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El cenit petrolero argentino y sus consecuencias

  • Jueves, 19 Abril 2012 @ 06:44 CEST
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Artículos PEAK CAPITALISM

Las amenazas del gobierno argentino de Cristina Fernández se han cumplido finalmente tras el envío al congreso de una ley para que el estado argentino pase a controlar el 51% de las acciones de YPF. ¿El motivo? Falta de inversión por parte de Repsol en su filial argentina y la consideración de la producción de hidrocarburos como “de interés público”.

Desde su compra por parte de Repsol en 1999, YPF ha sido el mayor productor de petróleo argentino, con una cuota de alrededor del 40% de la extracción. Eso no ha evitado el declive de la extracción de petróleo en Argentina, que llegó a su cenit en 1998, con una media de 890.000 barriles diarios. La entrada de Repsol en YPF coincidió con una desaceleración del declive en la extracción, e incluso un pequeño aumento en el año 2000, pero en 2010 la media diaria de extracción era ya de 651.000 barriles diarios.

Un artículo de Mariano Marzo en El País de hace unos días apuntaba a la transformación energética de Argentina en los últimos años para explicar la actitud del gobierno argentino:

Entre 2002 y 2010 el país ha experimentado un crecimiento del PIB del 8% anual, favorecido por unos precios de los productos energéticos en general, y de los productos petrolíferos y del gas natural en particular, artificialmente bajos. En el transcurso del período citado, la tasa anual de crecimiento de la demanda de productos energéticos ha sido muy alta: 5% para la electricidad, 4% para el gas oil, 7% para las gasolinas y 4% para el gas natural. Argentina es hoy en día uno de los países con mayor dependencia de los hidrocarburos del mundo (particularmente del gas natural) de forma que en 2010 la participación del petróleo y gas en la oferta de energía primaria fue del 84%. Con este grado de dependencia, el dato de que en los últimos diez años la producción de petróleo y gas en el país ha registrado una caída cercana al 18% y 11%, respectivamente, ha activado todas las alarmas. Porque si a este hecho se le suma el del crecimiento de la demanda comentado, no resulta exagerado afirmar que el sector energético argentino se encuentra inmerso en un cambio sin precedentes. Cambio que puede ser visualizado mediante una simple constatación: en 2011 el balance comercial entre exportaciones e importaciones de productos energéticos arrojó, por vez primera, un saldo negativo de unos 3.438 millones de dólares, cuando tan solo unos pocos años atrás, en 2006, el balance era positivo y rondaba los 6.031 millones de dólares.

El caso de Argentina parece típico de un país productor y exportador de petróleo que ya ha pasado su cenit de extracción: caída de las exportaciones, consumo interno en alza en un mercado intervenido por cuestiones sociales, fuerte dependencia del petróleo (y el gas), y una acuciante necesidad de inversiones. Es este punto el que suscita más dudas acerca de la estrategia del gobierno de Cristina Fernández, pues actuando de esta manera prácticamente se cierra a la inversión privada extranjera, pues esta tiene una natural reticencia a la inversión en países donde el gobierno pueda expropiar sus inversiones. Y el caso es que si Argentina quiere tener una segunda fase de desarrollo de sus recursos petroleros no convencionales, necesitará de fuertes inversiones. Y tras la expropiación o renacionalización de YPF, ¿qué nuevos socios financieros y tecnológicos arriesgarán su dinero en desarrollar los prometedores recursos de petróleo de pizarras que alberga el país? Aunque la ley se apropia solamente del 51% de las acciones de YPF que posee Repsol, puede representar un preocupante precedente para el resto de accionistas.

Una posible consecuencia de esta acción podría ser la entrada de la petrolera china SINOPEC, que ya en 2010 compró el 100% de Occidental, o de la otra petrolera china CNOOC, que también adquirió el 60% de las acciones de otra petrolera argentina, Pan American Energy.

Sin duda, con Repsol o sin ella, la producción de petróleo en Argentina necesita del dinero y la tecnología para poder convertir en reservas los abundantes recursos de petróleo de pizarra, un petróleo no convencional que necesita de las técnicas de fractura hidráulica, caras y contaminantes. Por tanto, no tardaremos mucho en saber cuál es la alternativa que tiene en mente el gobierno argentino, dado que sin un plan inversor, Argentina lleva camino de convertirse en un importador neto y permanente de petróleo.

Hace unos meses, con motivo del World Petroleum Congress, el presidente de Repsol Antoni Burufau afirmaba que "el debate sobre si las reservas de hidrocarburos han llegado a su cenit y están declinando ha perdido relevancia en años recientes, gracias a que las nuevas tecnologías permiten a las compañías petroleras encontrar y explotar nuevas fuentes de hidrocarburos”. Pues bien, lo que le ha pasado a Repsol en Argentina es en cierta medida una manifestación de esa realidad que interesa maquillar para mayor gloria de los resultados empresariales: el nacionalismo energético es uno de los efectos secundarios del declive de la capacidad de producción (eso es el Peak Oil, no el "cenit de las reservas"), y bien puede pasar que por muchas reservas que hayan, los asuntos "above ground" se encarguen de poner palos a las ruedas a los planes de las petroleras.