El mundo en 2023: diez temas que marcarán la agenda internacional
- Viernes, 23 Diciembre 2022 @ 14:49 CET
- Autor: sergio
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2023 es el año que pondrá a prueba los límites individuales y colectivos: inflación, seguridad alimentaria, crisis energética, más presiones en la cadena de suministro y en la competición geopolítica global, la descomposición de los sistemas de seguridad y gobernanza internacional, y la capacidad colectiva para responder a todo ello.
Los impactos de esta permacrisis inciden directamente en el empeoramiento de las condiciones de vida de los hogares, y eso se traduce en un aumento del malestar social y las protestas ciudadanas, que irán a más. Se aceleran y profundizan las fracturas: geopolíticas, sociales y de acceso a los bienes básicos.
La guerra de Ucrania ha dejado al descubierto que, cuanto mayores son los riesgos que acompañan la confrontación geoestratégica, más obsoletos parecen los marcos de seguridad colectiva edificados para hacerles frente. Se agrava el desajuste entre medios, desafíos e instrumentos disuasorios.
Una muestra de los items de este destacado trabajo:
1. Aceleración de la competición estratégica
La guerra de Ucrania ha acelerado el cisma y la confrontación entre los grandes poderes globales. La tensión armamentística se ha añadido a la competencia comercial, tecnológica, económica y geoestratégica que ya definía las relaciones entre Estados Unidos y China y que se intensificará en 2023. A pesar de ello, no estamos ante un mundo dividido en dos bloques estancos, sino en plena reconfiguración de alianzas, que obliga al resto de actores a resituarse ante las nuevas dinámicas de competición estratégica y a buscar espacios propios en una transformación que es global, pero que en 2023 seguirá teniendo su epicentro en Europa.
El concepto de rivalidad ha dejado de ser un tabú. Se asume como el nuevo estado de relación entre las grandes potencias. Sin embargo, ante esta bipolaridad entre China y Estados Unidos, muchos gobiernos preferirían no tener que elegir bandos y poder mantener relaciones fluidas en diferentes elementos o dimensiones del orden internacional liberal para aprovechar las oportunidades que emerjan de dicha competición en función de sus intereses nacionales. Por eso, 2023 será también el año de los otros; el año en el que veremos con más claridad una aceleración en la competición estratégica de otras potencias que aspiran a ganar protagonismo manteniendo espacios de cooperación abiertos, tanto con Estados Unidos como con China o Rusia. Será un año para seguir de cerca las estrategias de India o Turquía, la evolución de Arabia Saudí, o los cambios que puedan venir desde el Brasil de Lula da Silva y del último ciclo electoral en América Latina, un continente donde China ha ganado con creces la puja internacional por afianzar su peso e influencia.
En 2023 India presidirá el G-20 y la Organización de Cooperación de Shanghái. Narendra Modi estará a la cabeza de dos espacios de alianzas con objetivos divergentes, con una política exterior asertiva y en un año preelectoral, ya que en 2024 buscará revalidar su tercer mandato en las elecciones generales. Las sanciones internacionales contra Rusia por la guerra en Ucrania han servido a Modi para convertirse en un agradecido importador del petróleo ruso. Y, a pesar de ello, el primer ministro indio no ha dudado en reprender a Vladimir Putin durante la cumbre de Samarkanda por la invasión de su país vecino, mientras se dejaba cortejar por algunas potencias occidentales en búsqueda de nuevos espacios de influencia en el Indopacífico.
La Turquía de Recep Tayyip Erdogan, que entrará en un complicado año electoral en 2023, es el ejemplo más claro de potencia regional -que, siendo miembro de la OTAN, mantiene a la vez una proximidad con Rusia, con la que aspira a jugar un papel de mediador en el conflicto ucraniano. Por su parte, Arabia Saudí ha empezado hace tiempo un replanteamiento profundo de su política exterior que, en 2023, conducirá a dos caminos distintos: por un lado, se especula con la posibilidad de que, tras la normalización de relaciones entre Riad y Tel Aviv, el país del Golfo pudiera plantearse, como siguiente paso, su adscripción a los acuerdos de Abraham; por el otro, el acercamiento de Arabia Saudí a los BRICS (Brasil, India, Rusia, China y Sudáfrica), que en su próxima cumbre en Sudáfrica prevén abordar una posible ampliación del grupo a nuevos miembros, daría al reino saudí una presencia reforzada en el Sur Global. De momento, Irán, Argentina o Argelia son algunos de los aspirantes a esta adhesión a los BRICS y cuentan con el apoyo de Rusia. El régimen iraní también solicitó, el año pasado, su membresía a la Organización de Cooperación de Shanghái, que debería formalizarse en abril de 2023.
2. Inoperatividad de los marcos globales de seguridad colectiva
La guerra de Ucrania ha dejado al descubierto que, cuanto mayores son los riesgos que genera la confrontación geoestratégica, más obsoletos parecen los marcos de seguridad colectiva. Desde el 24 de febrero de 2022, los paradigmas de la arquitectura de seguridad, tanto global como europea, han cambiado drásticamente. Por un lado, hemos asistido a una revitalización del papel de la OTAN; mientras que, por el otro, las imágenes de la invasión militar rusa aceleraban la percepción de descomposición del sistema de seguridad internacional, aumentando la sensación de vulnerabilidad y desorientación estratégica que acompaña los cambios estructurales actuales.
Asistimos a una involución en el camino del desarme nuclear. Los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas con armamento nuclear -China, Francia, Rusia, Reino Unido y Estados Unidos- siguen ampliando o modernizando sus arsenales nucleares y parecen estar elevando la importancia de estas armas en sus estrategias militares. Al mismo tiempo, los avances tecnológicos, que se han convertido en un factor y un espacio de confrontación determinante, siguen sin un marco internacional que regule las relaciones geopolíticas en el ciberespacio.
Asimismo, la invasión rusa de Ucrania ha traído un nuevo desacomplejamiento en el recurso a la amenaza nuclear, aunque por ahora sea a modo retórico y, con ello, también un nuevo debate sobre el concepto de disuasión. La reducción de los arsenales nucleares que ha caracterizado la posguerra fría se ha visto interrumpida de golpe y entramos en una nueva década de rearme. China se encuentra en medio de una importante expansión nuclear que incluiría, según el Anuario del SIPRI, la construcción de más de 300 nuevos silos de misiles. El instituto de investigación sueco calcula también que Corea del Norte ha ensamblado hasta 20 ojivas, pero que probablemente posea suficiente material fisionable como para disponer de entre 45 y 55 artefactos nucleares. Por su parte, la Agencia Internacional de Energía Atómica (OIEA) asegura que Irán está planeando una expansión masiva de su capacidad de enriquecimiento de uranio.
Se agrava, de este modo, el desajuste entre medios, desafíos e instrumentos disuasorios. Occidente se ha refugiado en sus viejos marcos de seguridad. La invasión rusa de Ucrania ha conseguido revitalizar el vínculo transatlántico. El retorno de una guerra clásica en los límites del flanco este de la OTAN y la materialización, de nuevo, de Rusia como amenaza securitaria han actuado como acelerantes del fortalecimiento del músculo militar aliado -con más inversión armamentística y mayor despliegue sobre el terreno -y de su músculo político- con la adhesión de Suecia y Finlandia, pendiente de la posición de Hungría y Turquía en 2023-. Sin embargo, con los equilibrios geoestratégicos globales en plena mutación, las contradicciones internas de la OTAN seguirán expuestas a la desorientación estratégica.
3. Transiciones en colisión
Las transiciones verde y digital, que parecían ir de la mano hacia la construcción de un mundo más sostenible, han entrado en colisión. La guerra en Ucrania y el impacto de las sanciones a Rusia han alterado mercados, dependencias, compromisos climáticos e incluso los tiempos previstos para afianzar la apuesta por energías alternativas. ¿Ha sido esta crisis un acelerador o un sabotaje para la transición energética?
En octubre de 2022, la Agencia Internacional de Energía declaró que la guerra de Ucrania había supuesto un punto de inflexión para un cambio de políticas y de los mercados energéticos «no sólo por el momento, sino para las próximas décadas». Sin embargo, a corto plazo, el miedo a una falta de suministros durante el invierno ha impulsado la demanda de carbón. Según las tendencias económicas y del mercado actuales, se prevé que el consumo mundial de carbón haya aumentado un 0,7% en 2022 y lo haga más en 2023, hasta alcanzar así un nuevo máximo histórico. La construcción de nuevas infraestructuras de combustibles fósiles -tanto en Europa como en China-, el retraso en los planes para cerrar las centrales de energía que utilizan el carbón, la reapertura de plantas ya cerradas, o el aumento de los límites de sus horas de funcionamiento pueden llegar a erosionar las ambiciones climáticas necesarias para revertir un escenario que, a pesar de los indicios de cambio, sigue encaminado hacia un aumento de las temperaturas de 2,5ºC para 2100, según la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC, por sus siglas en inglés). Además, la energía nuclear también se refuerza - con nuevas construcciones de centrales nucleares en Francia y Reino Unido o el aplazamiento del cierre de reactores en Alemania y Bélgica hasta 2023 y 2032, respectivamente. En 2023 entrará en vigor la polémica introducción del gas y la energía nuclear como energías verdes dentro de la taxonomía de la Unión Europea.
Y, sin embargo, el miedo a un invierno de escasez de suministros y crisis energética en la industria y los hogares ha acelerado una profundización en el mercado único de la energía en la UE. Europa ha consensuado un aumento de la compra de gas natural licuado -un incremento del 70% según Bruegel-, la reducción de la demanda de gas natural, así como nuevos acuerdos de compra de gas con otros actores como Noruega, Azerbaiyán o Argelia. 2023 será un año que requerirá esfuerzos más robustos frente a la incertidumbre de un futuro sin importaciones de gas ruso (que suponían el 17,2% de las importaciones de gas natural de la UE en septiembre de 2022 y han permitido garantizar las reservas de grandes consumidores como Alemania); así como la posible reactivación de la demanda china de importación de gas natural licuado y otras fuentes de energía resultante del fin su política de covid cero.
Tras el invierno, el mundo deberá buscar nuevos proveedores de energía más allá de Rusia, lo que abrirá una nueva competición global que mantendrá los precios al alza. Según la Agencia Internacional de la Energía (IEA, por sus siglas en ingles), Europa puede enfrentarse a una falta de 30 bcm (miles de millones de metros cúbicos) de gas para rellenar sus reservas gasísticas en verano de 2023. África se presenta como la región codiciada por múltiples actores interesados en invertir en su sector energético, especialmente en países productores como Argelia, Nigeria o Tanzania, y ello podría hacer descarrilar el interés para desarrollar alternativas más limpias en el continente. Será importante evaluar la voluntad de la UE de mantener sus ambiciones de una transición justa con África durante 2023, con el inicio de la implementación del «Paquete de Inversión África-Europa del Global Gateway» presentado a principios de 2022.
4. ¿Recesión económica global?
Las consecuencias de la guerra de Ucrania en la energía, las persistentes disrupciones en la cadena mundial de suministros, así como las políticas monetarias adoptadas frente a una inflación creciente han llevado al pesimismo para el futuro económico de 2023. Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), 2022 cerrará con un crecimiento económico mundial alrededor del 3,2%; no obstante, en sus previsiones para el año próximo, esta cifra caería hasta el 2,7% -la más baja desde 2001 con la excepción de 2020 por el impacto de la pandemia-. El Banco Central Europeo (BCE) alerta de que la eurozona podría entrar pronto en una leve recesión técnica o estancamiento. Un escenario sombrío para un mundo que aún trata de revertir los estragos sociales y económicos de la pandemia y, de nuevo, se ve abocado a la volatilidad.
La inflación, que ya señalábamos el año pasado como uno de los elementos principales de desestabilización, ha seguido al alza, aunque se ha contenido a finales de 2022. Las causas son múltiples: estrangulamientos en la oferta, aumento del coste de la energía, estímulos fiscales, etc. El FMI estima que en 2022 se alcanzará el pico de la inflación, con una media global anual del 8,8% y que descenderá al 6,5% en 2023, y al 4,1% en 2024. No obstante, mientras el Banco Mundial alerta de que las políticas actuales podrían no ser suficientes para reducir la inflación, algunos expertos advierten del peligro de sobrerreacción que podría llevar a agravar los efectos de esta alza de precios. Las medidas monetarias del BCE para frenar la inflación se mantendrán en los próximos meses y se espera que la Reserva Federal estadounidense, por su parte, continuará aumentando las tasas de interés durante 2023.
En algunas regiones del planeta, el riesgo económico, monetario y social dibujará un 2023 altamente inflamable. En Oriente Medio y el Mediterráneo oriental, la inflación ha llegado a máximos históricos, con el Líbano, Turquía e Irán registrando unos incrementos de precios del 162%, el 85% (el dato más alto desde junio de 1998) y el 41%, respectivamente, que dificultan aún más el acceso a los alimentos para una parte significativa de la población. Siria y Yemen también han visto un aumento del precio de la cesta básica alrededor del 97% y el 81% respectivamente. En Turquía, con unas elecciones presidenciales previstas para junio de 2023, Recep Tayyip Erdogan se encuentra en el punto de mira por unas políticas que han perjudicado la lira turca, fomentando una crisis monetaria en el país. La caída de la lira en un 44% en 2021 y en un 29% este 2022 ha sido la principal razón del aumento de la inflación, además del incremento de los precios de la energía. Asimismo, el peso argentino ha perdido el 41% de su valor frente al dólar en los mercados informales y financiero, lo que hará que Argentina acabe 2022 con una subida de precios alrededor del 97% y las previsiones para 2023 apuntan a una del 95,9% (frente al 60% proyectado por el Gobierno en el presupuesto nacional). La tercera economía más grande de América Latina sufre, desde hace años, una elevada inflación, agravada desde marzo por los efectos de la guerra en Ucrania. Argentina se comprometió ante el FMI a alcanzar el equilibrio fiscal en 2024, una meta que parece cada vez más lejana. La elevada deuda pública argentina pesa como una losa sobre la economía del país y las próximas elecciones presidenciales, previstas para octubre de 2023.
5. Crisis de acceso y garantías a los bienes básicos
La guerra en Ucrania ha agravado las dificultades de acceso a la energía, a los alimentos y al agua potable. La provisión de bienes públicos globales, que es un requisito previo para el desarrollo y es vital para la reducción de la pobreza y la desigualdad entre países, sufre hoy los estragos de la rivalidad geopolítica, de una nueva confrontación por los recursos naturales, así como de los efectos de un debilitamiento de la gobernanza global y de la cooperación internacional.
El impacto de la invasión rusa de Ucrania en las exportaciones mundiales de productos agrícolas, semillas y fertilizantes ha agravado la crisis alimentaria mundial ya existente por la convergencia de los shocks climáticos, los conflictos y las presiones económicas. Causas interconectadas que, después de años de progreso, han llevado al número de personas que padecen hambre extrema a batir los peores récords. El mundo se enfrenta a una crisis alimentaria sin precedentes y sin final aparente. Según Naciones Unidas, en 2022, hay unos 345 millones de personas de 82 países en situación de inseguridad alimentaria aguda o de alto riesgo, unos 200 millones más que antes de la pandemia.
En Oriente Próximo y el Norte de África, dos regiones ya golpeadas por la inflación y que importan más del 50% del trigo que consumen desde Rusia y Ucrania, el aumento del costo de vida y la falta de disponibilidad de bienes básicos han desencadenado protestas masivas. El Programa Mundial de Alimentos (PMA) advierte que 2023 podría ser aún peor. Si la crisis alimentaria de este año se debe principalmente a una interrupción logística por el bloqueo de las exportaciones -tanto de cereales como de fertilizantes-, en 2023 el suministro de alimentos podría estar en peligro por el efecto de estas disrupciones sobre los cultivos, así como por la posibilidad de episodios climáticos extremos. La escasez de alimentos afecta incluso a las organizaciones internacionales de ayuda humanitaria, que ven menguados también sus recursos para hacer frente a unas cifras de hambruna en alza.
En Ucrania, al menos 15,7 millones de personas necesitan ayuda humanitaria urgente y seis millones carecen de suministro de agua. En Afganistán, ocho millones de personas están en riesgo de sufrir hambruna y, en el sur de Etiopía, una sequía muy fuerte sumada a la crisis política con enfrentamientos armados entre el Gobierno central y el Frente de Liberación del Pueblo de Tigray han provocado ya cuatro millones de desplazados, y dos millones de personas están en peligro de padecer hambruna. Las situaciones de emergencia se repiten en Sudán del Sur y en Yemen.
La violación de un derecho básico como el del acceso a la alimentación incide, además, de manera directa sobre otros derechos humanos, como la salud, el agua y un nivel de vida adecuado y libre de violencia. Además, estas crisis interrelacionadas, instigadas y agravadas por las guerras, tienen un impacto devastador sobre mujeres y niñas en todo el mundo. Naciones Unidas ha denunciado los aumentos alarmantes de la violencia de género y del sexo transaccional para la alimentación y la supervivencia, que ponen aún más en peligro la salud física y mental de las mujeres.
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Al margen del esperado quilombo, un saludo cariñoso para todas y todos y Felices Fiestas.
Sergio.