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El escéptico Bjorn Lomborg

  • Lunes, 30 Agosto 2004 @ 13:02 CEST
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Artículos Entrevista en La Vanguardia a Bjorn Lomborg, autor de "El ecologista escéptico". “El calentamiento no es el primer problema global”.

El gobierno aprobó el viernes el plan que regula el comercio de derechos de emisión de gases causantes del efecto invernadero para ajustarse a los compromisos establecidos en la cumbre de Kioto. La causa radica en el calentamiento global de la Tierra, sobre el que existe el consenso científico, pero no el del mundo empresarial.

Justo Barranco - 29/08/2004

El mundo no se acaba. Y su problema prioritario no es el calentamiento global, sino la pobreza, la malnutrición y enfermedades como el sida y la malaria. Desde que el danés Bjorn Lomborg publicó en inglés en 2001 el libro “El ecologista escéptico” (Espasa), un alud de estadísticas que cuestionan la “letanía” ecologista, ha provocado múltiples debates sobre el estado real de la salud del planeta. Lomborg trata estos problemas desde un punto de vista económico: utilizar los recursos escasos para atender las necesidades más importantes.

ENTREVISTA:
¿No debemos preocuparnos tanto por el medioambiente?

B.L.: Podríamos estar mucho mejor, pero avanzamos en la dirección correcta. Muchos científicos y medios de comunicación prefieren hablar más de cosas que nos quedan por resolver que de las que hemos estamos resolviendo. Las malas noticias venden más que las cosas importantes. Las estadísticas dicen que vivimos mejor, más tiempo, más sanos, con más tiempo libre y más educación que nunca. Y los indicadores ambientales mejoran. La polución ha caído acusadamente en las últimas tres décadas. En España, las partículas contaminantes del aire han caído un 34%, y esas sí matan a gente.

Afirma que las estadísticas corroboran la idea de los países pobres contaminan más.

B.L.: No se trata sólo de pobreza, también de iniciativa política, pero la cuestión es que si eres pobre y te mueres de hambre, no te preocupas por el medio ambiente. Los mayores contaminadores son países en vías de desarrollo que no pueden permitirse estas preocupaciones.

El primer tema que aborda en su libro es el hambre.

B.L.: Hoy hay más gente que nunca alimentada, y mejor que antes. La proporción de gente hambrienta ha pasado del 35 al 18% y más de 2.000 millones de personas ya no pasan hambre. Hemos resuelto en un alto grado el problema. Quedan 800 millones de personas que aún lo padecen, pero no por falta de comida, sino de dinero para comprarla. De lo que hemos de preocuparnos es de hacer a la gente pobre más rica.

Por el agua y su control se anuncian guerras para este siglo.

B.L.: El agua es escasa, pero no nos estamos quedando sin ella, aunque hay que administrarla adecuadamente. Israel tiene poca agua, pero buenos niveles de vida, la usan bien. Pero cuando eres muy pobre es mucho más difícil obtener agua y gestionarla. Por ejemplo, Kuwait obtiene el 50% de su agua por desalinización, pero desalinizar utiliza mucha energía, que hay que poder pagar. Otra vez el problema de la pobreza. Además, la mayor parte del agua utilizada va a la agricultura. Agua barata para la agricultura puede significar que haya gente sin ella. De eso va la economía. La comida se ha de producir donde abunda el agua, no en las zonas áridas. Y hay que gestionarla mejor y subir su precio.

¿El petróleo tampoco se agota?

B.L.: Es una idea de los 70. Usamos más, pero somos mejores en hallar nuevos yacimientos, y lo usamos mejor. Lo sustituiremos por la fusión nuclear y energías renovables baratas y mejores. Igual que la Edad de Piedra no terminó por falta de piedras, es improbable que la del petróleo acabe por falta de crudo.

Ataca lo que denomina ideas exóticas sobre la contaminación.

B.L.: Hay una tendencia a preocuparse por cosas nuevas y exóticas, e ignorar los hechos simples y conocidos. Lo que realmente mata a la gente es la polución atmosférica, que se produce hace siglos, desde que quemamos madera. Entre el 86 y el 96% de todos los beneficios sociales que se obtienen regulando la contaminación proceden de aminorar la polución atmosférica. Es la que más daño hace y, pese a lo que oímos, se está reduciendo en Occidente desde hace años. Londres nunca ha estado tan limpio como desde 1585. En los países en desarrollo ha aumentado, pero mejorarán cuando aumente la renta. Como dice el Banco Mundial “la clave no está en producir menos, sino en hacerlo de forma distinta”.

¿Y no hay peligro químico?

B.L.: Está de moda. Mucha gente se preocupa por la polución orgánica, cuando sus consecuencias son pequeñas. Se estiman 20 muertos al año en EE.UU. por contaminación química. Los pesticidas matan a alguna gente, pero nos ahorran más de 100.000 millones de dólares al año. Acercan los vegetales a la gente pobre. Si no fuera así, en EE.UU. habría 26.000 muertos por cáncer más cada año, ya que la dieta es responsable del 35% de los cánceres y habría gente que no podría comprar mucha fruta y verdura. Son veinte muertos frente a 26.000. Es importante cuantificar para decidir.

¿Cómo ve el protocolo de Kioto?

B.L.: Deberíamos ser muy cuidadosos con las decisiones sobre el calentamiento global. Es un gran problema, pero hoy podemos hacer poco para cambiarlo, y a un coste altísimo. Kioto supondría reducir las emisiones de CO2 en un 30% para el 2020 en el mundo desarrollado. Pero aunque todos cumplieran, eso sólo retrasaría seis años las emisiones previstas para el 2100. Y mientras, sacrificaremos casi el 2% del PIB anual para cumplir. Los 150.000 millones de dólares que costará como mínimo Kioto son el triple de la ayuda al desarrollo actual. Con el presupuesto de sólo un año, el Tercer Mundo podría tener agua potable. Podríamos usar el dinero de Kioto de manera más útil invirtiendo en los países en desarrollo, lo que redundará en que disminuyan su contaminación. Además, dado lo costosa que es hoy la reducción del CO2, sería mejor dedicar parte de nuestros esfuerzos a investigar fuentes energéticas menos contaminantes. De nuevo, hay que mostrar a la gente las prioridades verdaderas.

Afirma que “lo que importa es que el futuro no esté determinado por el marco del IPCC (el Panel Internacional para el Cambio Climático), sino por el de la OMC”.

B.L.: El calentamiento global no es el mayor de los problemas del mundo. Analizado en términos de coste-beneficio, no nos damos cuenta de los grandes efectos que tendría algo tan simple como que todo el mundo tuviera agua potable limpia. Acusamos a nuestros mercados y nuestra agricultura de los problemas, pero los mercados son la solución para resolver algunos. Si recortamos las enormes ayudas agrícolas de Europa y EE.UU. beneficiaremos a nuestras sociedades y a las sociedades en desarrollo rápidamente. Si queremos dejar a nuestros herederos un mundo mejor, es fundamental que nos centremos en la economía. No todo va a ser solucionado por el mercado, hay que regular lo que parece más sensato, con un razonable orden de prioridades, pero no por miedos irracionales. En lo ya firmado, como el protocolo de Kioto por parte de la UE, hay que aplicarlo de la manera menos costosa posible para lograr nuestros objetivos.

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UN LÍDER DE OPINIÓN

Los libros y artículos de este antiguo miembro de Greenpeace hoy denostado por los ecologistas se han hecho un hueco notable: en 2001, Lomborg (1965) fue seleccionado “Líder Global para el Mañana” por el Foro Económico Mundial. En 2002, el conservador Anders Fogh Rasmussen le hizo director del Instituto de Asesoramento Ambiental danés, y “Business Week” lo considera uno de los nueve creadores de agenda en el continente. En mayo, encabezó las reuniones del Consenso de Copenhague, un panel de expertos mundiales que determinó los problemas pritoritarios del siglo XXI: el sida, la malaria, la malnutrición y las barreras al comercio. El protocolo de Kyoto fue tachado de mala política.

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