más intensivo de la ciencia y la técnica, ahora derivada en tecnología, lo que le ha hecho pasar de estar totalmente integrado en la naturaleza mientras fue mono desnudo y a consumir solo la energía que le servía como alimento, a que el alimento directo sea apenas el 5% de su dieta energética y dedicar un 30% a la economía doméstica, un 40% a la industria y la agricultura y el 25% restante al transporte.
Convendrá recordar aquí la famosa frase de Einstein que no me cansaré de repetir: “No se puede resolver un problema utilizando la misma lógica que lo creó” Más claro, agua, aunque sigamos dándonos de cabezazos contra la pared.
Lo sorprendente es que todavía nos creamos que con este modelo que nos hemos dado, todavía podemos evitar el calentamiento global, con desenchufar el cargador del móvil por las noches, comprarnos un coche híbrido y algunos ajustes cosmético-energéticos más, siguiendo las enseñanzas del profeta Al Gore. Y no es con cataplasmas como se resuelve este dilema.
Esto, a decir verdad, solo se resuelve con una enmienda a la totalidad del sistema, con un cambio del modelo de la forma de vida, pero de raíz. Si será posible o no, será sometido a debate más adelante.
100.000 millones de Tm. de materia.
Tomamos la energía como si fuese un bien de consumo más, también sujeto a las reglas del mercado. Pero la energía no es un simple bien de consumo más; es el requisito previo para poder realizar el trabajo que pone todos los demás bienes a nuestra disposición. Incluso la energía exige energía para poder ser puesta a disposición. Los seres humanos extraen, procesan y transforman 12.000 millones de toneladas equivalentes de petróleo cada año, en diversas formas y de distintas fuentes.
Pues bien, todo ese flujo ingente de energía, de materia física combustible (y no otra cosa etérea o una entelequia financiera) es el que nos permite extraer, procesar, transformar, transportar, movilizar usar y consumir y hasta desechar unos 100.000 millones de toneladas de materia prima cada año. El gran logro y la gran tragedia de la humanidad es precisamente esta asombrosa capacidad de maniobra sobre la naturaleza. Nada menos que 15 toneladas de materia movilizada cada año, por cada uno de los muchísimos habitantes del planeta, de los que dos toneladas son la propia energía que luego hace posible este milagro, que no se sabe si es más bien un regalo envenenado; otra venganza más de los dioses, esta vez diferida, sobre los descendientes de Prometeo.
Una bomba de relojería: I = T*R*P
El impacto del hombre y su actividad sobre el medio se guía por una ecuación que es I = T*R*P, en el que I es el impacto que provoca sobre el medio, T es el estadio técnico o tecnológico del que se dota para transformar la naturaleza y apropiarse de bienes: R es el grado de riqueza, bienestar o desarrollo en que se encuentra y P es la población sobre ese medio. Todas ellas interaccionan entre sí. Y es esa interacción la que nos ha llevado en tan sólo un siglo de mil a seis mil millones de habitantes y que cada uno de ellos haya pasado además a consumir como veintidós monos desnudos. Este nivel de consumo, individual y colectivo, es lo que es verdaderamente insostenible y está claro que más tecnología no va a lograr sino dispararlo.
Pero en este desaguisado de proporciones descomunales no podemos cargar las responsabilidades de forma igualmente estadística sobre todos. El consumo de bienes y la apropiación de los recursos naturales, siendo la energía la conditio sine qua non para ello, se lleva a cabo de forma muy desigual y muy injusta. Como se ha visto, unos cardan la lana y otros se llevan la fama.
El cenit de una producción como concepto.
En esta situación grave de depredación de los recursos per capita y totales, surge una nueva complicación. El petróleo llega al cenit de su producción mundial y el gas natural le va a seguir con bastante rapidez.
El petróleo se encuentra impregnando rocas, más o menos porosas, en el subsuelo. Su extracción se realiza perforando la corteza terrestre. Según sea el yacimiento, el líquido sale más o menos fácilmente por su propia presión interna. Cuando se descubre un yacimiento, los geólogos realizan un mapa del mismo con más perforaciones hasta que delimitan su extensión, profundidad, presión y calidad. Al principio, el volumen de extracción va aumentando con más perforaciones que hagan rentables los sistemas de transporte del mismo (ferrocarriles con cisternas u oleoductos, etc.).
A medida que se extrae el petróleo, la presión del yacimiento, siempre de dimensiones limitadas, suele disminuir y con ella, el flujo o ritmo de extracción del mismo. Y finalmente, el flujo comienza a disminuir, aunque a veces la presión se fuerza con inyección de líquidos (p.e. agua de mar) o gases (CO2, nitrógeno, etc.). Este ritmo de extracción, de explotación o consumo, por parte de la sociedad, tiene una forma de campana, llamada curva de Hubbert, en honor al geólogo estadounidense de Shell, Marion King Hubbert, que fue el primero en sistematizar este comportamiento, estudiando los grandes y medianos yacimientos estadounidenses. Es una curva gaussiana o sigmoide, parecida al perfil de una campana: el rimo de extracción sube primero y llega a un punto en que el aumento reduce su ritmo y llega a un pico o meseta, que a veces puede ser doble, para luego declinar, irreversiblemente, hasta que el yacimiento se agota totalmente.
Hubbert predijo en los años 50, cuando EE. UU. nadaba en petróleo, que al ritmo de explotación y con las reservas conocidas, conociendo el comportamiento de cientos de pozos y decenas de yacimientos, ya en pronunciado declive, su país llegaría al cenit en 1970 y el mundo lo haría en el año 2000. Hubert fue ridiculizado durante casi dos décadas, hasta que en 1971, los EE. UU. Llegaron efectivamente a su cenit, para luego entrar en el terrible declive en que hoy se encuentra. Pasó de ser el primer productor, consumidor y exportador del mundo, precisamente en la cima de su producción, en 1970, a ser el mayor importador de petróleo del mundo y a necesitar importar cerca del 70% del petróleo que hoy consume, a pesar de haber descubierto grandes yacimientos en Alaska y en el golfo de México, con posterioridad a su cenit de producción. El cenit, observan los geólogos, se suele producir aproximadamente cuando la mitad del recurso extraíble ha sido explotado.
Hubbert predijo también, con los datos de las reservas probadas que tenía en los años 50, que el mundo entero llegaría a su cenit de la producción hacia el año 2000. Aunque desde los años 70 se han descubierto muchos grandes y miles de medianos y pequeños yacimientos, Colin Campbell y Jean Laherrere, dos importantes geólogos, publicaron sus conclusiones con bases de datos mucho más completas y actualizadas: el mundo llegaría a su cenit hacia el 2008-2010. Se basaban en los cálculos de más cerca de un centenar de países productores, de los que ya más de 50 se encontraban en declive, y centenares de yacimientos y miles de pozos ya agotados. Su trabajo, publicado en 1998 en la revista Scientific American, tuvo el efecto de una gran sacudida mundial y supuso la reivindicación total de la memoria de Hubbert a nivel mundial. Estos geólogos crearon ASPO, la Asociación para el Estudio del Cenit del Petróleo y el Gas, que ahora tiene más de treinta y cinco asociaciones nacionales, todas ellas sin ánimo de lucro y que en España representamos desde la Asociación para el Estudio de los Recursos Energéticos.
Kenneth Deffeyes, profesor emérito de la Universidad de Princeton y discípulo de Hubbert, dijo en una reunión de ASPO en 2005, que el mundo había llegado al cenit de la producción de petróleo el día de Acción de Gracias a las 15.00 horas. Muchos tomaron a broma la predicción desde luego irónica, si bien se ha observado que en 2005 se produjo efectivamente el punto máximo de la producción mundial de petróleo que los geólogos definen como “convencional regular”. La producción total ha seguido subiendo hasta los 86 millones de barriles diarios, a base de compensar la caída de la producción de petróleo regular convencional con el aumento de lo que se denomina petróleo no convencional (el polar, de aguas profundas, el de esquistos bituminosos o arenas asfálticas o los líquidos combustibles que se extraen del gas), de forma que éste supone ya más del 20% del total de la producción mundial.
La levadura, los genes y el crecimiento exponencial.
En este punto, cabe preguntarse por qué los EE. UU., salvo Hubbert, con toda su ciencia y técnica y poder analítico y financiero no pudieron prever y menos aún, anticipar, su llegada al cenit y posterior declive. O también por qué precisamente cuando el mundo está llegando al cenit de la producción, al mundo entero no parece importarle nada.
Un posible razonamiento puede quizás observarse en una tinaja de mosto, lista para convertirse en vino. El proceso se realiza mediante la multiplicación de los hongos de la levadura, que crece bien en un medio alimenticio de este tipo.
Pongamos esta premisa simplificada: el mosto tardará aproximadamente tres semanas en que las la levadura que lo fermenta, transforme totalmente el nutriente de los azúcares en alcohol etílico.
Pues bien. Supongamos que los hongos duplican su población cada hora. La pregunta es ¿cuánto tiempo tardarían en llegar a consumir la mitad de los azúcares de la tinaja? O dicho de otra forma ¿cuánto tiempo queda para terminar de convertir la mitad de una tinaja en alcohol, cuando ya la otra mitad del mosto se ha transformado?
La respuesta simplificada es que este nivel se alcanzaría en la última hora de las tres semanas de fermentación.
La mayor carencia de la raza humana.
Albert Bartlett, un profesor de la Universidad de Colorado dice, y no sin cierta razón, que “La mayor carencia de la raza humana es su incapacidad para entender la función exponencial.»
Al igual que la levadura sobre el mosto, los humanos hemos actuado sobre el medio natural. Estamos a las 11 de la noche del último día de una vida de tres semanas, en que dispondremos de recursos energéticos suficientes para vivir. Nunca habíamos sido tantos comiendo tanto. Y celebramos que todavía nos queda media tinaja entera de mosto por digerir. Pero al no poder asimilar el significado de la función exponencial, tendemos a creer que nos queda la mitad del tiempo para actuar y corregir el rumbo. Vivimos y actuamos según el famoso “Dios proveerá”.
150 millones de años de formación, consumidos en 150 años.
Con el petróleo, con el gas o con cualquier recurso finito y sujeto al agotamiento, pasa igual que con el mosto. Estos combustibles fósiles tardaron varias decenas de millones de años en formarse, y hemos tardado, desde que empezamos a utilizarlos unos 150-200 años en llegar a consumir la mitad de los que están disponibles, principalmente el petróleo y el gas.
Pero al ritmo de multiplicación de los hongos de nuestro comportamiento pretendidamente humano, la otra mitad desaparecerá en apenas medio siglo más. Y si no lo hace en la última media hora, es porque ni los hongos ni los humanos siguen una exponencial perfecta. Pasan por las mismas fases de demora inicial, en que las levaduras se aclimatan a las condiciones del mosto; luego, una fase de crecimiento, efectivamente exponencial, para seguir con una fase estacionaria, obligada por la enorme población de levaduras, que hace mantenerse la transformación a velocidad y temperatura más o menos constante y finalmente entrar en una fase de velocidad de fermentación declinante e irreversible, en la que las levaduras comienzan a morir por falta de nutriente.
Casi especular con la curva de Hubbert para la explotación de los recursos fósiles. Dejo algunas preguntas para el debate, más filosóficas que energéticas:
¿Verdaderamente tenemos libre albedrío o estamos tan predeterminados en nuestro accionar como los hongos de la levadura? ¿Tendrá razón Richard Dawkins, al creer que nos comportamos como un simple gen egoísta? ¿Hay forma de frenar voluntaria, consciente y colectivamente un modo de consumo tan exponencial como insostenible? ¿De qué nos sirve que nos cuenten el pecado de Prometeo, si nosotros seguimos justificando y ensalzando el robo que nos dio el primer acceso a la ciencia, y a su hija bastarda, la técnica y luego a su nieta bastarda, la tecnología? ¿De qué nos sirve, que nos digan que no deberíamos jugar a ser como dioses comiendo manzanas prohibidas, porque Jehová puede expulsarnos del paraíso de cazadores recolectores y enviarnos a ganar el pan con el sudor de nuestra frente de agricultores y ganaderos, o peor aún, con el gran sudor de la prominente frente de seres industriales y tecnológicos?
¿Por qué sigue vigente el mandato Abrahámico del “creced y multiplicaos”, posiblemente razonable cuando los individuos eran pocos y la naturaleza mucha y hostil, si ahora el hostil es el hombre y la naturaleza dominada está rodilla en tierra?
Las finanzas mundiales, heraldo del agotamiento de los bienes físicos.
El interés bancario, no es otra cosa que la potenciación mediante el dinero, de los modos de reproducción exponencial de todo ser vivo, al que la naturaleza limita con una biosfera de soporte de dos dimensiones, porque obliga al tomador de un préstamo a devolver el principal y además los intereses, en un determinado tiempo.
El préstamos con interés fomenta a la enésima potencia esta característica. ¿Para qué la iglesia cristiana y luego la musulmana condenaron la práctica del préstamo con interés si terminan finalmente abjurando del pecunia pecuniam parere non potest (el dinero no puede parir dinero) de Santo Tomás y hasta mutan la oración bimilenaria del Padrenuestro de “perdona nuestros pecados, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores” a “perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”? ¿Por qué los seres humanos son incapaces hoy de concebir una sociedad sin intereses bancarios, que obligan a devolver más de lo tomado y por tanto a acelerar la transformación de la naturaleza sin límites?
Llegan tiempos de prueba. Habrá que recordar a los creyentes el Evangelio según San Mateo. En Mateo, 19, 16-22 se dice: Luego se le acercó un hombre y le preguntó: «Maestro, ¿qué obras buenas debo hacer para conseguir la Vida eterna? Jesús le dijo: «¿Cómo me preguntas acerca de lo que es bueno? Uno solo es el Bueno. Si quieres entrar en la Vida eterna, cumple los Mandamientos»»¿Cuáles?», preguntó el hombre. Jesús le respondió: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honrarás a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo». El joven dijo: «Todo esto lo he cumplido: ¿qué me queda por hacer?» «Si quieres ser perfecto, le dijo Jesús, ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres: así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme» Al oír estas palabras, el joven se retiró entristecido, porque poseía muchos bienes.
Hoy somos todos inmensamente ricos en disponibilidad de energía y no basta con cumplir los mandamientos de Al Gore y desenchufar el cargador del móvil por las noches o comprar un coche híbrido o reciclar las basuras. Hay que entregar la riqueza energética para ser perfecto, pero mucho me temo, que la inmensa mayoría de nosotros nos alejaríamos entristecidos si llegamos a ser sometidos a esta prueba y antes que abandonar voluntariamente nuestro consumista modo de vida, podría pasar un camello por el ojo de una aguja. la Naturaleza tendrá entonces que hacerse cargo.