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El Pentágono como Servicio Global de Protección del Petróleo

  • Viernes, 22 Junio 2007 @ 11:18 CEST
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Artículos Presentamos un interesante artículo escrito por Michael T. Klare, profesor del Centro de Estudios para la Paz y Seguridad Mundial del Hampshire Collage y autor famoso de libros sobre energía y seguridad. Fue publicado inicialmente en Tom Dispatch, con un prólogo del editor de la página, Tom Engelhardt y después, ha sido reproducido en Energy Bulletin y en otros medios alternativos tales como Mother Jones y Pacific Free Press.

En nuestras páginas no había pasado inadvertido y fue comentado como noticia por el usuario Elescéptico, que lo cita en portada de nuestra revista el pasado 15 de junio. Y aquí hemos decidido proceder a su traducción y publicación, por considerarlo de interés público, respetando el prólogo del primer editor y con algunos comentarios de Pedro Prieto, editor de esta página, que entendemos proceden sobre el artículo:

Si el artículo de Michael T. Klare hubiese prescindido de la última línea, podría haber dicho que era impecable. La última línea sugiere que los cientos de miles de millones de dólares que se gastan en el despliegue militar y armamentístico de EE. UU., para quizá terminar sirviendo sólo a sus propias necesidades, pues puede que terminen comiéndose todo en su función de asegurar el suministro a sus ciudadanos, se deberían haber gastado en buscar alternativas al petróleo. Eso significa que cree o espera que pueda haberlas. Ni es pecado, ni se le puede culpar por ello, ni desde luego hubiese sido peor que convertir todo ese gigantesco esfuerzo económico, energético y militar en agua de borrajas, como está sucediendo en la realidad. Pero es más bien poco probable que esa vía vaya a terminar explorándose.

Es más que probable, seguro, que, por el contrario, los EE. UU. y sus grandes estrategas escondidos en sus “war rooms” lleven al menos dos o tres décadas siendo muy conscientes del problema del agotamiento de los recursos y que sus políticas hayan estado dirigidas estas últimas décadas (Doctrina Roosevelt, como pionero, pero empezando a darse cuenta del desaguisado y la irreversibilidad del proceso con la famosa Doctrina Carter que menciona y finalmente la toma del poder, en condiciones de todos conocidas, sobre todo las del hijo, de los oleinómanos de la familia Bush).

Klare cree que hay dos vías para lo que Eisenhower denominó el “complejo militar-industrial”. La primera cree que consiste en disfrazarse de militares “ecologistas y verdes” y ponerse como locos a diseñar ejércitos que hagan las mismas cosas que ahora (es decir, dominar, oprimir, conquistar y expoliar), pero con máquinas y sistemas armamentísticos mucho más eficientes y de menor consumo.

Desde mi punto de vista, la primera, aunque está muy generalizada en el imaginario de la gente, es inviable y responde a la generalizada creencia que aplicando más tecnología, se pueden hacer máquinas que consuman menos, que sean mucho más eficientes o encontrar sustitutivos adecuados en calidad y volumen, como para olvidarse del asunto. Es una alternativa tan poco creíble, que el propio Klare la desmiente con rotundidad en su propio artículo y cuyos datos deberían servir de ejemplo para todos los tecnólatras que siguen creyendo que mayores aplicaciones tecnológicas llevan a menores consumos. En apenas 15 años, el consumo por soldado estadounidense pasó de 15 litros por día a 64 litros diarios. Y él mismo estima que si se siguen intensificando las aplicaciones tecnológicas, en otros 15 años, en buena lógica, debería estar gastando 242 litros diarios, que desde luego no estarán disponibles en le planeta, si no es porque el ejército de los EE.UU. consigue quedarse no solo como el más grande consumidor de energía del mundo, sino sobre todo, como el único. ¿Cómo pues, puede ser la intensificación del uso de las tecnologías, que precisamente nos ha llevado hasta este precipicio de locura, la que nos vaya a salvar de nada relacionado con la energía?

En este “progreso”, que deberíamos denominar mejor carrera hacia la locura, conviene citar a Richard O’Connor, que en su libro “Los barones del petróleo” (editorial Euros) cuenta que “hacia mediados de la guerra los EE. UU. habían incrementado la producción de petróleo a 4 millones de barriles por día. Y se necesitaban. Una división de la Primera Guerra Mundial tenía energía mecánica por un total de 4.000 HP (CV), principalmente en camiones de abastecimiento; una división motorizada de la Segunda guerra Mundial desarrollaba 187.000 HP (CV)” (Pag. 281)."

Como vemos, los estrategas militares del Pentágono no han variado mucho su esquema de pensamiento desde entonces. Viven de diseñar guerras y estrategias, pero luego cogen el coche y vuelven a casa, como un ciudadano más, y como ciudadano consumista, siguen creyendo en el modelo de crecimiento infinito, en una sociedad de energía abundante y barata y disponible ilimitadamente. Y diseñan conforme a ese parámetro. El ejemplo de la entidad más tecnológicamente desarrollada del planeta y su estrecha vinculación con el aumento del consumo debería servir de lección a los tecnólatras que siguen creyendo en que la tecnología servirá para paliar los agotamientos de recursos finitos y fósiles, cuando está ante los ojos de todo el mundo que sólo sirven para acelerarlos.

Pero la otra vía, que Klare considera existe como alternativa, pero ve más siniestra, es la de que el ejército de los EE. UU. se dedique a invadir de forma permanente los países con más reservas de petróleo y seguir con la explotación hasta el final. Creo que Klare peca de inocencia, por pensar bien de él. Está claro que esa no es una alternativa: es el camino trazado desde hace más de una década y puesto en práctica por el ejército de los EE. UU. No es que sea un planteamiento; es que es una realidad, una triste realidad. Hoy, los EE. UU. tiene copado militarmente el golfo Pérsico en exclusiva. Están en Arabia Saudita, en Kuwait, en Irak y en los EAU. Y miran con ojos golositos a Irán. Pero es que además, su política militar y estratégica ha pasado en las últimas décadas por solapar cada vez con más descaro la geografía del terror, como ya apuntábamos en estas páginas desde el inicio mismo de Crisis Energética, con la geografía del petróleo. Así, Nigeria, Angola, Guinea Ecuatorial, Venezuela, Colombia, Indonesia, Argelia o Libia, se encuentran también bajo el ojo escrutador y ambicioso de los ejércitos imperiales y cualquier paso que den estos países que suponga el más mínimo riesgo de suministro para ellos, se considera afrenta y agresión (Doctrina Carter, claro) a sus “intereses nacionales”. Así de sencillo, de patético y de peligroso. Así pues, no es que ésta sea simplemente una posible “siniestra” alternativa, es que es una triste realidad.

Y para terminar, solo un concepto: el gasto energético del esfuerzo militar de los EE. UU. en relación con la “seguridad” de su suministro energético, que tan bien ha desarrollado Klare, no solo está en los consumos directos e indirectos por él mencionados; a ellos hay que sumarles la energía que cuesta la producción y la renovación del parque de material militar empleado en las guerras y en los despliegues a que dan lugar. Si tuviésemos en cuenta estos parámetros, no por todavía mucho más ocultos que los que ha desvelado Klare, menos reales y existentes, podríamos encontrarnos con la sorpresa de que no sólo no están obteniendo energía neta de la guerra de Irak, sino que puede que se estén desangrando energéticamente, aunque sea de forma lenta e imperceptible. Esto son los rendimientos energéticos decrecientes, enunciados por Joseph Tainter y otros, a los que los funcionarios estadounidenses que trabajan ocultos en los “war room” del Pentágono no han debido hacer caso. Allá ellos.