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James Lovelock y el Espejismo Nuclear

James Lovelock y el Espejismo Nuclear: De Gaia a Westinghouse

Por Marcel Coderch, 20 de Junio, 2004

A sus 85 años de edad, JamesLovelock, padre de la hipótesis Gaia> – una especie de ecologismo místico según el cual la Tierra funcionaria como un ser vivo del que los humanos no somos sino una parte mínima, casi un parásito – ha roto una lanza a favor de la energía nuclear en un reciente artículo en The Independent [1], publicado también en El País [2] el pasado 20 de Junio, donde ruega a sus “amigos del movimiento [ecologista] que abandonen su equivocada objeción a la energía nuclear”. En este artículo repite algunas de las ideas que ya expuso en el prefacio del libro Environmentalists for Nuclear Energy,[3] escrito por Bruno Comby, físico nuclear francés y presidente del Movimiento Optimista y de la Asociación de Ecologistas por la Energía Nuclear , quien, además de defender la inocuidad de la energía nuclear, ha escrito también libros sobre Cómo Tener Éxito en los Exámenes Trabajando la Mitad, sobre el Elogio de la Siesta, sobre la alimentación a base de Deliciosos Insectos, sobre Como Librarse del Tabaco, sobre La Gestión del Stress, sobre El Optimismo como Motor del Éxito, y sobre otros muchos temas igual de variopintos.

Los Argumentos de Lovelock
Tanto en el artículo como en el referido prefacio, el punto de partida de Lovelock es que “la civilización está en peligro inminente” porque “el calentamiento del planeta se está acelerando y casi no queda tiempo de actuar” ante un cambio climático que puede “convertirse en el mayor peligro al que se ha enfrentado la civilización.” Aún cuando Lovelock pasa de puntillas sobre la causa última de este calentamiento (la fe ciega en el fetiche del crecimiento económico), sí lo atribuye a los gases invernadero generados por la masiva utilización de combustible fósiles, afirmando que “incluso si abandonáramos todos los combustibles fósiles inmediatamente, las consecuencias de lo que ya hemos hecho durarían 1.000 años.” En cuanto a las alternativas, para Lovelock “no hay posibilidad de que las fuentes renovables, viento, mareas y corrientes de agua, consigan proporcionar energía suficiente y a tiempo. Si tuviéramos 50 años o más, podríamos convertirlas en nuestras fuentes principales. Pero no tenemos 50 años.” Y en estas condiciones, “sólo hay una fuente inmediatamente disponible que no provoque calentamiento planetario, y ésa es la energía nuclear” que, según él, permitiría continuar con nuestra civilización, es decir, con nuestro consumo energético.

La energía nuclear, sin embargo, habría sido víctima del “temor irracional alimentado por la ficción a lo Hollywood, los grupos de presión ecologistas y los medios de comunicación,” por mucho que “desde su inicio en 1952, la energía nuclear ha[ya] demostrado ser la más segura de todas las fuentes de energía,” y por tanto no deberíamos dejarnos asustar “por los diminutos riesgos estadísticos de cáncer provocados por las radiaciones,” ya que después de todo “casi la tercera parte de todos nosotros morirá de cáncer, principalmente porque respiramos un aire cargado con un cancerígeno que todo lo invade: el oxígeno.” Es decir, puesto que tarde o temprano muchos moriremos porque no tenemos más remedio que respirar “un cancerígeno que todo lo invade,” cualquier riesgo añadido es irrelevante.

El error fundamental de algunos ecologistas consiste, según Lovelock, en preocuparse más “por las amenazas a las personas que por las amenazas a la Tierra,” y en no “distinguir entre las cosas que son directamente dañinas a las personas de las que lo son indirectamente por dañar a nuestro habitat terrestre.”[4] La energía nuclear, por ejemplo, “aunque es potencialmente dañina para las personas, representa un peligro nimio para el planeta. Los ecosistemas naturales pueden soportar niveles de radiación continuos que serían intolerables en una ciudad.” Ello explicaría, por ejemplo, que “la zona que rodea la central de Chernobyl, y que fue evacuada por su peligroso nivel de radiación, tenga ahora una vida salvaje mucho más rica que la de áreas cercanas” – no queda claro si por el propio efecto de la radiación o simplemente por la despoblación humana. Dada esta experiencia, Lovelock llega incluso a sugerir que el problema de los residuos nucleares (que él llama “cenizas” nucleares) podría resolverse fácilmente convirtiéndolos en “guardianes incorruptibles de los más bellos lugares de la Tierra.” “¿Quién se atrevería a desforestar un bosque que fuera depósito de residuos nucleares?”, se pregunta.

Es evidente que Lovelock no cae en el error que adjudica a los ecologistas, ya que para él no hay ningún problema en ir haciendo inhabitables durante milenios “los más bellos lugares de la Tierra” y  todo lo que les rodea: la supervivencia de Gaia, aunque radioactiva, está por encima de las amenazas a las personas. Y es que, además, la radioactividad es algo consustancial a la Tierra ya que, según él, el planeta se “formó a partir de los desechos de una bomba nuclear del tamaño de una estrella,” y por ello todavía “vivimos inmersos en la radiación de esta enorme explosión nuclear.” Por otra parte, la vida “empezó hace unos cuatro mil millones de años bajo condiciones de radioactividad mucho más intensas que las que ahora preocupan a ciertos ecologistas,” y con una atmósfera sin “oxígeno ni ozono que filtrara la radiación ultravioleta.” No hay que olvidar pues “que estas poderosas energías inundaban el útero de la vida.” Es decir, después de todo la radiación nuclear no debe ser tan mala, por mucho que resulte maligna para el hombre, y, en última instancia, bastaría con volver a esperar otros cuatro mil millones de años para que Gaia volviera a generar de nuevo la vida, esta vez quizás una vida más resistente a la radiación.

Hay, sin embargo, otra esperanza más, ya que “existe la posibilidad de que podamos salvarnos gracias a un acontecimiento inesperado, algo así como una serie de erupciones volcánicas suficientemente graves como para bloquear la luz solar y enfriar la Tierra.” Lo que Lovelock no aclara es cómo nos salvaríamos sin luz solar durante un período de tiempo suficientemente largo como para que se enfriara la Tierra, sin poder crecer alimentos vegetales y respirando una atmósfera llena de residuos volcánicos como la que se supone llevó a la extinción de los dinosaurios. De nuevo no parece que tenga a la humanidad in mente: basta con que se salve Gaia.

No merece la pena discutir tamaños sinsentidos ni enzarzarse en debates místicos sobre si lo primordial es mantener Gaia o la vida humana; o sobre qué más da estar sometidos a “diminutos riesgos estadísticos” [sic] adicionales si vivimos de respirar oxígeno, que si hemos de creer a Lovelock es un cancerígeno que provocará la muerte a una tercera parte de todos nosotros; o sobre si la solución al problema de los residuos consiste en esparcirlos para que así el hombre no pueda acceder a buena parte del planeta; o si la radioactividad jugó o no un papel primordial en el desarrollo de la vida. Vayamos, sin embargo, al meollo de la cuestión: ¿Puede ser la energía nuclear la solución al efecto invernadero y/o a la cima de producción de combustibles fòsiles?

¿Es la Energía Nuclear la Solución?
Lovelock no ofrece ningún dato que avale su afirmación de que “la energía nuclear es la única solución” que puede evitar el peligro inminente a que está sometida nuestra civilización. De su exposición cabe deducir, sin embargo, que bastaría con eliminar todas las trabas a la energía nuclear para resolver los problemas derivados de los combustibles fósiles y poder así mantener nuestro consumo energético. Sólo la miopía de la mayoría de los ecologistas obstaculizaría esta solución.

Estas afirmaciones forzosamente descansan sobre varias premisas:

  1. Es posible satisfacer las necesidades energéticas actuales y futuras de nuestra civilización industrial construyendo suficientes centrales nucleares, y sin contribuir al efecto invernadero.
  2. La transición de energías fósiles a energía nuclear puede hacerse en bastante menos de 50 años.
  3. Hay suficiente combustible nuclear en la Tierra como para que pueda amortizarse esta transición (digamos que para varios siglos), y su extracción puede realizarse sin generar CO2.
  4. La construcción y operación de una central nuclear proporciona un saldo positivo de energía a lo largo de su ciclo de construcción, operación, desmantelamiento y tratamiento de residuos.
  5. Es posible construir estas centrales con niveles de seguridad que eviten accidentes graves, y resolviendo el problema de los residuos de tal forma que el mundo siga siendo habitable en el futuro.

Analicemos estas premisas con cierto detalle:

1) y 2)  ¿Cuántas centrales nucleares habría que construir? ¿En cuánto tiempo? ¿Qué porcentaje de energía cubrirían?

En la actualidad hay en el mundo unas 450 centrales nucleares que producen el 12% de toda la electricidad que se consume en el mundo, lo cual equivale al 5% de toda la energía consumida. Por tanto, sin considerar incrementos de demanda, para producir toda la energía eléctrica que el mundo consume hoy habría que construir unas 3.600 centrales adicionales que posiblemente pudieran cubrir cerca del 40% de toda la energía que consumimos.

Teniendo en cuenta que se tarda unos 10 años en construir una central nuclear, que se tardaron más de 15 años en construir las 450 centrales actuales, y aún suponiendo que a pesar de que desde los años 70 prácticamente no se han construido nuevas centrales, todavía disponemos de la misma capacidad de construcción que en la década álgida de los 60, tardaríamos 120 años en construir las 3.600 nuevas centrales. Incluso suponiendo que duplicáramos la máxima capacidad que tuvimos, no podríamos terminar la construcción antes de 60 años.

Y esto solventaría sólo el 40% de la energía que consumimos hoy. ¿Cómo se generaría el 60% restante sin contribuir al efecto invernadero? ¿Podemos sustituir el petróleo que usamos para transporte por energía eléctrica de origen nuclear? Del total de energía consumida, el 40% se destina a transporte. Aún suponiendo que fuéramos capaces en los próximos años de sustituir todos los motores de combustión por motores y acumuladores eléctricos (o de hidrógeno), y que pudiéramos reconvertir toda la infraestructura de aprovisionamiento de combustible a electricidad o hidrógeno (algo ya de por sí faraónico), necesitaríamos construir otras 3.600 centrales adicionales para producir la electricidad necesaria para alimentar a nuestros nuevos vehículos.

Incluso suponiendo que el mundo dejara de crecer, para mantener los consumos energéticos actuales de electricidad y transporte a base de energía eléctrica de origen nuclear habría que construir pues unas 7.200 centrales nucleares, lo cual supone una inversión de unos 20 billones de dólares (2 veces el PIB de los EE.UU.). Si queremos hacerlo en 20 años, habría que multiplicar por 12 la capacidad de construcción que se tuvo en la década de los 60, al tiempo que sustituir todos los motores de combustión por motores eléctricos o de hidrógeno y acondicionar toda la infraestructura de suministro del nuevo combustible.

No parece un proyecto muy realista, y aún así en la transición generaríamos una cantidad de CO2 equivalente a la que producimos ahora en 10 años. Cualquiera que quiera plantear seriamente la alternativa nuclear deberá responder a estos interrogantes. Lovelock no lo hace.

3) Aún en el supuesto de que lográramos construir todas estas centrales nucleares, ¿de dónde saldría el uranio para alimentarlas? Según David Goodstein [5], en el mejor de los casos, las reservas conocidas de uranio se estiman en unos 25 años de consumo actual. Es posible que sean mayores, pero si multiplicáramos por 15 el número de centrales nucleares y quisiéramos asegurarnos combustible para por lo menos los 50-70 años de vida útil de una central, tendríamos que conseguir multiplicar por 30 las reservas actuales, o por bastante más si tenemos en cuenta los efectos tipo curva de Hubbert. Algo que tampoco parece fácil, por mucho que se hable de reciclar las viejas cabezas nucleares sin que haya datos de lo que esto supondría.

Hay quienes proponen pasar a reactores de plutonio lo cual aseguraría combustible prácticamente ilimitado, ya que en los reactores actuales se genera este elemento como residuo. Pero el plutonio es extremadamente tóxico, requiere sodio líquido para la refrigeración de estos reactores y los fast-breeder sólo existen en régimen experimental e incrementan notablemente todos los problemas de seguridad. Ni siquiera puede considerarse una tecnología actual que pueda desplegarse en los próximos años.

Los defensores de la energía nuclear deben aclarar, pues, si lo que proponen es utilizar reactores convencionales de uranio, o reactores de plutonio. En el primer caso, deben decir de dónde esperan obtener el combustible, a qué coste energético, con qué tipo de energía piensan extraerlo, y con qué generación de CO2 (las minas de uranio son hoy por hoy intensivas en combustibles fósiles). En el segundo caso, deberían ser capaces de señalar algún reactor comercial de plutonio que funcione con suficientes garantías de seguridad y deberían explicar en qué plazos sería posible construir todos los reactores que suplirían a los combustibles fósiles. Mientras no lo hagan, como Lovelock, no puede hablarse en propiedad de alternativa nuclear.

4) El desarrollo de cualquier fuente energética consume a su vez energía. Dejando a un lado casos muy especiales, como el de las pilas eléctricas convencionales, una fuente de energía que consuma más energía en su desarrollo que la que luego genera es inservible. Lo que de verdad importa es pues la Energía Neta que proporciona una fuente energética. El petróleo, por ejemplo, ha sido una fuente muy eficiente en este sentido porque hasta hace poco se gastaba sólo un barril de petróleo para extraer otros 40 barriles más.

En el caso de una central nuclear, hay que considerar toda la energía consumida en su construcción, en el minado y procesado de uranio, en su desmantelamiento y en la gestión de todos sus residuos. Aún cuando no hay estudios serios sobre esta cuestión, es muy probable que la Energía Neta producida no sea demasiado importante, sobre todo si se contabilizan los costes de gestión de unos residuos que mantienen su peligrosidad durante miles de años. Por mucho que a los efectos de las compañías eléctricas estos costes se “externalicen” cargándolos al sector público, a nivel social hay que tenerlos en cuenta a la hora de valorar la rentabilidad total de una central nuclear.

Los defensores de la alternativa nuclear deben calcular el saldo neto de energía que produce una central para que socialmente podamos decidir si este saldo compensa los riesgos de seguridad y de residuos que la sociedad asume.

5) A menos que estén de acuerdo con Lovelock en utilizar los residuos nucleares como elemento de disuasión para mantener determinadas zonas de la Tierra libres de presencia humana, los defensores de la alternativa nuclear deberán proponer también la forma y el lugar dónde ubicar la gran cantidad de residuos que se generarían caso de que prosperara su propuesta. Asimismo, deberán contabilizar los costes necesarios para asegurar un nivel de seguridad socialmente aceptable, tanto durante el período operativo como en el desmantelamiento y almacenamiento de residuos, e incluir estos costes en los correspondientes análisis de coste-beneficio de sus propuestas.

La Piedra Filosofal de la Energía
Si no dan respuesta a estos interrogantes, lo único que hacen, los que como Lovelock afirman tener la piedra filosofal del problema energético, es confundir a la sociedad y hacer recaer sobre quienes mejor conocen el problema y saben que no hay soluciones mágicas, la responsabilidad de la desesperada situación a la que ellos mismos nos abocan. Todos somos conscientes del peligro que representan las crecientes emisiones de CO2 para el equilibrio termodinámico del planeta, y de la necesidad de pasar a otros modelos energéticos sostenibles. Incluso algunos podríamos llegar a aceptar que la energía nuclear tenga que jugar cierto papel en la etapa de transición hacia este nuevo modelo. Pero lo que no podemos aceptar es que se pretenda que todo puede seguir igual y que se utilice el espejismo nuclear para retrasar, y por tanto hacer más penoso todavía, lo inevitable: la demolición del fetiche del crecimiento económico y demográfico, y la transición hacia fuentes de energía y modos de vida realmente sostenibles.

Notas


[1] http://argument.independent.co.uk/commentators/story.jsp?story=524230
[2] http://www.elpais.es/articuloCompleto.html?d_date=&xref=20040620elpepiopi_7&type=Tes&anchor=elpepiopi
[3] http://www.ecolo.org/lovelock/loveprefaceen.htm
[4] Los entrecomillados son citas textuales, bien del artículo de El País, bien del prefacio al libro de Bruno Comby.
[5] David Goodstein, Out of Gas: The End of the Age of Oil, W.W. Norton & Co., 2004.

Última Edición: Martes, 22 Junio 2004 @ 09:51 CEST| Hits: 30.736 Ver la versión para imprimir