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Los peligros de vivir en una economía mundial de suma cero

  • Lunes, 31 Diciembre 2007 @ 11:46 CET
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Artículos Entre los debates que tienen lugar con intensidad en nuestras páginas, se encuentra el de los límites al crecimiento y del agotamiento gradual (después de la llegada al cenit de la producción) de los recursos en general y de los recursos energéticos en particular y como condición y requisito previo para que se puedan obtener los demás recursos. En este contexto, traemos a las páginas de Crisis Energética, un artículo publicado en Financial Times, titulado "The dangers of living in a zero-sum world economy", que ya empieza a plantear este debate. Dado su interés público, lo reproducimos aquí debidamente traducido al castellano y comentado. Creemos que es un excelente artículo, que aborda estas cuestiones fundamentales de frente, aunque en algunos aspectos discrepemos del contenido. Por ello nuestros comentarios entre líneas y en cursiva.

El concepto de “economía de suma cero” es algo que se suele definir por oposición al concepto de “economía de suma positiva”, concepto que también utiliza el propio autor del artículo y que está muy en línea con los conceptos de las modernas escuelas de negocios del concepto francés de “sinergia” o de la expresión inglesa de una “win-win solution”; esto es, de operaciones, intercambios, acuerdos o tratados en los que las dos partes del mismo obtienen algo que es superior a la suma matemática de los esfuerzos individuales, como resultado de dichos acuerdos.

Es un concepto tan viejo como los intercambios fenicios. El propio autor reconoce en el artículo que en condiciones de igualdad de intercambio, el comercio, por ejemplo, podía llegar a producir esa suma positiva, pero con muy escaso margen de valor añadido. Y por eso se dio desde el comienzo de la historia. Vayamos entonces al artículo en sí: Los peligros de vivir en una economía mundial de suma cero

The Financial Times
Por Martin Wolf
Publicado el 18 de diciembre de 2007
Traducido por Pedro Prieto

Vivimos en un mundo económico de sumas positivas y lo hemos estado haciendo durante dos siglos. Creo que es por esto por lo que la democracia se ha convertido en una norma política, los imperios se han desvanecido en gran parte, la esclavitud y la servidumbre legal han desaparecido y las medidas de bienestar han aumentado casi en todos los lugares. ¿Qué quiero decir, entonces, por una economía de suma positiva? Es aquella en la que todos pueden mejorar. Es aquella en la que los ingresos reales per cápita pueden crecer indefinidamente.

La observación de que el concepto moderno de democracia y la disponibilidad creciente de recursos debido al desarrollo tecnológico están íntimamente vinculados, es muy certera. Que el concepto de “suma positiva” tenga apenas dos siglos no lo es tanto. La “suma positiva” se da en cualquier sociedad que dispone de recursos en exceso y los explota en consecuencia sin limitarse. Tampoco es cierto que cuando existe exceso de recursos, todos necesariamente mejoren. Se dan muchos casos en los que una sociedad avanza en cantidades estadísticas “per cápita” y sin embargo sigue habiendo poblaciones que empeoran en este contexto. Es la vieja historia de la hija bastarda de las matemáticas, la estadística, cuando afirma que si uno se come dos pollos y otro ninguno, ambos se han comido uno. El autor parece no percibir esa realidad y da por sentado que en el proceso evolutivo de excesos de energía de los últimos doscientos años, todo ha sido progreso para todos. Simplificación superficial.
¿Cuánto podrá durar un mundo de este tipo y que podría pasar si tiene un fin? El debate sobre los aspectos relacionados con el cambio climático y la seguridad energética ponen la descubierto estas cuestiones absolutamente fundamentales. Como ya predije en mi anterior artículo (“Welcome to a world of runaway energy demand”) del pasado 14 de noviembre de 2007), la luz solar fosilizada y las ideas han sido los mecanismos parejos de empuje de la economía mundial. Así que está en juego nada menos que el mundo que habitamos; esto es, su naturaleza política, económica y física.
De nuevo, Martin Wolf atina, de forma certera, en preguntarse si esto puede seguir creciendo indefinidamente. Lo que es sorprendente es que sea ahora cuando articulistas que publican en diarios del perfil del Financial Times empiecen ahora a preguntárselo. Efectivamente está en juego el mundo que habitamos. Y más vale preguntárselo tarde que nunca.
Según Angus Maddison, el historiador económico, los ingresos reales per cápita de la Humanidad han crecido diez veces desde 1820* Los aumentos han tenido lugar en casi cualquier lugar, aunque en contextos extremadamente divergentes: los EE.UU. han aumentado unas 23 veces y los de África apenas cuatro veces. Es más, han tenido lugar grandes mejoras, a pesar de que la población mundial ha aumentado –desde entonces- en más de seis veces.
De nuevo sale a relucir la teoría de los dos pollos. La consecuencia importante de esta declaración de Wolf es que si la humanidad ha multiplicado diez veces su acceso a los bienes por habitante y al mismo tiempo, esa población se ha multiplicado más de seis veces, la consecuencia imparable es que hoy comemos sesenta veces más pollos que hace dos siglos. Otra cosa, como señala, aunque sea superficialmente, es como nos estamos comiendo los pollos, si nos salimos de utilizar las estadísticas generalizadoras para lo que nos interesa.
Es una asombrosa historia que tiene consecuencias altamente deseables. Un uso más inteligente de la energía comercial ha aumentado de forma inconmensurable el abanico de bienes y servicios disponibles. También ha reducido sustancialmente la pesadez del trabajo y nuestra dependencia de los demás. Ya no es necesario que siervos y esclavos satisfagan el apetito de unas élites reducidas. Las mujeres ya no tienen que dedicar sus vidas a las exigencias de la vida doméstica. Los aumentos sostenidos de los ingresos reales per cápita han transformado nuestras vidas económicas.
Sin duda. Para una gran cantidad de personas se han reducido los trabajos físicos penosos. Pero es exagerado concluir de nuevo, que para todos. Sigue habiendo millones de niños trabajando en condiciones de esclavitud y servidumbre, de formas muy penosas. Y la idea de que las mujeres ya no tienen que dedicar su vida a las exigencias domésticas (que aquí se presentan como una pesadez diabólica y sexista), está lejos de ser realidad. Estas “liberaciones” de la mujer”, siguen sin haber tomado cuerpo en al menos en la mitad de las mujeres del planeta. Apenas se han producido en el sector del mundo industrial, capitalista y desarrollado y está por ver, si ha sido realmente una liberación o más bien tiene su raíz en una decisión capitalista de utilizar la mano de obra que antes era solo doméstica, en trabajos que no necesariamente la liberan de realizar las mismas tareas domésticas; eso si, sirviéndose de los electrodomésticos y demás comodidades del hogar, pero a cambio de entregar su fuerza de trabajo en el ámbito industrial y de servicios, que paradójicamente termina en la adquisición de los bienes que se supone la iban a liberar.
Lo que ya se entiende menos es que también han transformado la política. Una economía de suma cero conduce, inevitablemente, a la represión interna y al saqueo externo. En las sociedades agrarias tradicionales, los excedentes obtenidos de la inmensa mayoría del campesinado eran los que mantenían los niveles de vida relativamente lujosos de las clases elitistas militar, burocrática y de la nobleza. La única forma de aumentar la prosperidad de todo un pueblo era la de robárselo a otro. Algunos pueblos hicieron prácticamente un negocio de esos saqueos: la república romana fue un ejemplo; los nómadas de las estepas euroasiáticas, que alcanzaron su apogeo bajo Gengis Kan y sus sucesores, son otro ejemplo. Los conquistadores europeos de los siglos XVI al XVIII fueron, presumiblemente un tercer ejemplo. En un mundo con los niveles de vida estancados, las ganancias de un grupo se obtienen a expensas de pérdidas iguales, si no mayores, de otros. Esto era, en aquel entonces, un mundo de represión salvaje y depredación brutal.
Dos observaciones a Wolf: en primer lugar, nunca ha habido “economías de suma cero” de forma estable, ya que toda sociedad humana tiene un patrón de reproducción biológico exponencial; es nuestra esencia. Somos así. La suma cero, si es a eso a lo que se refiere, sólo se produce cuando un determinado crecimiento puramente poblacional llega a entrar en conflicto con la disponibilidad de los recursos en su área de influencia. Y no puede seguir creciendo. Entonces, en las épocas preindustriales, se recurría o bien a la represión interna y a las guerras civiles, o bien se recurría a los intentos de despojo de los recursos de los vecinos. En eso tiene Wolf razón, sólo en eso.
El cambio a una economía de suma positiva transformó todo esto de forma tremenda, aunque mucho más lentamente de lo que podría haber sido. Llevó cierto tiempo el que la gente se diera cuenta de lo mucho que las cosas habían cambiado. Las políticas democráticas se fueron haciendo cada vez más practicables, porque resultaba posible que todo el mundo fuese mejorando de forma sostenida. La gente lucha por mantener lo que tiene, con más fuerza que para obtener lo que no tiene. A esto se le denomina el “efecto de la dotación”. Así, en un mundo de suma positiva, las élites eran más proclives a tolerar la emancipación de las masas. El hecho de que ya no dependían del trabajo forzado hizo este cambio aún más fácil. La política consensuada, y por tanto, la democracia, se convirtieron en la norma.
Sin embargo, carece de razón cuando indica que una sociedad de “suma positiva”, si es que por ello se entiende a un grupo humano capaz de desarrollar medios para aumentar incesantemente la disponibilidad de recursos, sobre todo cuando se da el gran salto a la utilización de los recursos energéticos fósiles, durante un prolongado periodo de tiempo. Las élites nunca fueron excesivamente proclives a tolerar nada a las masas, ni siquiera en periodos de relativa abundancia. Las élites nunca se conformaron con explotar recursos propios con fuentes propias de energía. Muy al contrario, las luchas para depredar bienes de la propia nación y de naciones ajenas (una vez estabilizado el concepto de Nación Estado), nunca han dejad de darse, aunque haya habido en determinados momentos suficientes cantidades puntuales de bienes. Basta la codicia humana de unos pocos para que no haya recursos excedentarios suficientes para esos pocos. Esta conclusión de Wolf no es totalmente certera. Es mucho más certera la frase de Ghandi: “En el mundo hay bastante para satisfacer las necesidades de todos, pero no para satisfacer la avidez de cada uno”. Y Martin Wolf parece ignorar este hecho y creer que ha habido momentos en que el capital y las élites se han sentido saciadas y han dejado a sus pueblos saciarse con sus propios recursos.
De la misma forma, una economía de suma positiva debería poner fin al estado de guerra permanente que caracterizó el mundo premoderno En una economía de este tipo, el desarrollo interno y el comercio exterior ofrecían mejores perspectivas para prácticamente todo el mundo que las que ofrece un conflicto internacional. Aunque el comercio siempre ofreció la posibilidad de un intercambio de suma positiva, como Adam Smith argumentó, las ganancias eran pequeñas, comparadas con lo que hoy ofrece la combinación de un desarrollo pacífico interno y un comercio internacional en expansión. Lamentablemente, llevó casi dos siglos a los Estados, después de la Revolución Industrial, caer en la cuenta de que ni la guerra ni el imperio eran “juegos” a los que mereciera la pena jugar.
Martin Wolf parece decir aquí, de forma oblicua, que las economías que denomina “de suma positiva” preferían desarrollos internos y comercios exteriores pacíficos a los conflictos. E ignora u oculta –que sería peor- que uno llega a esas economías de suma positiva, salvo excepciones, a base de depredar recursos ajenos. Es evidente que los patricios del Imperio Romano preferían la paz a la guerra, cuando ya habían consolidado la conquista (esto es, institucionalizado la explotación inmisericorde de las provincias a favor de Roma) de toda Europa. Pero entonces descubrieron que la paz no era posible de forma estable. Y la conclusión de que EE.UU. llegó a esa conclusión también (que es preferible la paz, el desarrollo “interno” de los recursos y un comercio internacional pacífico), se compadece muy mal con el número de agresiones en las que ha participado en los últimos cincuenta años; en el número de bases que mantiene y en el esfuerzo militar de mantener flotas inmensas en todos los océanos para seguir asegurándose que el intercambio absolutamente desigual que ha institucionalizado en el comercio internacional a su favor, sigue incólume. Pareciera que este hombre se ha caído del guindo ahora.
Las armas nucleares y el auge de los Estados desarrollistas dejaron obsoleta la guerra entre las grandes potencias. No es por accidente que la mayoría de los conflictos en el planeta hayan sido guerras civiles en países pobres que no pudieron asentar las bases internas de una economía de suma positiva.
De nuevo, Wolf se cae del guindo y se convence a sí mismo de que las dos superpotencias no se han enfrentado entre ellas en las cinco décadas de la guerra fría, porque tenían armas nucleares. Al parecer, para él no cuentan los enfrentamientos indirectos que ambos han forzado sobre las espaldas de decenas de países y regiones en todo este periodo y los saqueos generalizados y continuos de cada uno de ellos (sobre todo los de EE.UU.) a los países pobres. Y encima culpa a los países pobres de no haber sabido asentar “economías de suma positiva”, como al parecer sí ha sabido hacerlo Europa y los EE.UU., según Wolf, y al parecer, con sus propios recursos internos y sin expoliar a los demás. Chúpate esa.
Pero China e India acaban de alcanzar ahora este estatus. Quizá el factor más importante del mundo en que vivimos es que los liderazgos de esos dos países han asentado su legitimidad política sobre el desarrollo económico interno y el comercio internacional pacífico.
China e India no acaban de conseguir el estatus de “suma positiva”, como sugiere Wolf. En primer lugar, ambos tienen armas nucleares desde hace décadas. Su legitimidad política no la tiene que certificar ningún occidental. En el caso de China se la ganó Mao Zedong con las armas en la mano, expulsando a los colonialistas y en el de la India, un tal Ghandi, ya citado, con una túnica de algodón por todo arma, también poniendo de patitas en la calle a los colonialistas británicos. Lo que le preocupa a Wolf, aunque no lo exprese de forma directa, como a todo occidental glotón, es que China e India acaban de empezar a conseguir el deseado “status de suma positiva”, precisamente al empezar a detraer recursos ajenos de los países hasta ahora generalmente depredados por EE.UU. y Europa. Llamar a esto, como hace Wolf, “comercio internacional pacífico”, cuando no es más que una generalización del saqueo de los pobres, mediante el intercambio desigual, como siempre, por otros dos grandes países más, que intentan sumarse al festín (ver la toma de posiciones de China en África en sus relaciones comerciales), es muy sarcástico.
La era de los saqueos es cosa del pasado. ¿O no? El aspecto más importante sobre los debates acerca del cambio climático y del suministro energético es que están trayendo de vuelta la cuestión de los límites. Si, por ejemplo, todo el planeta emitiese CO2 al ritmo que lo hacen los EE.UU. en la actualidad, las emisiones globales serían unas cinco veces mayores. Lo mismo se puede decir, en términos generales, del uso de energía per cápita. Es por ello que el cambio climático y la seguridad energética son asuntos de tal importancia geopolítica. Ya que si hay límites a las emisiones, tiene que haber límites al crecimiento. Pero si de hecho hay límites al crecimiento, los apuntalamientos políticos de nuestro mundo se caen en pedazos. Volverán a surgir conflictos muy intensos por la distribución –de hecho ya están surgiendo- entre diferentes países.
¿Cómo que la era de los saqueos es cosa del pasado? ¿Por qué, porque lo dice Wolf y punto redondo? Lo importante de esta aseveración es que el concepto de límites vuelve a adquirir protagonismo, precisamente en una sociedad cuyo eslogan principal es el de que “no hay límites” para nada. Sus cálculos sobre las cantidades de emisiones que se dan en la atmósfera, como consecuencia de la actividad humana e industrial en los EE. UU. y en el mundo, son asombrosamente precisas. Efectivamente, como ya hemos dicho varias veces en nuestra web, si el mundo adquiriese el nivel de vida y de consumo de los EE. UU. las emisiones se multiplicarían por cinco. Como por cinco se multiplicarían los consumos de energía fósil, que están directa y muy estrechamente relacionadas (como no podía ser de otra forma).

Y nos congratulamos de que sea un articulista nada menos que del Financial Times quien llegue a establecer ¡al fin! a la conclusión de que si hay que poner límites a las emisiones, habrá que poner fin al crecimiento. Los sorprendente es que una cosa tan de cajón todavía no se atreva nadie a declararla en público y menos aún a esbozar las medidas que deberían tener que adoptarse si esto es así. También acierta cuando asegura que los conflictos por la distribución (y por las reservas de bienes materiales) surgirán, salvo que lo más acertado sería decir que se intensificarán, puesto que se han venido dando sin apenas discontinuidades. Todavía le falta algún hervor al articulista para concluir que si empieza a haber problemas con la seguridad energética, es seguramente por una razón que no ha analizado: el agotamiento gradual y progresivo de estos recursos energéticos. Eso sigue siendo tabú.

La respuesta de muchos, principalmente ecologistas y personas con tendencias socialistas es la de dar la bienvenida a dichos conflictos. Creen ellos que suponen los dolores de parto de una sociedad global mundial justa. Estoy en completo desacuerdo. Va a ser mucho más parecido a un paso hacia un mundo caracterizado por conflictos catastróficos y una represión brutal. Es por ello por lo que simpatizo con la respuesta hostil de los liberales clásicos y los libertarios a la noción misma de los límites, puesto que ellos los ven más como el doblado de campanas a cualquier esperanza de libertad interior y de relaciones exteriores pacíficas.
Es erróneo y tendencioso generalizar asegurando, como hace Martin Wolf, que ecologistas y personas con “tendencias socialistas” (¡qué peligro potencial encierra esta forma de calificar a las personas!) dan la bienvenida a dichos conflictos. No en Crisis Energética. Y no en muchos otros sitios. Esto es un juicio de intenciones malintencionado, injusto y manipulador. No es plato de buen gusto que ningún conflicto por los recursos se acelere o exacerbe. Plantear que el sistema era insostenible y que terminará agotado o ver que el capitalismo reventará también y posiblemente de forma más explosiva y peligrosa que el hizo el comunismo, no significa que automáticamente todo el que advierte de este colapso, que incluso el propio Wolf adivina, esté deseando que se de. Por supuesto que hay que intentar conciliar deseos y realidad y ser muy prudentes en la elaboración de posibles fórmulas o salidas.
Los optimistas creen que el crecimiento económico puede continuar y continuará. Los pesimistas creen que no será así o que no debería ser así, si es que pretendemos evitar la destrucción del medio ambiente. Creo que tenemos que intentar conciliar lo que tiene de sentido en estas visiones opuestas. Es vital para las esperanzas de paz y libertad que podamos sostener una economía mundial de suma positiva. Pero no es menos vital para hacer frente a los retos ambientales y de los recursos, que la economía tenga que vomitar. Va a ser difícil. La condición para el éxito es una inversión exitosa en inventiva humana. Sin ella, vendrán días oscuros. Y esto nunca ha sido tan cierto como lo es hoy.
Pero no es matemáticamente posible seguir en lo que Wolf denomina “suma positiva”. Y Wolf lo sabe, por lo que él mismo escribe. No es posible que la economía siga creciendo indefinidamente y transformando la naturaleza de forma tan acelerada. Ocurre, sin embargo, que todo ello tiene otra explicación. Él también piensa que hay límites, pero no está dispuesto a caminar hacia el tipo de sociedad compatible con la existencia de estos límites, la que apuntan los que él llama "ecologistas o con tendencias socialistas". Su "solución", por tanto, es el "paso hacia un mundo caracterizado por conflictos catastróficos y una represión brutal" que permita a unos pocos seguir viviendo como si no hubiera límites. Y de ahí que tenga que negar que los haya, para poder seguir viviendo como si no los hubiere, aún a costa de que otros no puedan ni siquiera vivir. Claro que la economía va a tener que vomitar. Y a fondo. Va a tener que darse la vuelta a los intestinos que ahora forman sus retorcidos principios. Pero fiar todo a la inventiva humana, es dejar una puerta abierta a la ambigüedad que dice muy poco de quien tan bien intuye los momentos de gran dificultad que tenemos todos por delante
* Contours of the World Economy, 1-2030 AD, Oxford University Press 2007