¡Corre, corre, que se acaba!
- Miércoles, 20 Abril 2005 @ 03:12 CEST
- Autor: ris
- Lecturas 4.200
EditorialOtra vez hablando de crisis
Hace apenas 20 años un fantasma recorrió el mundo: la crisis energética. Los pozos petrolíferos se iban a secar, el precio del crudo se disparaba, los coches se agolpaban ante las gasolineras, incluso en ciertos países se prohibió circular en domingo. ¿Alguien se acuerda? Era 1973 y la civilización occidental parecía al borde del colapso. Sin embargo, tras el pánico llegó la calma.
¿Qué ha pasado desde entonces? ¿Acaso hay más petróleo que hace dos décadas? ¿Tal vez practicamos un consumo más racional? ¿O quizás la energía nuclear ya es segura e inagotable? Nada de eso, sino todo lo contrario. No sólo se han agravado los viejos problemas, sino que otros nuevos complican la situación: jamás se derrochó tanta energía como ahora; la explotación de combustibles fósiles agrava el calentamiento del planeta; el almacenamiento de residuos radiactivos crece y crece. En resumen, vivimos instalados en la crisis.
La cuestión aparece hoy ante nuestros ojos con claridad meridiana: o reducimos de forma drástica el consumo energético... o buscamos otras formas de obtener energía. Este MUY ESPECIAL quiere informar y llamar la atención sobre las nuevas y fascinantes posibilidades que se abren ante nosotros, Dado que nadie parece dispuesto a renunciar a las comodidades, indudables, de la vida moderna, habrá que echarle imaginación al asunto. Y eso es lo que están haciendo hoy, en todo el mundo, los científicos más preocupados por los problemas medioambientales y de desarrollo. El futuro ya no dependerá del carbón, la fuerza nuclear y el petróleo... El mundo del 2000 -¡apenas faltan 9 años!- se basará en la diversidad de las fuentes y, sobre todo, en su calidad de limpias y renovables. Pasen y vean: la energía entra en una época de transición apasionante, seguro que también será dolorosa, contradictoria y difícil. Pero nos abre las puertas de un mundo nuevo. Posiblemente el único que podamos disfrutar.
Hasta el próximo otoño. Cordialmente
José Pardina DIRECTOR
Revista MUY ESPECIAL (La energía, Nº 6, Verano de 1991 )
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
COMBUSTIBLES FÓSILES: PETROLEO, GAS, CARBÓN
¡CORRE, CORRE, QUE SE ACABA!
Tres cuartas partes de la energía producida en el mundo proviene de los combustibles fósiles. Dependemos de ellos. Pero se trata de una adicción peligrosa: las reservas se nos están terminando.
Por Enrique M. Coperías.
En 1808, a su regreso de Bakú, capital de la actual república soviética de Azerbaiyán, a orillas del mar Caspio una comisión científica de la Academia Imperial de Ciencias de San Petersburgo informó ingenuamente que "el petróleo es un mineral carente de utilidad." ¡Qué equivocados estaban aquellos sabios de la antigua capital rusa! Casi dos siglos después, más de 3.000 millones de toneladas de este liquido negro se gastan cada año para fines muy diversos, desde servir como combustible a nuestros automóviles y calderas, hasta ser materia prima para la fabricación de caucho sintético, plásticos, medicamentos, barnices, detergentes e incluso chicle.
En vez de atesorar los escasos hidrocarburos para fabricar productos químicos, preferimos quemarlos.
En el primer aspecto, el petróleo - junto con el gas natural y el carbón - se ha convertido en la energía que mueve el mundo. Nuestras necesidades básicas, como la alimentación, los transportes, la salud, el ocio, el confort domestico... están garantizadas gracias a la explotación y el tratamiento de estos combustibles de naturaleza orgánica, también llamados fósiles. Así lo hemos querido.
Antaño, la humanidad contaba únicamente con la fuerza muscular. Eramos hombres - máquina, que con nuestro sudor y la asistencia de toscas poleas, palancas, cabrias, vehículos de tracción animal y molinos de viento llegamos a construir pirámides, acueductos y catedrales. No teníamos otra fuente externa de energía, si descontamos la leña, que solo nos valía para calentarnos, pero no para realizar trabajo. Mas tarde, en los siglos XVIll y XlX, llegaron los primeros combustibles, en concreto la hulla negra, que sirvieron para alimentar las hambrientas maquinas de vapor de la revolución industrial. Cada tonelada de hulla proporcionaba una energía de 1.500 kilovatios por hora (kWh), el equivalente a una decena de hombres trabajando a destajo. Los principales productores de este tipo de carbón, como Gran Bretaña, Alemania y Estados Unidos, se hicieron los dueños y señores de la economía mundial. No tardó en aparecer en escena el gran protagonista energético de nuestros tiempos, el rey de los combustibles fósiles, el petróleo. A pesar de que ya era conocido y utilizado hace 6.000 años por distintas culturas -como arma de guerra incendiaria, sustancia impermeabilizante y remedio contra un sinfín de enfermedades -, su historia moderna arranca en una fecha muy concreta, el 27 de agosto de 1859, cuando un revisor de ferrocarril llamado Edwin Laurentine Drake perforó el primer pozo, de 21 metros de profundidad, en Titusville, Pennsylvania. La intención de Drake era extraer queroseno del petróleo y comercializarlo como combustible para lámparas. De repente, miles de personas imitaron al revisor, y empezaron a pinchar cada centímetro cuadrado del suelo de norteamericano. Había estallado la fiebre del oro negro. Drake, que demostró no ser demasiado astuto, olvidó patentar su invento, y murió en la más absoluta miseria. No fue el caso de otros hombres, como Rockefeller, Deterding y Gulbenkian, que rápidamente acumularon las mayores fortunas de la historia moderna.
¿Y qué pasaba con el gas natural, que suele manar de forma espontánea asociado a los yacimientos de hidrocarburos? Simplemente, lo quemaban. Por distintas razones, como su difícil transporte y sus por entonces contadas aplicaciones, sólo una ínfima parte del gas era objeto de comercio. Y eso hasta hace bien poco. Apenas quince años atrás, mas del 60 por ciento de la producción de gas natural de la OPEP (Organización de Países Productores y Exportadores de Petróleo) acababa convertido en humo. Hoy las cosas están cambiando, y el combustible gaseoso empieza a ser considerado como se merece.
A finales del XlX, el negocio del petróleo no marchaba mal, pero daba la sensación de que no iba a encontrar otra aplicación que la de servir para alumbrado. Además, la invención en los últimos años del siglo de diversos aparatos para fabricar, distribuir y aprovechar la energía eléctrica amenazaba con arruinar a los productores de queroseno. Sin embargo, la alarma no duró mucho tiempo. Los magnates del oro negro volvieron a frotarse las manos ante lo que debieron ver como un auténtico milagro: en 1885, los ingenieros alemanes Cottheb Daimer y Karl Benz construyeron los primeros automóviles con motor de combustión interna. Y para propulsarlos centraron su atención en un subproducto del petróleo, ligero, muy volátil y que hasta entonces no había encontrado aplicación: la gasolina. La industria petrolífera se salvó gracias al automóvil. Así, entre 1920 y 1930, como consecuencia del desarrollo de los transportes marítimos y terrestres, el consumo anual de oro negro pasó de 20 a 200 millones de toneladas. Hoy la cifra asciende a 3.000 millones de toneladas, unos 60 millones de barriles por día. Debido a la gran demanda energética que mantienen los países industrializados, el resto de los carburantes fósiles han seguido el mismo camino que el petróleo. Entre 1950 y 1979, años de fuerte desarrollo económico, el consumo mundial de energías no renovables se cuadruplicó, y los expertos vaticinan que seguirá creciendo, aunque a un ritmo menos vertiginoso.
A pesar de vivir subyugados a sus caprichos, los combustibles fósiles son - junto a la energía nuclear - los que peor fama tienen. No solo porque han demostrado ser capaces de provocar graves crisis económicas, odios y guerras, sino también porque degradan el medio ambiente. Efecto invernadero, lluvia ácida, smog y contaminación de las aguas son algunos de sus efectos perjudiciales. A escala global, el primero aparece como el mas grave. De seguir la tendencia actual, los expertos estiman que para el año 2010, las emisiones de dióxido de carbono liberado en los procesos de combustión alcanzaron los 100.000 millones de toneladas anuales. Una cifra salvaje que se verá reflejada en el calentamiento de la atmósfera en unos dos a cinco grados, suficiente para desencadenar una imprevisible catástrofe climática.
EI futuro de la biosfera, la delgada capa de vida de nuestro planeta, depende de la selección y el empleo racional de las energías que hoy elijamos. Hace quince años, el mundo entero se levantó con la noticia de que el petróleo se estaba agotando. A toda prisa se confeccionó una lista de energías alternativas, y que por cierto resultaban ser más saludables que las existentes hasta entonces: solar, eólica, hidráulica y biomasa. Son las conocidas bajo el nombre de energías renovables. Para los ecologistas, éstas presentan a corto y medio plazo la solución más limpia al problema energético mundial. Por el contrario, los productores de energía opinan que el sol, el viento y el agua sólo podrán ser una solución a largo plazo, cuando las energías fósiles y el uranio empiecen a desaparecer. Desde su punto de vista, una opinión lógica, pero probablemente irresponsable...
Obvio es que la reserva fósil, al no poder regenerase, acabará, agotándose, pero ¿ para cuándo? ¿Cuáles son las reservas actuales de energías no renovables? Estos combustibles no son otra cosa que restos de bacterias, plantas y animales que vivieron en el pasado y que sufrieron una serie de transformaciones biológicas y geológicas, hasta convertirse en una piedra dura de carbón, en un líquido oleoso o en un gas volátil. Así, parte de la exuberante vegetación de los bosques tropicales y pantanosos de los periodos carbonífero -hace 345 millones de años - y cretácico -145 millones de años - se ha trasformado en carbón: hulla, lignito y antracita. Y los cadáveres de billones y billones de seres unicelulares, el plancton marino, que nadaban en los mares y lagos salados entre el cámbrico y el triásico -de 600 a 60 millones de años -, se fueron depositando en el fondo marino, para hundirse en el interior de la Tierra y trasformarse en cementerios de petróleo y gas. De esta manera, aprisionados en el subsuelo, han perdurado y madurado, como un buen queso o caldo de vino.
Los combustibles fósiles, una vez quemados, liberan la energía que conservaron durante millones de años los cadáveres de los seres vivos que los componen. Por poner un ejemplo, si consiguiéramos reproducir las condiciones para la formación del petróleo utilizando como materia prima el producto de la pesca del mar del Norte acumulada durante mil años obtendríamos unos ¡100 millones de toneladas de petróleo! Una autentica miseria, comparado con lo que gastamos.
Pero, ¿Cuánto carbón, petróleo y gas nos queda? Los datos son preocupantes. Para el carbón, los geólogos estiman que existen bajo nuestros pies alrededor de 500.000 millones de toneladas seguras. AI ritmo actual de explotación, los últimos yacimientos se agotarán dentro de 250 años. Sin embargo, las reservas de petróleo, estimadas en unos 120.000 millones de toneladas, de no frenarse su alocado consumo, se extinguirán en apenas de cuarenta años. En cuanto a los depósitos de gas natural, su capacidad se estima en la mitad de las reservas de crudo.
Pero hasta ahora nos hemos referido a ]as energías no renovables como meros combustibles, es decir, como materia prima susceptible de ser quemada y convertida en energía. Sin embargo, en la trastienda de los carburantes existe una gigantesca industria química. EI carbón, además de utilizarse como combustible en las centrales térmicas y para obtener gas de alumbrado, sirve para fabricar asfalto, caucho sintético, plásticos, nylon, reveladores fotográficos... Las farmacias están repletas de derivados del benceno, del fenol y del naftaleno, sustancias que se extraen del carbón y que tienen poderes curativos. Y muchos tejidos, colorantes y perfumes derivan de la hulla. Del refinado del petróleo se obtienen plásticos de todo tipo; aceites de engrase para maquinaria; ceras minerales, como parafinas y vaselinas; betunes para el asfaltado de carreteras y como revestimiento de tejados; carbonblacks para la fabricación de tintas de imprenta, discos fonográficos... También muchos productos de cosmética y farmacéuticos, los insecticidas, el lápiz de labios, los barnices, las pinturas, los detergentes domésticos, algunos piensos... son hijos del petróleo. Por su parte, del gas natural se obtienen productos como el amoniaco y el metanol. La lista es interminable.
Por eso cada vez son más los expertos que recomiendan dejar de quemar en motores y calderas estas valiosisimas y escasas materias primas, y encargar la producción de energía a las fuentes renovables, que además son más saludables. De lo contrario, dentro de muy pocas décadas no tendremos ni lo uno ni lo otro.
Revista MUY ESPECIAL, (La Energía, Nº 6, Verano de 1991 )
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Estos eran los comentarios de las ilustraciones del articulo:
Buscando petróleo desesperadamente. Una investigadora analiza muestras de roca bituminosa para determinar si merece la pena aprovechar su contenido en hidrocarburos.
Medio billón de toneladas de carbón esperan aún en el subsuelo a ser cargadas en vagones. Reservas estimadas: 250 años.
Las plataformas petrolíferas cada vez se adentran mas en los océanos; las perforaciones alcanzan mayores profundidades. Estamos sorbiendo los últimos litros de oro negro.. en cuarenta años no quedará ni una sola gota.
Un oleoducto en Alaska, símbolo del impacto medioambiental que causa la explotación de los combustibles fósiles.
La industria petroquímica nos provee de plásticos y medicamentos.
Un operario revisa un tanque de gas natural licuado. Hasta hace poco, esta valiosa materia prima asociada a las bolsas de petróleo simplemente se tiraba