En la desesperada carrera de la industria petrolera mundial por explorar cada rincón remoto del planeta, se pasa por encima de infinidad de leyes, de pueblos y de ecosistemas. No importa lo que se afecte, importa lo que se obtenga de hidrocarburos, y si su explotación es comercialmente rentable. Ya lo vimos en el
artículo de Michael Meacher sobre el oleoducto
BTC[*1] y en un informe sobre los gasoductos que corren desde el ártico canadiense y Alaska en un informe de la Exxon. En todos los casos los derechos de las comunidades y las reservas naturales poco importan cuando una línea es trazada para que una tubería pase y lleve crudo o gas. Es el caso que nos ocupa hoy, y que La Jornada
publica[*2] sobre indígenas de Ecuador y Perú, que luchan por intentar detener el impacto ambiental que sobre sus regiones genera la explotación petrolera.