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La desesperación verde

  • Martes, 30 Mayo 2006 @ 21:03 CEST
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Artículos John Gray, politólogo inglés, conservador británico heterodoxo, ex asesor de Margareth Tatcher y más tarde azote de neoliberales, es muy consciente, desde hace tiempo, de los retos medioambientales a los que nos enfrentamos. En este ensayo breve para la revista New Statesman, "Rather than face up to climate change and do what can be done, humanity may opt to let it happen", Gray toma partido por la energía nuclear para afrontar las consecuencias del cambio climático, apoyando a Lovelock incluso en la extravagante idea de elaborar todos los alimentos de manera sintética. La de Gray es una argumentación lúcida y directa por momentos, pero también desesperada y desgarrada.

Gray está convencido de que el cambio climático no se podrá evitar, tan solo paliar, y es consciente también de que el declive del petróleo convencional causará un mayor uso de hidrocarburos no convencionales, más contaminantes. Por eso aboga por la energía nuclear y la alta tecnología, para reducir nuestra huella sobre el planeta. A pesar de las inconsistencias, casi selectivas, en beneficio de la solución nuclear, Gray escribe aquí un material incendiario, en la línea de su Straw Dogs, cuando recuerda que

Podría ser que los cambios en los hábitos de pensamiento que son necesarios estén más allá de los poderes humanos. Debemos nuestro éxito evolutivo parcialmente a nuestra capacidad para la negación. En el fomento de la supervivencia humana, la esperanza ciega ha sido a menudo más útil que una estimación racional del peligro. Hoy, la tendencia de eliminar del pensamiento consciente los problemas que enfrentamos se ha vuelto en sí peligrosa, pero es una tendencia que está alentada en una cultura que premia el confort emocional por encima de todo lo demás. En el peor de los escenarios que ahora se muestran cada vez más reales, el resultado podría ser un cambio en la manera en que vivimos que no tiene precedente en la experiencia humana.
Ahí va el ensayo de Gray traducido al español: En vez de enfrentarse al cambio climático y hacer lo que se pueda, la humanidad podría optar por dejar que suceda.

Ensayo para el New Statemen

John Gray, 29 de mayo de 2006

Todas las gamas de opiniones niegan la magnitud de los desafíos medioambientales a los que nos enfrentamos. Nuestra necesidad de confort puede ser más fuerte que nuestra voluntad de sobrevivir, argumenta John Gray.

Durante el siglo actual, es probable que los seres humanos experimenten un cambio en el medio ambiente planetario único en la historia. El cambio climático es irreversible, y está acelerándose rápidamente. Nadie, a parte de unos pocos excéntricos hablando en nombre de la administración Bush, duda que el calentamiento global sea un efecto secundario de las actividades humanas. Las evidencias científicas acumuladas sugieren poderosamente que el cambio climático está sucediendo a una escala más grande y de manera más rápida de lo que se sospechaba incluso hace un par de años. Procesos observables como el deshielo del casquete polar antártico apuntan a aumentos de los niveles del mar que harán desaparecer mucha de las tierras cultivables e inundarán muchas ciudades costeras. La cara del planeta está cambiando ante nuestros ojos.

El mensaje de la ciencia es claro: los humanos se encontrarán pronto en un mundo diferente del que nunca hayan vivido antes. Alterar nuestra manera de vivir para enfrentarnos con esas condiciones será fenomenalmente difícil, si es que es posible hacerlo. Aún así todos los sectores de opinión niegan la escala del cambio y la magnitud del desafío que significa. Los políticos convencionales y los activistas verdes difieren en muchos puntos; pero todos creen que el cambio climático puede ser detenido o convertido en inocuo, si adoptamos las políticas correctas. Coinciden en rechazar el hecho de que el cambio climático descontrolado es el resultado de la tóxica mezcla del rápidamente creciente número de humanos con la industrialización mundial. A través de todo el espectro político existe un rechazo a encarar esta realidad. Esto no ha sido tan claro como entre los Verdes, que persisten en la fe engañosa de que el desarrollo sostenible y la energía renovable podrán salvarnos.

En este consenso de la negación, hay algunos que nos dicen que no nos preocupemos. Los llamados “medioambientalistas escépticos” sugieren que no hay que confiar en el consenso científico, y aconsejan no hacer nada hasta que el daño hecho por el cambio climático sea innegable. Esta es la visión de Nigel Lawson, que recientemente aconsejó una estrategia en la que se continúe como hasta ahora. Prepararse para el cambio climático es costoso y dificultoso, dijo el antiguo ministro de economía, y solo deberíamos alterar nuestra forma de vida cuando la evidencia sea incontestable. El problema con esta visión es que el cambio climático no es especulación de predicadores del fin del mundo: ya está pasando, y es una locura cerrar los ojos y esperar a que pase. Si toma la forma radical y abrupta que muchos científicos creen ahora que es posible, tendrá efectos desastrosos en las vidas de millones, posiblemente miles de millones, de personas.

Bajo el liderazgo de David Cameron, el propio partido de Lawson no es tan complaciente, pero también está en un estado de negación. Cameron habla a la ligera de “crecimiento verde”, y ha demostrado lo serio de su compromiso medioambiental montando en bicicleta e instalando una turbina eólica en el tejado de su casa. La asunción subyacente de esta aproximación es que la crisis puede ser tratada sin hacer nada difícil ni impopular. Los hechos cuentan una historia diferente. La energía eólica no es terriblemente eficiente, y ciertamente no puede reemplazar a la energía de los combustibles fósiles como la fuente de la mayoría de nuestra energía. Incluso si está combinada con otros tipos de energías renovables como solar, geotérmica, e implementadas junto con políticas de ahorro energético, la producción de los espantosos molinos de viento brotando a través de los campos no podrán satisfacer la creciente demanda de energía que acompaña los patrones actuales del crecimiento económico.

Un cambio a gran escala hacia la energía renovable en Gran Bretaña tampoco tendría ningún impacto perceptible en el calentamiento global, que está mucho más afectado por las emisiones originadas en China, India y los Estados Unidos. Se debería argumentar que Gran Bretaña debería hacer lo que pudiese para reducir las emisiones sin tener en cuenta el comportamiento de otros países; pero solo hay una tecnología existente que pueda proporcionar energía en la escala que Gran Bretaña necesita, al mismo tiempo que reduce su producción de gases de efecto invernadero, y esa es la tecnología nuclear, que es altamente impopular. Las imágenes de Chernóbil y sus consecuencias son potentes antídotos para el pensamiento racional, incluso si todo lo que nos dicen es lo horriblemente insegura que era la tecnología nuclear en la época Soviética. Vivimos en una cultura en la que el confort personal emocional cuenta más que cualquier valoración objetiva de riesgos y consecuencias, y las actitudes públicas ante la energía nuclear reflejan esto. Como una especie de psicoterapia para consumidores agotados, apesadumbrados por punzadas de culpabilidad medioambiental, la energía renovable puede ser bastante efectiva. Como una respuesta adecuada a la crisis medioambiental es imposible.

Podría ser mucho pedir al electorado que se enfrente a las realidades medioambientales difíciles de aceptar. Este mes Tony Blair declaró que la energía nuclear “iba a volver de verdad”. En un discurso a la Confederación de la Industria Británica, sugirió que el reemplazo de las centrales nucleares, en conjunción con “un fuerte empujón a las renovables y un cambio notable en eficiencia energética”, debe ser considerado como parte de la estrategia a largo plazo de Gran Bretaña. Se debe felicitar a Blair por haber propuesto las opciones energéticas reales que enfrentamos en el frente del debate público. Su intervención llega cerca del fin de su carrera política, a pesar de todo, y dado su papel desastroso en la guerra de Irak, nada de lo que él diga en cualquier tema controvertido será tomado seriamente, incluso si, como es el caso, lo merezca.

Al hacer público su apoyo a la energía nuclear, Blair se enfrenta a la mentalidad del bienestar: la mayoría de la gente quiere creer que la crisis medioambiental puede resolverse por políticas que no impliquen riesgo, para ellos o para alguien más. El pensamiento verde anima esta mentalidad. Por ejemplo, el tratado de Kioto puede tener un valor simbólico en el reconocimiento de los orígenes antropogénicos del calentamiento global, pero no merece el estatus de icono que le da el lobby verde. Ninguno de los tres grandes productores de gases de efecto invernadero lo han firmado, e incluso si fuese implementado enteramente haría muy poco para alterar el cambio climático que ya está en marcha. Sobre todo, un tratado así no podría parar la estampida hacia la industrialización que es la causa humana del calentamiento global.

El calentamiento global tal y como lo conocemos ahora es un subproducto de la revolución industrial. La temperatura del planeta ha estado subiendo desde aproximadamente 1800, cuando el uso de los combustibles fósiles empezó a gran escala. La industrialización y los combustibles fósiles son diferentes caras del mismo proceso, y es la creciente demanda energética la que está alimentado el calentamiento global. Nuestra presente civilización empezó con carbón, y muy bien podría acabar ahí de nuevo. El petróleo ganó en importancia en su uso energético a través del SXX, pero a medida que el petróleo ligero sea más escaso y más caro, las sociedades industriales van a empezar a buscar otros combustibles fósiles que aún sean abundantes, particularmente carbón y arenas asfálticas. Si el precio del petróleo permanece alto durante los próximos años, los procesos del mercado harán esos combustibles viables económicamente, y muchos economistas piensan que esto solventará nuestros problemas. No han tenido en cuenta el incremento en el calentamiento global que ese cambio produciría. Hay nuevas tecnologías que pueden hacer el carbón más limpio, y haríamos bien en desarrollarlas más si queremos limitar sus riesgos medioambientales; pero un cambio global desde fuentes energéticas convencionales hacia el carbón y las arenas asfálticas va a incrementar los gases de efecto invernadero. Mientras que cambiar a otros combustibles fósiles puede tener sentido económicamente, no hay nada en la operación de los mecanismos de los precios que registre los costes para el planeta en su conjunto.

Los activistas verdes afirman que quieren un nuevo sistema económico global en el que los combustibles fósiles jueguen un papel más pequeño y el daño al planeta sea completamente contabilizado, pero de nuevo estamos en el reino de la negación. El tipo de economía industrial intensivo en energía que se está adoptando en India y China es claramente insostenible. Al mismo tiempo no existe ni la más remota posibilidad de que la carrera de la industrialización sea abandonada. Las elites en el poder en China son perfectamente conscientes del horroroso daño que su vertiginoso crecimiento industrial ha hecho al frágil medio ambiente de su país, mucho más que los inversores occidentales que hablan con entusiasmo del milagro económico chino. Los dirigentes chinos también saben que no pueden arriesgarse a aminorar su expansión económica. Incluso con la política de un solo niño y un rápido envejecimiento, la población de China seguirá creciendo durante los próximos cincuenta años, y los cientos de millones que se están trasladando de las áreas rurales a las ciudades necesitarán trabajos, casas y transporte. Si se quieren evitar una enorme agitación social e inestabilidad política, la expansión económica debe continuar sean cuales sean las consecuencias medioambientales. Lo mismo se puede aplicar a India, y a los países pobres del mundo.

La industrialización mundial posee una enorme inercia que no puede ser detenida por medios políticos. Parte de esta inercia viene sin duda del continuo crecimiento demográfico, pero cualquier mención del creciente número de personas es ahora tabú en el debate medioambiental. En el rico Oeste, los fundamentalismos religiosos, los misioneros neoliberales del libre mercado, los economistas del desarrollo y los pocos marxistas que quedan denuncian, todos a una, la idea de que hay demasiada gente. Curiosamente, esta visión no ha sido adoptada en los países pobres. China, Egipto, Irán, India y muchos otros países en desarrollo tiene políticas demográficas. En cuanto al uso per capita de recursos, son los países ricos los que tienen más sobrepoblación, y esto es usado a menudo para sugerir que es la distribución de recursos más que la población humana global lo que realmente importa. Las desigualdades son reales y son problemáticas. Incluso así, ninguna redistribución de recursos podría permitir a la Tierra el sustento a largo plazo de la cantidad de humanos proyectados para la segunda mitad del siglo actual, o incluso los que existen hoy.

La actual población humana de más de seis mil millones de personas está sostenida por un tipo de agricultura industrializada que depende de los suministros de petróleo que se están agotando rápidamente. Contrariamente a los románticos entre los verdes que miran con nostalgia una imaginaria cultura campesina de armonía con la naturaleza, la agricultura ha sido siempre, ecológicamente, una actividad humana altamente perjudicial, y esto es hoy aún cierto. Es principalmente la expansión de la agricultura, no la industria, lo que está destruyendo la selva del Amazonas; pero en todos los sitios la agricultura es críticamente dependiente de los fertilizantes provenientes del petróleo. La revolución verde fue, en su base, un proceso por el cual del petróleo se extrajo comida. Una población de casi nueve mil millones, las estimaciones mundiales de la ONU para 2050, serían aún más dependientes de los combustibles fósiles, con todos sus efectos perjudiciales para el clima global.

En aproximadamente un siglo, el número de humanos podría declinar a medida que la caída de la fertilidad se extienda por todo el mundo. Mientras tanto, hay un cuello de botella, y los gobiernos se apresuran a asegurarse el control de las restantes reservas mundiales de petróleo y gas. La guerra de recursos que se está luchando en el Golfo es probable que sea una de las muchas del siglo venidero, y estará acompañada por los conflictos por el agua potable. El crecimiento de la población, las guerras de los recursos y el cambio climático están interrelacionados. Sin una población menor no puede haber solución a la crisis medioambiental, y de una manera u de otra, el número de humanos disminuirá. Los verdes huyen de esos hechos, e insisten en que el cambio climático y el conflicto sobre los recursos naturales pueden ser evitados adoptando un modo de vida de baja tecnología. Pero las granjas orgánicas y los molinos de viento no pueden parar la destrucción del mundo natural, o sostener la actual población humana.

En vez de flirtear con la fantasía de una sociedad de baja tecnología, necesitamos poner el foco en soluciones de alta tecnología para la crisis medioambiental. La tecnología no puede cambiar la condición humana. No puede rechazar las leyes de la termodinámica, o hacer a los humanos menos proclives a la locura o a las ilusiones de lo que siempre han sido. Lo que la tecnología puede hacer es ayudarnos a soportar la abrupta alteración en el medio ambiente planetario que la actividad humana ha provocado, un proceso de ajuste que es seguro que sea severamente difícil. No podemos parar el cambio climático. Si aprovechamos al máximo las tecnologías que limitan la necesidad de combustibles fósiles podemos evitar acelerarlo.

James Lovelock ha argumentado que necesitamos abandonar los modos tradicionales de agricultura e ir hacia la producción de alimentos sintéticos, y me parece que aquí, como en otras cuestiones, Lovelock marca la dirección a seguir. Lovelock es más conocido por su apoyo a la energía nuclear, una opinión que he compartido desde 1993, cuando la apoyé en mi libro Más Allá de la Nueva Derecha. A pesar de Chernóbil, los riesgos de la energía nuclear para los seres humanos han sido fuertemente exagerados. Igual de importante, la energía nuclear es mucho menos dañina para el medio ambiente no humano que la extracción de combustibles fósiles. Solo por esta razón, los activistas verdes deberían apoyarla. Aún así permanecen profundamente hostiles hacia las soluciones de alta tecnología, y parte de sus razones puede ser su bien fundada sospecha sobre la idea de que los seres humanos pueden dominar la naturaleza por medio de la tecnología.

En el pasado, la alta tecnología se ha visto relacionada con las filosofías prometeicas que buscan someter al medio ambiente natural a la voluntad humana. Esta fue la filosofía que produjo la catástrofe ecológica de la antigua Unión Soviética y China durante la era maoísta, y en la que, bajo un disfraz ideológico diferente, está continuando la destrucción del medio ambiente de esos países. En los países occidentales, la visión prometeica se encuentra principalmente en la derecha, entre los impulsadores neoliberales del mercado libre y los negacionistas bushistas del cambio climático. Con este trasfondo, apenas sorprende que los movimientos verdes rechacen las soluciones tecnológicas, pero haciéndolo, se han convertido en parte del problema e vez de la solución.

Hoy en día, la alta tecnología ofrece la única manera en que la huella ecológica humana en el planeta pueda ser reducida. La energía nuclear tiene riesgos, entre ellos el ataque terrorista, pero es mucho menos dañina para el equilibrio planetario que la continua dependencia de los combustibles fósiles que es la alternativa realista. Los peligros medioambientales de los cultivos genéticamente modificados son todavía desconocidos, así que está bien resistirse a su uso en el presente, pero no es difícil imaginarse un tiempo cuando puedan ser menos destructivos para el mundo natural de lo que sería la expansión de una agricultura intensiva basada en el petróleo. Lejos de rechazar esas nuevas tecnologías, deberíamos desarrollarlas y mejorarlas, no para ir más lejos en nuestro dominio de la naturaleza, que siempre ha sido una ilusión, sino como una manera de retirarnos de nuestra grandemente desbordada posición en el sistema planetario. Los movimientos verdes buscan soluciones políticas para la crisis medioambiental. Para ellos, la fuente de la crisis está en un sistema económico defectuoso y en el abuso del poder corporativo. De todas formas, el reequilibrio planetario que está en marcha no puede ser prevenido por ninguna transformación de la sociedad humana, por muy revolucionaria que sea. Adaptarse a la situación requiere decisiones políticas, pero no hay soluciones políticas para los problemas que enfrentamos. La especie humana ha sobrepasado los recursos del planeta, y tendrá que usar todo su ingenio tecnológico si quiere evitar la catástrofe.

Podría ser que los cambios en los hábitos de pensamiento que son necesarios estén más allá de los poderes humanos. Debemos nuestro éxito evolutivo parcialmente a nuestra capacidad para la negación. En el fomento de la supervivencia humana, la esperanza ciega ha sido a menudo más útil que una estimación racional del peligro. Hoy, la tendencia de eliminar del pensamiento consciente los problemas que enfrentamos se ha vuelto en sí peligrosa, pero es una tendencia que está alentada en una cultura que premia el confort emocional por encima de todo lo demás. En el peor de los escenarios que ahora se muestran cada vez más reales, el resultado podría ser un cambio en la manera en que vivimos que no tiene precedente en la experiencia humana.

El cambio climático abrupto parece un destino apocalíptico, y en vez de enfrentarlo y hacer lo que podamos para mitigar sus efectos, la humanidad bien podría dejar que siga su curso. De todas formas, solo es en términos humanos que se puede ver el cambio climático como apocalíptico. En la vida del planeta, es normal. Hace 55 millones de años tuvo lugar un dramático cambio climático, al principio del Eoceno, en la que la mayoría de las especies que existían se extinguieron. El planeta revivió y se convirtió en la rica biosfera que los seres humanos están actualmente destruyendo. El cambio medioambiental que el mundo está sufriendo se le parece. Se perderá mucha biodiversidad, pero la Tierra se renovará. La vida continuará y prosperará, lo veamos o no los humanos.