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Es urgente que la izquierda comprenda las implicaciones del Cénit del petróleo

  • Sábado, 25 Diciembre 2010 @ 13:12 CET
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Artículo de Manuel Casal Lodeiro, miembro de la asociación "Véspera de Nada por unha Galiza sen petróleo", publicado recientemente en Rebelión:

En el nº 136 del bimensual Diagonal podíamos leer un análisis de Alejandro Teitelbaum acerca de la cuestión de las pensiones. Los argumentos de este autor, comunes en la izquierda, giraban en torno al aumento “vertiginoso” de la productividad, debido según él, a la “revolución científico-técnica”, que haría posible, con una política más justa, la liberación de los trabajadores de la necesidad de “buena parte del trabajo físico”. Apoyándose en ese aumento de la productividad, que obviamente él considera permanente, defiende una disminución del tiempo de trabajo y un aumento de salarios y pensiones. Pero un simple análisis de la base energética de la economía y de la sociedad en su conjunto, contradice esas suposiciones que no son sino la otra cara del mismo paradigma económico hegemónico de los neoliberales: el de una economía desconectada de la realidad física y de las leyes de la naturaleza. No pongo en duda que la política distributiva y fiscal esté en la base del actual conflicto por el trabajo y las pensiones, y que toda falacia usada por la derecha en esa lucha social deba ser desmentida con contundencia; pero si no somos capaces de entender el auténtico origen del crecimiento económico y de la productividad en que pretende la izquierda basar sus alternativas, estas quedarán anuladas de partida. No podemos combatir una falacia política o económica con una falacia termodinámica. La ciencia o la técnica por sí solas no son las responsables del aumento de la productividad experimentado a lo largo de las últimas décadas: esta se debe, en primer lugar, a la disponibilidad masiva y creciente de energía barata. Es decir, sólo se puede hablar de que cada trabajador(a) ha producido más por unidad de tiempo porque el aparato productivo en su conjunto ha dispuesto de toda la energía que ha necesitado para hacer funcionar esas tecnologías. Por otro lado, si medimos la productividad en función de los recursos energéticos no humanos empleados (productividad energética) y no del factor tiempo de trabajo, veremos que la productividad en realidad lleva estancada más de medio siglo (datos de la UE). Pese a ser una confusión que lleva a conclusiones peligrosas, mucha gente no distingue entre tecnología (fruto principalmente de la inventiva humana) y energía (fruto exclusivo de fuentes naturales: unas renovables y otras no). Así, creer que la tecnología por sí sola es capaz de “producir” energía es negar los principios de la Física y caer en el terreno de la fe más anticientífica, una superstición que afecta desgraciadamente a la izquierda desde hace demasiado tiempo, pese a las críticas de autores como Walter Benjamin o al propio reconocimiento de Marx de que la riqueza proviene en última instancia de la naturaleza y de que el trabajo es “fuerza” de trabajo, es decir una fuente de energía natural más. A poco que analicemos racionalmente cómo surge el progreso técnico en la historia humana, ¿podremos negar el papel fundamental del carbón en la Revolución Industrial y en el aumento de productividad que supuso? ¿Fue la máquina de vapor quien la hizo posible o fue el combustible fósil que la alimentaba? (De hecho la tecnología base de tan decisivo invento ya se conocía desde la época clásica grecorromana.) Y también es evidente que el motor de explosión nos permitió otro salto de gigantes en la productividad y en la industrialización, pero sin la explotación del petróleo, esta hubiera sido imposible y dicha invención hubiera quedado en los museos de la tećnica como una curiosidad más sin aplicación posible a gran escala.