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Cuando no se quiere afrontar el futuro

  • Domingo, 08 Mayo 2005 @ 20:44 CEST
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Artículos El politólogo inglés John Gray, (cuyas opiniones acerca de las consecuencias del cenit del petróleo y su geopolítica se han comentado antes aquí) ha escrito un artículo para la revista inglesa New Statesman, en un número casi monográfico dedicado a las elecciones en el Reino Unido. El artículo, "'The people and the political class are at one: neither wants to face the future", es una desencantada pero feroz crítica a la clase política inglesa y a sus votantes, por su falta de capacidad para enfrentarse a los problemas reales. Para Gray, esos problemas son la crisis medioambiental, con el cambio climático a la cabeza, y el cenit del petróleo, que para él será el inicio del fin de una economía que se mantiene a flote por el fuerte endeudamiento privado. Por su interés, hemos traducido el texto del artículo, que ofrecemos a continuación. La gente y la clase política tienen algo en común: ninguno de ellos quiere enfrentarse al futuro

Elecciones: el futuro – la visión completa

La producción menguante de petróleo, la grandiosa deuda privada de británicos y estadounidenses, la falta de una estrategia de salida de Irak, el irreversible calentamiento global: esos son los grandes desafíos de los próximos cuatro años. Para todos ellos, Gran Bretaña estará gloriosamente desprevenida.

Por John Gray

Las elecciones no han resuelto nada. Gran Bretaña continúa a la deriva, su curso serpenteante guiado por la opinión convencional de hace una generación. Los asuntos cruciales de la política nacional fueron eludidos o pospuestos, de manera que si el gobierno se encuentra obligado a decidir sobre estos, lo hará sin el benefició de la previsión o de un debate público serio. Una razón para el palpable aburrimiento que acompañó la mayor parte de la campaña fue que en la mayoría de los casos se batalló alrededor de pseudoasuntos. Todos los partidos se esmeraron en evitar hablar de las realidades que darán forma a nuestras vidas en los próximos años.

Más o menos en una década, quizás antes, una combinación de un cambio climático acelerándose y la llegada al cenit de la producción global de petróleo pondrán una gran presión en nuestro actual estilo de vida energéticamente intensivo, pero la clase política ha decidido posponer el pensar acerca de la crisis medioambiental. La guerra en Irak se desarrolla penosamente con Gran Bretaña como desventurado cómplice de las barbaridades y chapuzas de la administración Bush, y aún así ningún partido preguntó si la llamada relación especial con los Estados Unidos continua sirviendo los intereses nacionales de Gran Bretaña. A pesar de las recientes señales de desaceleración, la economía doméstica sigue produciendo trabajos y crecientes ingresos para la mayoría, pero esta prosperidad depende fuertemente de los insostenibles préstamos domésticos. Tarde o temprano el atracón de deuda será seguido por la resaca, una incomoda perspectiva en la que nadie se preocupa por pensar.

Por supuesto, apenas se permitió que la realidad se impusiese en la campaña. El debate se encerró en los cansados eslóganes de los 90, si no de los 80. Después de más de un cuarto de siglo de haber llegado al poder, el discurso público británico continúa estando moldeado por Margaret Tatcher, y su mensaje de mercados libres y elección de los consumidores es todavía la única historia en la política británica. De manera diferente, los principales partidos reclaman su herencia, y nadie se ha atrevido a preguntar si las panaceas que propagó hace una generación contienen las respuestas a los problemas a los que nos enfrentamos hoy. El monstruo del mercantilismo sigue su marcha, aplastando todo lo que se pone en su camino. La Universidad de Oxford parece dispuesta a seguir el camino de la BBC aplicándose así misma el caduco modelo de una empresa corporativa. Las pocas instituciones que se autogobiernan parecen empeñadas en la autodestrucción.

Una peculiar forma de corporativismo mercantilista está afianzada en la vida británica, y las instituciones autónomas de las que una vez estuvimos justamente orgullosos son ahora un simple recuerdo. De manera más cruda y más mecánica que en tiempos de Tatcher, la política pública está regida por la creencia que si los mecanismos del mercado son la manera más eficiente de organizar la economía, entonces deben ser inoculados en todos los rincones de la vida social.

La idea que los mercados funcionan mejor cuando están complementados por instituciones que funcionan en base a principios no mercantilistas solía ser parte de la constitución tácita del país, pero evidentemente eso es demasiado sutil para los británicos hoy. Al mismo tiempo, la discrepancia entre la retórica de la elección del mercado y la experiencia diaria se vuelve aún mayor. Todos estamos familiarizados con el caos de los ferrocarriles y el servicio postal, la deformación de la educación a través de una incesante vigilancia, y las absurdidades que acompañan a la selección en la sanidad. Las instituciones públicas británicas son ahora profundamente disfuncionales, y aún así los grandes partidos siguen casados con los programas neo Tatcherianos que han provocado este estado de cosas.

Como un subproducto de este consenso neo Tatcherista, la política británica está dominada por lo que Freud llamó “el narcisismo de las pequeñas diferencias”. La distancia entre Laboristas y “Tories” acerca de los niveles aceptables de impuestos y el gasto público son insignificantes, e incluso en los tóxicos asuntos de Europa y la inmigración, sus posiciones no están tan alejadas como pretenden. Entre los principales partidos, solo los Liberales Demócratas han mantenido una posición de principios en la guerra de Irak, y Charles Kennedy merece el crédito de haberse posicionado a favor de una pronta retirada de las tropas británicas. Solo por eso, los Liberales Demócratas merecieron el voto de cualquiera al que le importase la honestidad o la simple decencia en política. Y aún así no aclararon el revolucionario cambio en la posición internacional de Gran Bretaña que supondría retirar el soporte a los Estados Unidos en Irak. Tampoco explicaron en detalle cómo seria una política exterior y de defensa británica alternativa.

De nuevo, en la política doméstica, los Liberales Demócratas no son tan diferentes de los demás partidos como se piensan. Ellos también se inclinan ante el altar del neo Tatcherismo, y lo que ofrecen es solo una versión más franca de la mezcla de fuerzas del mercado y redistribución de ingresos que los laboristas han implementado sigilosamente.

A pesar de los esfuerzos para fabricarse divisiones, todos los grandes partidos ofrecieron una continuación del statu quo, en un momento en que se está volviendo rápidamente insostenible. No hay ejemplo más claro que esto que la política medioambiental. Todos los partidos aceptan el hecho del cambio climático, e incluso Michael Howard dijo que la administración Bush se equivocaba al negar la realidad del calentamiento global causado por el hombre. Pero ningún partido ha comprendido la escala y urgencia del desafío medioambiental. La creciente evidencia científica sugiere que el cambio climático está sucediendo más rápido de lo anticipado, y que grandes cambios en las condiciones en las que vivimos son ineludibles. Esta evidencia no viene principalmente de los modelos computerizados, que algunos han rechazado como poco fiables. Está basada en la observación de procesos físicos que ya están en marcha, como el deshielo de los glaciares polares. Sea lo que sea lo que pretendan los así llamados medioambientalistas escépticos, no hay dudas científicas importantes acerca de la aceleración del cambio climático.

Al mismo tiempo que el calentamiento global se acelera y se vuelve irreversible, el cenit del petróleo, el punto en el cual la producción mundial de petróleo llega a un pico y empieza a declinar, puede que no esté muy lejano. Matthew Simmons, un veterano experto del petróleo que ha aconsejado a la administración Bush, incluso sugiere en su próximo libro Twilight in the Desert: the coming Saudi oil shock and the world economy, que ya ha sucedido en Arabia Saudita, el país que se supone que posee las reservas más grandes. Si esto es así, se trata de un trascendental desafío. El mundo industrializado continúa siendo críticamente dependiente del petróleo, y las energías renovables ni se acercan a cubrir el agotamiento de los combustibles fósiles. Los molinos de viento y la energía solar no pueden mantener viva a una población de seis mil millones de humanos, ni sostener los sesenta millones que vivimos en el Reino Unido, y mucho menos la mayor población que se predice. Antes de las elecciones, el gobierno de Blair se estaba inclinando hacia el apoyo de la energía nuclear, una opción que, junto a James Lovelock, he apoyado basándome en motivos medioambientales durante muchos años. Pero no ha habido nada parecido a un debate público nacional sobre el tema, y todos los partidos, incluidos los verdes, permanecen en estado de negación sobre la magnitud de los desafíos que se presentan.

La negación de hechos incómodos es generalizada en la vida británica, y se muestra en el fracaso a la hora de enfrentarse a los crecientes niveles de deuda. Una de las paradojas de la adquisición por parte de los laboristas de la ortodoxia neo Tatcheriana acerca de las virtudes de unas finanzas públicas al viejo estilo es que han ido de la mano de la promoción de una cultura postmoderna de endeudamiento privado. Una parte considerable del prosperidad general de la era Blair ha sido alimentada por el endeudamiento a través de las tarjetas de crédito y las hipotecas, y una mentalidad profundamente arraigada de “vive hoy, paga mañana”. Para mucha gente, incluyendo estudiantes que financian su paso por la universidad, la deuda se ha convertido en una necesidad, pero para muchos otros se ha convertido en el medio a través del cual un estándar de vida que no puede ser justificado en términos de ingresos se mantiene funcionando a través de la venta a plazos.

Esta filosofía del carpe diem ha sido reforzada por el colapso de las pensiones. Los esquemas anticuados basados en la cotización a través del salario se están agotando en el sector privado y, aunque el gobierno no ha dicho nada de sus planes para hacerlos retroceder en los últimos días de la campaña, están bajo ataque también en el sector público. En esas circunstancias, planificar el futuro es un ejercicio inútil. Mucha gente ha decidido simplemente no preocuparse en ahorrar; se gastan el dinero que no tienen, en la creencia que los precios cada vez más altos de las casas o la vuelta de la inflación les salvarán de las deudas que no pueden devolver. Para una gran parte de la población, evitar pensar en el futuro es una parte integral de su calidad de vida.

La visión de J.K. Galbraith de riqueza privada y miseria pública no se ha hecho tan real en ningún sitio como en la Gran Bretaña actual, y hay pruebas de que la explosión del consumo privado alimentado por la deuda de los últimos ocho años es una parte integral de la política económica del nuevo laborismo. Mientras que el poder adquisitivo sea alto, la ruinosa infraestructura social puede ser olvidada y la miseria de los servicios públicos desconectada del conocimiento consciente. Los votantes británicos no han renunciado al gobierno y están lejos de aceptar el modelo estadounidense en el cual el estado se retira de los servicios sociales. Al mismo tiempo, no están dispuestos a aceptar los niveles de impuestos personales europeos. El nuevo laborismo ha encontrado una salida de este dilema alentando los préstamos personales. Los votantes no sienten tanto el perjuicio de los impuestos al alza mientras sus estándares de vida estén protegidos por la deuda, y la decisión de adoptar un modelo americano o europeo puede ser pospuesta. A pesar de toda la retórica sobre tomar decisiones difíciles, esta, entre otras, ha sido pospuesta.

Pero no para siempre. En algún momento las facturas se habrán de pagar, y puede ser más pronto que tarde. Bajo el impacto de los ruinosos costos de la guerra de Irak, el déficit federal de los Estados Unidos se está precipitando, y es difícil ver como puede ser controlado. A la administración Bush le encantaría retirar las tropas, pero le falta una estrategia de salida. Marcharse de Irak a corto plazo sería sufrir una gran derrota estratégica.

Pero igual de mal, una retirada de los Estados Unidos dejaría el petróleo iraquí en el limbo, y aquí es donde la analogía con la guerra de Vietnam se viene abajo. A pesar del terrible sufrimiento de cuantos se vieron implicados, la guerra de Vietnam tuvo un impacto periférico en el resto del mundo. Durante los largos años en los que el conflicto se alargó se convirtió en algo horriblemente normal y, cuando finalmente los Estados Unidos se retiraron, no sucedió nada parecido al temido efecto dominó en la región. En contraste, los Estados Unidos en Irak apenas pueden permitirse seguir con la guerra, pero tampoco puede llevarla a su término. Este es un impasse que no puede durar, y existe el riesgo de que sea resuelto por acontecimientos como una grave rebelión en Arabia Saudita. Eso podría sacudir la economía global en sus cimientos, disparando un colapso del dólar y la estanflación en América. La capacidad de los Estados Unidos para continuar una guerra ruinosa se vería comprometida. Y la débil prosperidad de Gran Bretaña llegaría a un repentino final.

Pase lo que pase en los años venideros, podemos estar seguros de que Gran Bretaña estará gloriosamente desprevenida. Esta de moda lamentarse por el distanciamiento de la gente de la política, pero la campaña electoral mostró en algún aspecto al menos, que la gente y la clase política coinciden. Ninguno de los dos está preparado para cuestionar el statu quo y pensar como enfrentar el futuro. Como resultado, asuntos cruciales sobre el futuro de Gran Bretaña es posible que sean determinados por eventos acerca de los que votantes y políticos prefieren no pensar.