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Memorias de Oriente Medio

  • Viernes, 27 Febrero 2015 @ 18:31 CET
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Las salvajadas que algunos descerebrados pseudoislámicos están haciendo con estatuas asirias del de 2700 años de antigüedad en el museo de Mosul, no son más graves para mí que los asesinatos que cometen contra el diverso y multicultural pueblo del norte iraquí. Suelo respetar mucho más la vida de las personas que el patrimonio, pero tanta tragedia durante tanto tiempo, ha removido en mi rescoldos de ira antiguos.

Me voy a permitir publicar en esta web sobre energía un documento que escribí en 1981, en plena guerra entre Irak e Irán y que volví a actualizar en el año 2002, cuando la guerra entre Iran e Irak se había acabado y hasta la invasión de Kuwait había temrinado en un horroroso fracaso e Irak estaba sometido a todo tipo de bloqueos y embargos que hacían sufrir a su pueblo. Desde entonces, el pueblo iraquí ha seguido sufriendo de forma indecible, primero con la segunda invasión estadounidense, esta vez para quedarse y después, rematada por el mal llamado Ejército Islámico, que está terminadno de destrozar lo poco que quedaba en la mitad norte del país.

Si me quedan ganas, quizá termine de publicar más adelante una segunda actualización de este documento, que tiene un interés más bien histórico y arqueológico.

Dedicado con especial cariño para los ciudadanos iraquíes de toda condición, shiies, sunnies, cristianos ortodoxos, cristianos católicos caldeos, yazidíes, judíos iraquíes, árabes, kurdos, persas, turcomanos, armenios, en fin a toda esa amalgama humana, a muchos de los cuales, desde gentes sencillas a ingenieros cualificados tuve el privilegio de conocer y tratar en persona y que tanta hospitalidad me ofrecieron. Para ayudar a desdibujar la insultante imagen que se ha construido de ellos como terroristas, fanáticos, integristas y sectarios. No lo son. Nunca lo fueron conmigo y en aquellas épocas. Dedicado también a los niños de la chabola de adobe frente a mi casa, que juegueteaban con los míos y a los que tenía que despiojar, deseando que sigan vivos hoy. A su madre, aquella anónima mujer con abaia, que cocía diariamente con enorme experiencia y primor las tortas de pan ácimo, en un rústico horno de arcilla troncocónico con bosta de camello y hojas de palmera seca y que daba a mis hijos el pan recién salido del mismo con la misma generosidad que lo hacía con los suyos.

Torre en espiral de Samarra

Irak está en la memoria de muchas personas, por la desafortunada guerra que tuvo con Irán y la que posteriormente le llevó a invadir Kuwait, con el desastroso resultado que todos conocemos y que mantiene al país aislado y bloqueado desde entonces.

Algunas personas son capaces de identificar el Irak actual con la antigua Mesopotamia. Algunos saben que ha sido la cuna de las primeras civilizaciones y culturas de nuestra historia, desde hace unos 8.000 años. Los más afortunados han podido apreciar en los museos de París, Londres y Berlín magníficos ejemplos de arquitectura, escultura o escritura de civilizaciones tan importantes como la sumeria, acadia, babilónica, asiria, etc. Etc. Pero muy pocas personas han podido visitar la antigua Mesopotamia y observar in situ lo que los occidentales no pudieron expoliar.

Mesopotamia es una inmensa planicie sobre la que discurren los ríos Tigris y Eúfrates. Para dar una idea planimétrica, basta con saber que por Bagdad, a 600 Km de su desembocadura, pasa el río Tigris y que esta ciudad está a 60 metros sobre el nivel del mar. El río desciende, por tanto, un metro cada diez kilómetros de recorrido. Este plano se extiende, sin grandes protuberancias hasta otros 400 Km al norte de Bagdad, donde se alzan las primeras estribaciones que diferencian perfectamente la región del Kurdistán.

Lo primero que se deduce arqueológicamente, es que los exploradores europeos del siglo XIX lo tuvieron fácil. Por aquí empezó a tomar cuerpo para ellos el concepto arqueológico entendido como forma organizada de saqueo con fines culturales, más que como símbolo de trofeo o conquista y siempre desde esa pretenciosa superioridad occidental, con apenas los precedentes franceses en Egipto y otros pocos.

En una zona tan plana, cualquier montículo que sobresale un poco, tiene ruina asegurada debajo. Hay en la actualidad pueblos que, como Hit, a la orilla del Eúfrates, viven sobre una montaña artificial de restos acadios y neosumerios de hace 4.000 años. En el fondo, se trata de una concesión de la Naturaleza a la arqueología, porque la mayoría de estas construcciones, cuya base arquitectónica es el adobe y el ladrillo, hubieran desaparecido con rapidez, debido a la erosión, si no hubiese sido porque las tormentas de arena, muy frecuentes en la zona, no las hubiesen cubierto como un manto protector, capaz de cubrir una ciudad abandonada en pocos años.

Sin embargo, otros factores han hecho desaparecer para siempre restos de incalculable valor. Por ejemplo, lo plano del territorio ha hecho que el curso de estos ríos, en lo que va de historia conocida haya cambiado considerablemente. Hace unos 7.000 años, el Tigris y el Eúfrates desembocaban en el golfo Pérsico por separado y a unos 120 Km más arriba que donde lo hacen hoy, fundidos en el canal común del Chatt-Al-Arab, que fue el primer frente de guerra con Irán.

La gran sedimentación de estos caudalosos ríos ha ido creando un efecto de canal natural sobre la planicie y cuando se dan grandes crecidas, las inundaciones que provoca el desbordamiento de esas acanaladuras sobre la llanura mesopotámica son tremendas, provocando importantes cambios de curso. Así se ha perdido una parte de Babilonia, probablemente de Asur y por ejemplo, Nimrud, que se construyó a orillas del Tigris, está ahora a tres kilómetros del río.

Es natural que los pueblos de las riberas, trataran de protegerse de las crecidas, construyendo diques o levantando zigurats a los que poder subirse. Muy probablemente el diluvio, relatado en algunos textos asirios, babilónicos y por supuesto en la Biblia, no fuese otra cosa que la crecida provocada por algunas lluvias torrenciales, que anegaron miles de kilómetros cuadrados en la Mesopotamia.

Hace unos 4.800 años, estas tierras tenían el único enclave importante de civilización en el mundo y habían descubierto, unos 300 años antes, nada menos que la escritura.

Al sobrevolar las tierras de Sumeria, Babilonia o de la Mesopotamia en general, se descubren desde el aire numerosos trazados geométricos de canales cegados, en lo que debieron ser fértiles tierras de cultivo y hoy son desiertos.

Prácticamente toda la Mesopotamia es arcillosa, lo que justifica la técnica del adobe en todas las culturas que allí se han dado. Es incluso la clave de mitos y leyendas como el del origen de primer hombre del barro. En muchas ruinas, la abundancia de los restos de cerámica es de tal magnitud que, por ejemplo, los naturales de la aldea que hoy existe sobre la antigua ciudad de Sippar (periodo acadio y neosumerio, hace unos 4.000 años), tienen el campo de fútbol sobre una multitud de restos de vasijas de todo tipo. La muy respetuosa edad de las ruinas de Mesopotamia hace que muchos sitios tengan tantas capas arqueológicas superpuestas, de cada una de las culturas y civilizaciones que se han ido superponiendo. Su densidad es tal que solo razones de culto o similares las justifican, pues son tantas, que podrían bien superar a las de nuestra civilización del consumo y del desperdicio.

Este relato es un pequeño y apresurado recorrido por el río Tigris, mostrando apenas algunas de sus ruinas, testimonio de un pasado con el que sueñan millones de iraquíes contemporáneos.

NÍNIVE BÍBLICA

Los suburbios de Mosul, tercera ciudad en importancia de Irak, esconden a lo largo de hectáreas de terreno, en algunos casos habitado y en otros todavía no, la que fuera capital del imperio asirio en tiempos de Senaquerib, hace más de 2700 años: se trata de Nínive. En esta ciudad, numerosas veces citada en la Biblia, es donde terminó predicando el profeta Jonás. El se quiso escabullir y viajar a Andalucía y según la tradición, Dios le envió una ballena que se lo tragó y lo de volvió a la costa de partida. Hoy tiene una mezquita con su nombre en Mosul. Esta ciudad posee hoy día la mayor cantidad de cristianos de país.

Vista parcial de las murallas de Nínive a la entrada de Mosul

Nínive fue famosa, entre otras cosas, por la biblioteca del palacio de Asurbanipal, de donde se extrajeron 10.000 volúmenes escritos en tablillas de arcilla. Obviamente, cada volumen tenía varias páginas. Esta biblioteca, a pesar de estar en palacio, parece haber tenido acceso público. El escrupuloso orden en el que se encontraron las tabillas (libros en estanterías rigurosamente colocados, salas por temas, supervisores y guías por sala, lectura página a página y responsabilizándose del original) hace pensar en un gran respeto por la cultura y un severo control de lectores.

La biblioteca contenía documentos primigenios muy interesantes, como relatos del diluvio, anteriores a los textos bíblicos, así como muchos otros con alusiones a los antiguos babilonios y a los sumerios, como la epopeya de Gilgamesh.

Minarete inclinado de Mosul

El imperio asirio gozó, casi siempre, de supremacía sobre los reinos de Judá e Israel. De ahí las numerosas deportaciones de hebreos que incluyeron a profetas bíblicos. De éstos nos han quedado sus maldiciones augurando la destrucción asiria, por perversión e impiedad, algo que más de 2.500 años después, parece estar finalmente cumpliéndose.

El inglés Layard practicó en Nínive el expolio artístico, al igual que Botta, que fue cónsul francés en Mosul, desde 1845. Mientras Botta saqueaba Khorsabad a la salud del Louvre, Layard tenía que viajar hasta Aleppo, en Siria, a por unas gruesas cadenas y a Bagdad a por maromas de palma, para izar un toro alado de 10 toneladas (3,5 metros de largo, por otro tanto de alto)

Después de romper varias cuerdas en el intento y gracias a la ayuda del gobernador turco de Mosul, que le ofreció braceros y bastantes caballos, consiguió izarlo y juntarlo con un león alado, en una balsa, para recorrer los casi 1.000 Km que separaban esa zona del golfo, por el río Tigris, desde donde se los llevaron a Londres. Al pasar por la ciudad de Mosul, el pueblo entero salió a despedir a las colosales estatuas. Entre las piedras que se llevaban, había una que deseaba eterna felicidad y abundancia a la ciudad. Hoy reposará, quizás, en algún estante del Museo Británico, mientras Blair se apresta a atacar a los mismos a los que hace un siglo y medio el gobierno de su país ya despojó de sus bienaventuranzas.

Un repaso por la historia de Asiria, enseña mucho sobre la fragilidad del elemento humano: poderosos reyes que antaño apilaban las calaveras humanas de sus conquistados, verían ahora como sus palacios fueron despedazados y llevados a museos remotos o fueron enterrados por el polvo de la historia. Hombres empeñados en crear o mantener imperios y patrias, se revolverían en sus tumbas si vieran que las fronteras por las que lucharon han sufrido miles de movimientos acordeónicos. Carros de guerra, máquinas de asedio, inventadas para dominar, que siempre se terminan volviendo contra los que pensaron que siempre serían usadas contra el enemigo.

Imperios con los que Hitler se hubiese sentido satisfecho, porque duraron mil años, como él soñaba del suyo, mueven ahora a compasión, mientras se descubre con lupa y se limpia con cepillo lo poco que queda de sus cimientos. Conviene reivindicar la historia, como herramienta fundamental en el estudio de las flaquezas y miserias de los hombres.

NIMRUD Y LOS SERES ALADOS

A unos 30 Km al sur de la antigua Nínive, sobre la que parcialmente se halla la actual Mosul, en el norte de Irak y dentro del actual Kurdistán iraquí, se encuentran unas ruinas semiabandonadas, de las que sobresalen los restos de un zigurat, que es el nombre que en Mesopotamia reciben las pirámides, tan antiguas y en algún caso más, que las propias pirámides de Egipto.

Este lugar se llama Nimrud, conocida en la Biblia como Kalah (Génesis, 10,11) El nombre de Nimrud quizá provenga del nombre de un nieto cazador de Cam, mencionado también en el Génesis (Génesis, 10,8-10), que se supone reinó sobre esas tierras. Nimrud fue la principal residencia de la corte asiria y la fundó, hace unos 2.885 años, el rey Asurnasirpal II.

Parece claro que los escritos cuneiformes, que abundaban por todas las paredes del palacio y que hoy se pueden contemplar en las losas de alabastro que se exhiben en el Louvre, en el Museo Británico y en el de Pérgamo de Berlín, son anteriores a los escritos bíblicos, pues ya el primer libro de la Biblia cita la ciudad como de las tres primeras de la historia. Y los hechos que narran las primorosas escrituras cuneiformes, son con seguridad desde otro ángulo que las que relatan los escritores bíblicos, en aquellos tiempos, víctimas de Asurnasirpal II.

Esta ciudad, que en su época de mayor apogeo llegó a tener más de 60.000 habitantes (otra ciudad asiria, Nínive, pudo tener más de 100.000 por aquella época) yace ahora cubierta por el paso del tiempo. Su zigurat asombró al propio Jenofonte en su huida de los persas con sus 10.000 fieles, que al pasar por allí cuenta que tenía unos 40 metros de altura y que los lugareños se habían refugiado en él, asustados al ver llegar a sus soldados, en la actualidad no es más que un montículo de tierra de unos 20 metros de altura.

A pesar de la meticulosa excavación de los arqueólogos ingleses en busca de sus tesoros, el siglo pasado, y de los sucesivos expolios que han ido dando con piedras y bajorrelieves en el Louvre, Pérgamo y en el propio e impresionante museo arqueológico de Bagdad, el lugar todavía dispone de hermosos escritos cuneiformes, magníficos bajorrelieves de un gran dinamismo y estatuas nada desdeñables.

Restos de escritura cuneiforme sobre losa de alabastro. Interiores del palacio de Asssurnasirpal II

Resulta curioso ver cómo estas obras de arte representan con profusión símbolos de los que posteriormente se apropiarían profetas bíblicos y evangelistas: el león, el águila, el águila y el ángel, es decir, del hombre alado.

Muy terribles debieron parecer los asirios de aquella época a los pueblos de Judá e Israel, cuando tantos pasajes de la Biblia los describen como instrumento de Dios para el castigo de sus pueblos por los pecados. La historia dice que estuvieron efectivamente sometidos y pagando tributo y así lo reflejan algunos profetas como Isaías, Jeremías o Tobías, por ejemplo.

Bajorrelieve con una imagen de un sacerdote asirio

Más bajorrelieves con figuras en actitudes ceremoniales

De la ferocidad del pueblo asirio y sus depuradas técnicas guerreras dan fe los bajorrelieves que se encuentran en los museos citados y los que quedan en Irak. Uno de los más famosos, que actualmente se encuentra en Inglaterra, es el obelisco de Salmanasar III (859 a.C.), en el que aparece Jehú, rey de Israel, besando el pié del rey de Asiria. 2820 años después, parece que algún nuevo emperador con influencias claramente judías, pretende poner en esta misma situación humillante a los dirigentes iraquíes.

En 1980, los israelíes, aplicaron la nefasta ley del Talión y bombardearon la central nuclear de Tamuz, a unos 30 Km de Bagdad. Con estos comportamientos, pareciera que ambos pueblos tienen deudas milenarias que saldar y que están condenados a destrozarse hasta la eternidad. Tamuz es, por cierto, el nombre de un dios mesopotámico que murió por calor y después resucitó. A veces, la mitología es superada por la realidad.

Llama especialmente la atención la desolación actual del paisaje en Nimrud. Falta mucho por excavar. Layard y después de él, Hormudz Rassan en 1853 y W.H. Loftus, se dedicaron en su tiempo a excavar, especialmente en los palacios que, por lógica, eran los más sencillos y fáciles de detectar (los puntos más elevados de cualquier cúmulo de montículos en la inmensa planicie mesopotámica) y que lógicamente deberían contener el máximo de cultura, información y riquezas.

Después, solo hubo una expedición inglesa en 1949 y desde 1956 está al cuidado del departamento iraquí de antigüedades, que ha reorganizado el patrimonio que les quedaba, con gran profesionalidad, por cierto. Puede parecer increíble, pero quedan todavía hectáreas de terreno con unos montículos arqueológicamente muy sugestivos, que siguen sin excavar.

Lo curioso de Nimrud es que a Layard le pasó lo que a Colón con América: éste creía estar en las Indias y aquél pensó que había descubierto Nínive, ambos con tal empeño, que el mundo empezó a hacerse redondo por uno y por el otro se volvió a creer en la Biblia, en aquel entonces desprestigiada por una ola de racionalismo.

Y como recompensa por tan magníficos regalos a sus patrocinadores, a Colón le dieron el título de almirante, virrey y gobernador y a Layard un cargo diplomático en Madrid, por la gracia del Foreing Office.

Las tierras de Asiria vieron pasar, hace ya 20 años, brigadas de trabajadores cubanos que usaban, para la construcción de carreteras, contratados por el gobierno iraquí, los únicos camiones españoles que circulaban por Irak y que, por curiosidades de la vida, llevaban como símbolo, un caballo alado. El mito griego de Pegaso sobrevolando los más antiguos mitos asirios.

ASUR, AGUA, AIRE, TIERRA Y FUEGO

A unos 100 Km de Nínive, en la carretera que va a Bagdad, existe una desviación en medio del desierto que aparentemente no va a ninguna parte y que no tiene indicadores. A la izquierda de esta desviación y a unos 16 Km, por fin se deja entrever el río Tigris y hay que preguntar. En el desierto iraquí, aunque parezca mentira, siempre hay alguien dispuesto a ofrecer hospitalidad y a orientar al viajero.

Excavaciones arqueológicas en ASur. Al fondo, montículos sugestivos con más ruinas posibles por excavar

Al intentar estacionar el coche en la entrada, el guarda se sonríe y sugiere en árabe, que se puede entrar a recorrer las ruinas con el coche. La escasa información turística sobre Asur parece indicar que se trata de unas ruinas insignificantes. Nada más lejos de la realidad. Asur es un conglomerado impresionante de no menos de un kilómetro de fondo, por unos dos kilómetros de largo que corren paralelos al Tigris.

Todo es mágico y envolvente en Asur. Ese día somos los únicos visitantes, en una ciudad que palpita bajo tierra y pugna por mostrarse. Al fondo, cerca del río, se divisa el erosionado zigurat, constante en las ruinas sumerias, babilónicas y asirias. Es el único en todo Irak cuyo estado de conservación permite acceder a un pasadizo inclinado que conduce a una cámara al fondo. El zigurat de Agarguf tiene también una cámara, pero está inaccesible, debido a la erosión.

Enterramientos en Asur

Entrada al zigurat de Asur

Asur crea ansiedad a todo el que tiene alma de arqueólogo, porque solo excavar la centésima parte de lo que fue la ciudad, puede llevarle diez vidas, si lo hace con un mínimo de rigor. Las exploraciones que se llevaban a cabo mientras se realizó la visita, no eran más que meros sondeos sobre una inmensidad de ruinas.

La sensación, según se avanzaba en el coche, era la de astronautas correteando por un paisaje lunar con el “Rover”. El efecto debe ser lo más parecido, con la diferencia de que en Asur las muestras de cerámica son infinitas y allá donde se excave se encuentran tumbas, vasijas, acequias, suelos de mármol, utensilios, esqueletos y hasta restos de hierro, metal que los asirios comenzaron a usar y que probablemente les dio la primacía bélica sobre otros pueblos. Unas colinas de perfecta simetría, auguraban, sin lugar a dudas una imponente construcción humana debajo de ellas.

Unos peones que allí se dedicaban a las tareas de excavación tienen como depósitos de agua unas vasijas de arcilla, bajo unos sombrajos de hojas de palmera, sujetas por una precaria estructura de madera, ya que el fondo de la inestable vasija termina en pico. El motivo es que el líquido que rezuma, ya limpio de las impurezas del río, del que se sirven para llenar los depósitos, va goteando sobre otra vasija colocada debajo. Un sistema de purificación de agua que probablemente ya empleaban los ciudadanos de aquella capital hace tres mil años.

El paseo en coche, de excavación en excavación puede llevar un día entero, pero resulta una completa lección de arqueología. Se aprende que los asirios ya jugaban a la taba y que enterraban a sus muertos cerca de los vivos; que había diversos tipos de enterramientos, según las clases sociales: en una especie de bañera de arcilla, metidos en vasijas contrapuestas o incluso en panteones abovedados de ladrillo.

El paso de los siglos ha restado dramatismo al aspecto macabro que ofrecen estos enterramientos en la actualidad. Por cierto, en árabe “maqbar” (de ahí macabro), significa cementerio y ataúd proviene del árabe “tabut”.

Yendo solo de visita, es muy difícil discernir a primera vista el nivel arqueológico que se está explorando en los escasos yacimientos activos. La historia de estos pueblos es tan larga y está tan cuajada de acontecimientos y culturas que las ruinas de unas sirven se base a otras. Y son tantas las culturas que allí se dieron, que las ruinas forman verdaderas colinas, en algunos casos con hasta quince diferentes niveles de restos de valor. Así, solo los expertos pueden fecharlos con relativa seguridad.

Con tantos y tan fértiles yacimientos arqueológicos, los iraquíes se muestran recelosos de un pasado cuajado de saqueos que reposan en pulcros y cultivados museos europeos. Por ello someten a riguroso control a los grupos arqueológicos que necesitan para sus propósitos de exploración. Pero también van formando una cantera de jóvenes arqueólogos nacionales, con los magros presupuestos que las infinitas guerras y destrozos les van dejando.

Ahí queda en cualquier caso, el fabuloso laboratorio de prácticas.

HATRA, EL MISTERIO DEL SOL

El que haya visto la película de “El exorcista”, quizá recuerde que al principio de la misma, aparecen unas imágenes de unas frenéticas excavaciones (que no se suelen corresponder, en absoluto, con los ritmos propios de tales faenas) Aparece también una cara escalfada sobre la fachada de un templo: se trata de Medusa. Esta Gioconda pétrea mira hacia el este –el sol es la clave de Hatra- y tiene grabados en arameo, los nombres de los constructores del templo y algunas partes de la ciudad.

Cara resplandeciente en Hatra

Bajorrelieve con una medusaa en Hatra

A pesar de dejar la firma y de las excavaciones practicadas por el alemán Walter Andrea, así como la que comenzó, años después, la dirección general de antigüedades iraquí en 1951, todavía se desconozca quien fundó la ciudad y cuando exactamente lo hizo; una ciudad que tiene un perímetro de 8 Km de longitud: una inmensa ciudad cuadrada de unos 2 Km de lado hecha entera en piedra caliza.

Magníficos capiteles corintios en el Templo del sol en Hatra

Vista general de las ruinas de Hatra

Estas ruinas están en pleno desierto, a 100 Km de Mosul y 300 de Bagdad, de suerte que no se entiende bien su valor estratégico, ni por qué las caravanas hacia Asia Menor y Siria tendrían que pasar por ahí, cuando lo lógico es que ascendiesen por las riberas del Tigris o el Eúfrates, respectivamente, siguiendo el conocido fértil creciente, salvo que tuviesen temor a las riberas habitadas.

Ese temor se comprende mejor si se trataba quizás de una ruta de la valiosa seda o de las caras especias, que iba desde China al Imperio Romano. En este caso, cuanto más solitaria, mejor y además podía ser un atajo.

Existen suposiciones, generalmente bien fundadas, que le atribuyen a la ciudad la edad de Cristo, aunque antes podría haber sido un asentamiento asirio, pero la historia, apenas la refleja por su tenaz resistencia a los asedios romanos dirigidos por Trajano, el año 115 de nuestra era y posteriormente por Septimio Severo.

Aunque Trajano bajó por el Tigris hasta el golfo Pérsico y Septimio llegó a conquistar Tesifonte, ninguno de ellos llegó a conquistar Hatra y tuvieron que dejarla en la retaguardia, lo que siempre resulta molesto y poco honroso para un emperador romano.

Esta explicación procede, para que los profanos no tomen a chanza la identidad de los habitantes de Hatra, los partos, ese pueblo venido del este, de magníficos jinetes acorazados, que hicieron de este enclave un verdadero crisol de las culturas helénica, irania y mesopotámica, con neta predominancia arquitectónica de la primera.

Empero, resulta bastante insólito encontrarse con numerosas estatuas que están lejos del prototipo helénico de perfección: soldados o mujeres barrigudos, paticortos y culibajos, esculpidos bien sobre piedra caliza o sobre mármol o alabastro.

Estatuas con mezclas helénicas y persas en Hatra

Después de visitar el centro de la ciudad, con su complejo de templos, conviene dar un paseo por las solitarias ruinas del resto del enclave. Se adquiere así una mejor conciencia de la magnitud de la colosal obra; la capacidad de asombro aumenta mientras se camina: hay casas que han resistido dos mil años de tormentas de arena, lluvias e inclemencias y que la tierra no ha terminado sin embargo de ocultar.

Algunas de ellas todavía hoy pueden ofrecer cobijo, pese al desamparo de su abandono milenario y donde la tierra las ha cubierto, se observan montículos que piden a gritos que se los excave.

En algún punto, se aprecia una gran depresión semicircular, ¿será un magnífico teatro? Todo es estupefacción Después de 2.000 años, todavía se puede entrar por la puerta de una casa y encontrarse frente al templete familiar, en medio de la sala principal, que abre unas puertas a las habitaciones laterales. O también se puede pasear por los baños públicos, que aún conservan el revestido interno y las canalizaciones.

¿De donde sacaban el agua para una ciudad tan grande? En la actualidad, el único signo de agua en esta inmensidad desértica, es una ligera depresión en forma de cauce, a un 2 Km de la ciudad, que quizá lleve agua en época de lluvias. La depresión se denomina “Wadi al Thartar (valle del Tartar) Quizá existan, pues son frecuentes en Mesopotamia, capas freáticas bajo el suelo. En la ciudad está probada la existencia de algunos pozos.

Hatra sigue siendo un misterio, que a pesar de tener respuestas bajo su suelo, seguirá siéndolo, por lo ingente de la tarea y lo escaso de los recursos para desvelarlo. La piedra es el elemento esencial del conjunto arquitectónico, algo que suele suceder en la zona norte, ya en las estribaciones del Kurdistán, mientras que Hatra, a mitad de camino entre las montañas y el llano mesopotámico, ha optado por la piedra.

Los nómadas que han habitado esporádicamente desde su declive, allá por el año 240, ante el acoso de los sasánidas, han vivido en ella sin deteriorarla más que el propio tiempo. Hay que agradecer a los anónimos restauradores iraquíes, que desde 1960 hayan contribuido a mantener, con bastante respeto a los originales esta maravilla perdida en el desierto, con un empeño que trasciende el interés del escasísimo número de visitantes que Hatra tiene en la actualidad.

SAMARRA, ESA BABEL ÁRABE

Viajando al sur desde Mosul a Bagdad, a unos 120 Km de la capital, hay un desvío a la izquierda que cruza el Tigris sobre una presa y después se llega, casi de inmediato, a la populosa ciudad de Samarra.

Ya desde lejos se aprecia la silueta de la gran torre en espiral. Muchas personas confunden esta torre con la famosa torre de Babel. Nada más lejos de la realidad, por la diferencia de culturas y civilizaciones que levantaron una y otra, siendo la de Babel o Babilonia, la más antigua y la de Samarra de la época árabe.

La torre espiral de Samarra, confundida habitualmente con la Torre de Babel

La Biblia seguramente se refería al zigurat de Babilonia, que era una pirámide cuadrada de unos cien metros de lado en la base, que tenía siete plantas de forma truncada y serviría como refugio, en caso de inundación por desborde del Eúfrates, que bañaba la ciudad, aparte de los posibles usos religiosos.

Es un verdadero riesgo subir a lo alto de la torre de Samarra. Al principio, unos amplios escalones invitan a la ascensión, pero a medida que se sube dando vueltas y se estrecha la vía, aumenta el vértigo, sabiendo que la barandilla está colocada en el interior y que en la parte más elevada, los tramos apenas tienen un metro de anchura y mucha gente subiendo y bajando.

El esfuerzo queda compensado por la vista de la que en su tiempo fue la mayor mezquita del mundo, la de Jawsak, de la que solo se conserva un patio al pie de la torre, mientras la ciudad se muestra en una nube polvorienta, de la que solo sobresale brillante la cúpula dorada de una mezquita lejana.

Vista de los muros de la mezquita de Jawsak y de la ciudad de Samarra al fondo, desde la torre espiral de Samarra

Los bandazos del viento hinchan las “abaias” de las mujeres, el vestido negro tradicional, que en Irán se llama “chador” y a veces da la sensación de que pueden salir despedidas de las escaleras de la torre; peligro solo superado por los niños que suben y bajan a gran velocidad por el mismísimo borde.

De esta torre de más de 50 metros de altura, se ven sobre el suelo inmediatamente cercano, trazados geométricos de seguro valor arqueológico, de la ciudad fundada en el 836 por el califa Al Mutasim, hermano de Al Mamún, hijo de Harum al Rashid, el famoso califa bagdadí de las mil y una noches.

Al Mutasim vino aquí por temor al Bagdad de entonces, que andaba revuelto, pero no se atrevió a cambiar la capitalidad del imperio, por lo que Samarra solo fue residencia real. Lo que se conoce de estas ruinas es que fueron emporio de riqueza y muestra de esplendor de los abásidas.

El museo de Samarra alberga una colección de fotos aéreas que son verdaderas radiografías arqueológicas de la magnífica ciudad que fue en el pasado: cerca de la gran mezquita había hipódromos, piscinas, calles largas y bien planificadas, palacios, etc. De la Samarra de aquella época, apenas queda visible el minarete espiral y las paredes de la gran mezquita.

Un tanto alejado del centro urbano, también se encuentran las ruinas de una ciudad completa, que Al Mutawakil construyó para satisfacción de su ego, allá por el 859. De estas ruinas, se conserva otro minarete espiral, más bajo y estrecho que el primero, pero con los escalones más empinados.

A Samarra acuden en la actualidad multitud de peregrinos, pues Samarra es una de las cuatro ciudades santas de Irak, junto con Kerbala, Najaf y Kufa, las otras tres al suroeste de Bagdad.