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La histeria va con en el precio

  • Martes, 21 Junio 2011 @ 10:44 CEST
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Otro excelente artículo de Rafael Poch, corresponsal de La Vanguardia en Berlín. Poch hace una recapitulación de la evolución de la crisis y las movilizaciones ciudadanas, y explica porqué la histeria y la sobrerreacción de la clase política frente a lo que pasa en la calle, y recuerda lo que sucedió en Alemania cuando las primeras campañas antinucleares: les llamaban terroristas.

Cuando en Alemania arrancaba en los setenta el movimiento antinuclear, el establishment hacía afirmaciones y acusaciones disparatadas del mismo tenor. El Presidente de Baden-Württemberg, Hans Filbinger, decía que sin la contestada central nuclear de Wyhl, “las luces de nuestra región comenzarán a apagarse a finales de la década”. Antes de esa fecha, en 1978, Filbinger, un antiguo juez nazi, tuvo que dimitir al conocerse su participación en sentencias de muerte del régimen anterior. El movimiento ciudadano era criminalizado sin complejos. “Su núcleo lo forman puros terroristas, meros delincuentes”, decía el democristiano Gerhard Stoltenberg, presidente de Schleswig-Holstein. “Hay que hablar no tanto de alborotadores como de terroristas”, decía el ministro de justicia, el socialdemócrata Hans-Jochen Vogel. Más tarde, en enero de 1980, cuando se fundó el Partido Verde, el ideólogo del SPD, Egon Bahr, anunciaba el nacimiento de un “peligro para la democracia”, mientras su colega Erhard Eppler comparaba la presión de las manifestaciones antinucleares con las marchas callejeras de las escuadras nazis de la S.A.

Todo esto debe ser recordado hoy, cuando, después de Chernobyl y Fukushima, Alemania pone fecha al fin de la energía nuclear. Se ofrece así un poco de perspectiva sobre lo que le espera a una ciudadanía que ahora toma la palabra. Cualquiera que hoy hable en Europa de propuestas de cambio tan razonables como nacionalizar la banca, o prohibir el uso de las fuerzas armadas fuera de las fronteras sin expreso referendo popular, merece ese tipo de histeria. Que a lomos del camello haya un truhán cairota con turbante o un conseller inepto con barretina, cambia poco el asunto: la histeria va incluida en el precio de cuestionar la oligarquía.