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"Petróleo. El largo adiós". IV Parte

  • Lunes, 11 Enero 2010 @ 19:09 CET
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Artículos Antepenúltima entrega del largo especial (Petróleo. El largo adiós) publicado por la edición española de Foreign Policy en su número 35 de octubre / noviembre de 2009.

Opera para un gasoducto.

Buceamos en el gaseoducto soñado por Europa, que se transformó en la guerra del gas con Rusia.

Autor: Daniel Freifeld.

Daniel Freifeld es director de programas internacionales en el Centro de Derechos y Seguridad de la Universidad de Nueva York.

Cuando este verano se filtró a una publicación de negocios alemana el nueve lucrativo empleo de Joschka Fischer como “asesor de comunicación política” para un consorcio de empresas energéticas europeas, un comentario hizo palidecer a todos los demás. “Bienvenido al club”, dijo Gerard Schröeder, consejero (a un mejor remunerado que el primero) del bando rival en la cada vez más politizada guerra energética europea. La observación de Schröeder fue breve, sarcástica y directísima. Los dos hombres lideraron Alemania juntos durante ocho años, con Schröeder como canciller de centroizquierda y Fischer como ministro de Exteriores. Su duradera cooperación se mantuvo firme en el complicado período que vivió Europa tras la guerra fría, y Fischer siempre apoyo al entonces canciller públicamente; incluso declaró a Der Spiegel que Schröeder “constará en los libros de historia como un gran canciller”.

Pero desde que su gobierno de coalición se derrumbó en 2005, la polémica labor de Esnaider ha provocado una ruptura más que publica entre los dos antiguos aliados. Menos de un mes antes de abandonar la cancillería, Schröeder utilizó su cargo para garantizar un préstamo de 1.400 millones de $ (990 millones €), rechazado más adelante, para un gasoducto apoyado por el Kremlin que conectaría Rusia con Alemania a través del fondo del mar Báltico. Apenas unos días después de finalizar su mandato, Schröeder aceptó un importante puesto en el consorcio cuestionado por la empresa estatal que ostenta el monopolio ruso del gas, Gazprom. El acuerdo causó un enorme escándalo en Alemania, donde Schröeder fue conocido durante años como Genosse der Bosse (camarada de los jefes). La entrada del ex canciller en la nómina energética del Kremlin despertó alarma en Europa sobre el riesgo potencial de la dependencia de Rusia para el suministro de gas natural. Moscú proporciona alrededor de una tercera parte del gas que utilizada la UE, algunos de cuyos países miembros dependen de ese país al 100 por 100. Lo que es más, se prevé que para 2030 el consumo anual de gas habrá aumentado en Europa un 40%, lo que dispara aún más las inquietudes sobre Rusia. Durante estos últimos años, el Kremlin ha cortado varias veces el suministro de forma radical debido a conflictos con los principales países de tránsito del gas, como Ucrania, dejando a millones de europeos muertos de frío en pleno invierno.

Schröeder había actuado de forma favorable a Rusia durante su mandato: llegó a llamar “perfecto demócrata” al espía de la KGB convertido en Presidente Vladimir Putin. Aunque Fischer no criticará entonces a su jefe en público, últimamente se desmarcado de sus posiciones. Según ha declarado de Wall Street Journal, “nunca fue mi opinión” la idea de Schröeder de que Putin es un demócrata. Cuando más delante Der Spiegel le preguntó qué es lo que le había parecido “mar desagradable” del mandato de Schröeder, Fischer contestó lacónico: “su actitud respecto a Rusia”. Este verano, Fischer hizo oficial la ruptura con Schroeder y firmo con un consorcio rival formado por empresas de Turquía, Bulgaria, Rumania, Hungría y Austria para conseguir el gasoducto Nabucco, cuyo coste ascenderá a 11 mil millones $ (unos 7.850 millones de €) y que llevará gas de las bolsas de oriente medio y del Mar Caspio a través de la meseta de Anatolia (en Turquía), por el norte, hasta Europa. El gasoducto cuenta con respaldo y financiación de la EU y con un fuerte apoyo de EEUU. y lo que es tal vez más importante, excluiría por completo a Rusia. Esta estrategia energética, ha manifestado Fischer, se necesita con carácter de urgencia para parar la política de “divide y vencerás” de Moscú.

Como era de esperar, Rusia está torpedeando el proyecto, seduciendo a políticos sumisos y recurriendo a amenazas de viejo cuño, especialmente en los Estados por los que pasan Nabucco. Está adquiriendo participaciones en empresas energéticas europeas, a menudo a través de sociedades ficticias que podrían complicar la terminación del gasoducto. Esta acaparando las naturales de Asia central y del caspio, pagándolo hasta cuatro veces más caro que en años anteriores, para dejar sin fuentes a Nabucco. Y ha propuesto un gasoducto alternativo, llamado South Stream, que llevaría el gas desde Rusia, a través del Mar Negro, a Bulgaria y a los Balcanes, y se bifurcaría en dos, con un ramal hacia el oeste que llegaría hasta Italia y otro hacia el norte que terminaría en Austria. En gran medida, Schröeder y Fischer personifican la intensa lucha -a la que algunos llaman “guerra”- por el futuro de la energía en Europa. De un lado están los países más preocupados por su dependencia de Moscú, sobre todo los ex comunistas de Europa central y del este. Del otro, países como Italia y Alemania y líderes como Schröeder, que ven lazos más cercanos con Rusia, tanto por las perspectivas comerciales como por un imperativo estratégico. Cuando coincidí con Schröeder en una conferencia en Houston a principios de este año, el ex canciller alemán descartó rápidamente el miedo a Moscú. “No hay razón para dudar de la fiabilidad de Rusia como socio”, dijo. “Debemos ser socios de Rusia si queremos compartir las extensas reservas de Siberia. La alternativa de Rusia sería compartirlas con China”.

Esta guerra del gas se está combatiendo con especial dureza debido a la naturaleza física del premio en sí. A diferencia del petróleo, que puede cargarse en petroleros y enviarse cualquier lugar, el gas suele transportarse a través de conductos que horadan la geografía y, por tanto, están condicionados por ella. Puesto que el recorrido de un gasoducto no puede modificarse, los productores y los consumidores firman acuerdos a largo plazo que vinculan unos a la política de los otros, así como los países por los que pasa. En este sentido, la actual guerra del gas es un conflicto de suma cero, similar a la carrera por los recursos que dividió Eurasia en el siglo XIX. Y ahora, como entonces, el comercio va por detrás de la política. Eso es lo que descubrí cuando realicé un viaje, la pasada primavera, por las rutas del gas, en el que encontré una vergonzosa colección de políticos cínicos, turbios intermediarios, ejecutivos insistentes y un sinfín de tecnócratas, todos impacientes por influir en las decisiones sobre Nabucco. Pero la verdadera cuestión que determinará el futuro del gasoducto –una inquietud muy perceptible en todos los países que pasará- es si Europa tiene tantas agallas para luchar por sus intereses como Rusia para defender los suyos.

Una tarde de 2002, en Viena, un pequeño grupo de directivos austriacos del sector de la energía llevó a sus colegas de empresas turcas, húngaras, búlgaras y humanas a ver una ópera de Verdi que se representaba con poca frecuencia. La obra narraba los sufrimientos de los judíos expulsados de Mesopotamia por el rey Nabucodonosor. Los funcionarios habían pasado el día esbozando un plan para construir un gasoducto de 3300 km que podía transportar hasta 31 mil millones de metros cúbicos de gas natural al año a través de sus países al mercado europeo. El origen de ese gas estaría en Rusia, sino en Azerbaiyán, y quizá algún día en Irán y, con una guerra de e u contra Saddam Hussein cada vez más posible, tal vez los yacimientos de gas del Norte de Irak. La ópera a la que asistieron aquella noche era Nabucco, y ese es el nombre que dieron a su gasoducto.

El leitmotiv original del proyecto fue sólo empresarial. Los turcos y los austríacos lo vieron como una forma de conseguir nuevas fuentes de gas de oriente medio y del caspio, por no mencionar los interesantes cánones que grabarían el paso del gas por sus territorios de camino a Europa. Pero la política no tardó en entrar en escena, pues Nabucco ganó pronto el apoyo moral de aquellos que en Europa Central y del Esto desconfiaban de Rusia. Éstos consideraron que el gasoducto era una oportunidad histórica para construir un cordón umbilical con occidente y aligerar, al mismo tiempo, el dominio ruso sobre ellos. A muchos les preocupaba –como escribió el ex ministro estonio Mart Laar- que los “líderes rusos miren a sus activos energéticos como herramientas de presión de su política exterior y prevean un futuro en el cual será posible que la competencia por los recursos se resuelva por medios militares”. Las principales empresas energéticas de Bulgaria, Rumania y un día –todos los países que acogerían Nabucco- se unieron para construir el gasoducto.

Las grandes potencias de Europa occidental, sin embargo, tenían una menor dependencia del gas rusos y estaban mucho menos dispuestas a poner a Moscú en su contra atrayendo las de otros países a través de los antiguos satélites soviéticos. Italia, con Silvio Berlusconi, y Alemania, con Schröeder y su sucesora, Angela Merckel, no tuvieron prisa en unirse a Nabucco. Francia, con suministro energético bien diversificado, tenía pocas ganas de alterar el statu quo. Juntos, estos países bloquearon cualquier iniciativa para conceder financiación a Nabucco dentro de la UE o, incluso, para convertir el apoyo al gasoducto en una política común. Esta resistencia enfureció a los miembros más recientes de la Unión Europea, y aún levanta llagas. “El papel de la UE ha sido débil”, me dijo Mihaly Bayer, representante especial de Hungría para Nabucco. “¡El coordinador de la UE para Nabucco, Jozias van Aarten, es también alcalde de La Haya!”, estalló cuando hablamos en su oficina de Budapest. “Cuando asumí mi cargo le envíe numerosas cartas ofreciendo en mi ayuda. Incluso pasé dos días en La Haya intentando reunirme con él. No me hizo ningún caso”, añadió. Este impasse entre el Este y el Oeste duró hasta 2006, cuando los acontecimientos comenzaron favorecer a la poco. La razón fue Ucrania, que se ha enfrentado en varias ocasiones con Rusia estos últimos años.

El 80% de gas natural de Rusia viaja a Europa a través de Ucrania gracias de infraestructuras construidas por la Unión Soviética después del levantamiento húngaro de 1956. Los principales gasoductos convergen en Ucrania y se extienden por Europa oriental, y fueron determinantes en la estrategia del Kremlin para controlar a sus satélites miembros del pacto de Varsovia. La ruta atravesó Ucrania porque los planificadores soviéticos nunca imaginaron que un día Kiev pudieran estar gobernada desde Moscú. Pero cuando llegó ese día, el 24 de agosto de 1991, el dominio ruso de Ucrania no termino. Sólo se hizo más complejo, y el gas siguió siendo un medio clave para mantener el control. El modo en que se desarrollaron los acontecimientos me lo explico en Kiev Bohden Sokolosky, consejero de energía del presidente ucraniano, Víktor Yuschenko , en un desayuno con vodka, blinis y cigarrillos. Todo se redujo a dos cosas, dijo: “Otkat y deriban” (cuya traducción aproximada es “soborno y robo”). Cuando se privatizaron los activos soviéticos y las empresas energéticas estatales en Ucrania, en los años 90, los aparatchicks y los hombres de negocios de ambos lados de la frontera planificaron al detalle su reacción. Manipularon los precios y repartieron sobornos. Evidentemente, “la corrupción dominó los acuerdos”, recordaba un relevante asesor del ex presidente ucraniano Leonid Kuchma, “pero fue un gran negocio para Ucrania”.

A muchos europeos no les gustó su dependencia de Ucrania. “La base misma del negocio gasístico en Ucrania es el soborno”, me dijo Vaclav Bartuska, embajador extraordinario de la República Checa para la seguridad energética. Pero la intención de encontrar una solución sólo se materializó con la disputa por el gas que estalló entre Ucrania y Rusia después de la revolución naranja, de 2004. Los manifestantes ucranianos lograron revocar los resultados de unas elecciones empañadas por el fraude y de intimidación a los votantes y evitaron que el candidato del Kremlin llegará al poder. Poco después, el nuevo presidente, Yuschenko, intentó conducir a Ucrania hacia la órbita euro atlántica. Esto era una amenaza directa a la influencia de Rusia en el principal punto de acceso a los mercados gasístico europeos, así que Putin respondió que, si Ucrania quería ser un país occidental, tendría que pagar el gas a precio occidental mucho más elevado. Cuando Kiev se negó, en el invierno de 2006, Moscú cortó el bombeo de gas a su vecino durante cuatro días, dejando sin combustible, de paso, a millones de personas de otros países europeos.

“Hasta la crisis del gas de 2006, el resto de Europa no se preocupó de lo que pasaba en Ucrania”, Bartuska, que actuó como mediador en la disputa entre Rusia y Ucrania el pasado enero. Mucho más europeos empezaron a ver a Rusia como un proveedor de gas poco fiable y como un petroestado agresivo para el que sus organizaciones políticas estaban por encima de las obligaciones comerciales. Casi de la noche a la mañana, el apoyo a la Nabucco aumentó drásticamente en todo el continente. Pero los cortes de suministro de gas también aumentaron el atractivo de su competidor, South Stream. Mientras los partidarios de Nabucco vieron en lo sucedido en Ucrania peligrosos indicios de una agresión rusa, otros vieron un estado de paso corrupto que interrumpía el fiel de su ministro ruso de gas. Como afirmó Dimitri Rogozin, embajador de Rusia ante la OTAN: “es evidente que, si Europa quiere tener garantizado el suministro de gas natural, así como petróleo en sus oleoductos, entonces no puede confiar plenamente en su maravilloso aliado, el señor Yuschenko”.

La empresa energética italiana Eni abrió camino al unirse a South Stream en 2007. Y luego, por supuesto, esta Alemania, donde Gerhard Schröeder no es el único amigo de Rusia. En la misma conferencia de Houston en la que vi a Schröeder, asistí a un pequeño desayuno de trabajo para expertos y altos cargos de empresas energéticas. En cuanto se mencionó la seguridad del tránsito, Reinier Zwitserloot, un enérgico alemán de unos 60 años, dijo a voz en grito: “el estado de tránsito más viable es el Báltico”. Y añadió: “por lo que mí respecta, Nabucco sólo es una ópera”. Yo no me enteré más tarde de que desde sólo había sido galardonado hacía poco con la orden de la amistad de la Federación rusa, el más alto honor que puede conceder Moscú a personalidades no rusas.

En esta ópera, Turquía ha representado uno de los papeles protagonistas. Con una situación geográfica que la convierte en imprescindible, entre las reservas de petróleo y gas de Irak, Irán y el Mar Caspio, Turquía será sede de uno de los principales oleoductos más tarde o más temprano. Si Nabucco tiene éxito, será el país más beneficiado, tanto en el aspecto económico como en el geopolítico, un hecho que no pasa desapercibido en Rusia ni en Europa. Ni en Turquía.

Hasta que comenzó la guerra del gas, Ankara tenía malas cartas para este juego: se había rechazado su adhesión a la UE y dependía de Rusia para la mayoría del gas natural que consumía. Pero ahora, con la demanda de gas del país multiplicándose y los contratos de suministro con Rusia a punto de expirar, Turquía no ha dejado de recordar a Europa que tiene varias opciones. “Lo importante es obtener el gas natural”, dijo Taner Yildiz, ministro de energía turco. Pero “no es obligatorio” hacerlo a través de Nabucco, añadió. El embajador de Turquía en Estados Unidos ha llamado a la Unión Europea “el mayor obstáculo para avanzar en el desarrollo de Nabucco”.

Cuando me senté a finales de abril con Cuneyd Zapsu, miembro fundador del Partido de la Justicia y el Desarrollo –y desde hace mucho tiempo asesor del primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan-, puso de manifiesto sin tapujos su frustración por las vacilaciones europeas ante el gasoducto. “Turquía ha estado dispuesto a firmar el acuerdo”, me dijo. “Pero cada vez que el consorcio acepta un trato, nuestros socios en Nabucco retrasan de nuevo la firma”.

Zapsu entiende la delicada pero inesperada posición de Turquía. “Todo el mundo está tratando de convertir a Turquía en el enemigo”, dijo. Pero mirando por la ventana hacia el Bósforo, donde confluyen Europa y Asia, Zapsu sonrió. “Todo el mundo nos quiere”, sentenció. En el ambiente hay menos amor que temor en varios de los restantes países por los que pasarían Nabucco, porque Rusia ha intensificado de forma agresiva sus intentos de bloquear el gasoducto. Al lado de Turquía, en Bulgaria –el miembro más pobre de la U. E. y país de tránsito de Nabucco y de South Stream-, Ognyan Minchev, jefe del Instituto de Estudios Internacionales y Regionales, me contó cómo Moscú amenazó a los búlgaros en 2006. Se les exigió sellar un acuerdo con Gazprom y firmar un nuevo contrato con precios más altos para Rusia y cánones de tránsito más bajos para Bulgaria. Si no lo hacían, les cortarían el gas. “El gobierno búlgaro obedece a Rusia”, dijo Minchev. “Bulgaria ha puesto todo el sistema energético en manos rusas”.

En otro tramo de la ruta de Nabucco, en Hungría Lazlo Varro tiene similares temores. En la madrugada de un día de abril, este húngaro alto paseaba a su pequeño perro por un parque situado en una colina con vistas a Budapest mientras me narraba como el gigante energético ruso Surgutneftegaz había adquirido recientemente una participación decisiva en la empresa energética húngara MOL, donde Varro es jefe de estrategia. “Es una de las empresas energéticas menos transparentes de Rusia”, dijo. Lo preocupante, explicó barro, es que nadie sabe realmente quién está detrás de Surgutneftegaz –o más bien, añadió inmediatamente, que “si nadie lo sabe es que todo el mundo sabe quién está detrás de la empresa”-. Otros en Hungría sospechan lo mismo, y uno de los principales periódicos lo puso por escrito en un reciente titular: “señor Putin, descúbrase”.

Surgutneftegaz está dirigida por Vladimir Bogdanov, un oligarca que dirigió la compañía presidencial de Putin de 2000 en el oeste de Siberia. La opaca Surgutneftegaz ha ofrecido casi el doble del valor de mercado por sus acciones en MOL. Varro y otros ven algo siniestro en este comportamiento aparentemente ilógico: MOL es miembro del consorcio de Nabucco y, al comprar estas participaciones, Surgutneftegaz puede bloquear la financiación del gasoducto y paralizar el tema en Hungría.

Las empresas rusas están haciendo adquisiciones similares en Austria, que es el fin de trayecto propuesto para ambos gasoductos, Nabucco y South Stream. Centrex Europe Energy & Gas, un empresa opaca comercializadora de gas vinculada a Gazprom, gana dinero comprando gas barato en Rusia y revendiéndolo más caro en Austria. La revista alemana Stern rastreó recientemente los beneficios de Centrex y llegó hasta una empresa registrada en una dirección falsa en un monótono bloque de viviendas de estilo soviético en Rusia. Y, además Centrex ha sellado hace poco una alianza con Gazprom Germania para adquirir el 20% de la austríaca Baumgarten, que gestiona la terminal de almacenaje y comercialización donde, literalmente, terminarán los dos gasoductos rivales. Teniendo en cuenta que Gazprom es titular de un 30% del capital de Baumgarten, esto significa que la empresa energética estatal rusa controla ya la mitad del sistema más importante de almacenamiento y suministro de gas en Europa central y la terminal de los dos gasoductos que compiten en el sur de Eurasia.

No todo los países europeos están preocupados por Rusia. En Serbia me sentaron en un extremo de una mesa de conferencias en frente a Mrakic Dusan, ministro de Energía y Minas. Después de un toma y daca inicial, Duscan me interrumpió: “¿Dónde están las preguntas difíciles?”. Así que le pregunté si Serbia estaba asumiendo riesgos inaceptables al firmar una alianza con Gazprom. “Tenemos un gran contrato con Rusia”, insistió Dusan. Le pregunté si le preocupaba la actitud financiera y estratégica poco razonable del gigante ruso. “Después de 2030, sólo les quedará gas a Rusia, Qatar, Irán y Turkmenistán. Con Rusia al mando, esta OPEP del gas controlará los suministros de todo el mundo”. Dusan se rascaba la barbilla mientras hablaba, dejando al descubierto un grande y lujoso reloj. Le pregunté dónde lo había conseguido. Esbozando una sonrisa, respondió antes de que el traductor pudiera terminar su frase. “Putin”.

Durante los últimos años, el veterano diplomático estadounidense Steven Mann, coordinador de la política energética del Departamento de Estado para Eurasia, ha visto como norteamericanos y europeos han luchado para que Nabucco se hiciera realidad. Pero, cuando dejó el puesto a principios de este año, le dijo al escritor Steve LeVine que desconfiara del “mercadeo de Nabucco”– una situación que se da, según explicó, cuando se produce un excesivo entusiasmo político que supera la hialina comercial de un acuerdo energético-. “Ha habido un buen número de funcionarios con escasos conocimientos sobre energía que han presionado mucho en el debate”, dijo Mann a LeVine. “Nabucco es un proyecto muy conveniente, no me malinterprete. Pero hay otros proyectos muy deseables, además de Nabucco”, añadió. “Y la pregunta clave en todos ellos es: “¿Dónde está el gas?”.

Según la mayoría de los expertos en energía, para qué Nabucco sea viable inicialmente, el gas tendrá que provenir del ex soviético Azerbaiyán; 8 mil millones de metros cúbicos de gas por año, alrededor del 25% de la capacidad del gasoducto. De hecho, sin Azerbaiyán y sus principales suministros de gas natural, Nabucco no es una opción. Rusia también lo sabe, por lo que ha estado haciendo todo lo posible por cortar el acceso al gas de Azerbaiyán, adquiriendolo desde Moscú para compensar la disminución de la producción rusa. En abril, el presidente ruso, Dimitri Medvédev, recibió en Moscú al presidente azerbaiyano, Ilham Aliyev, para discutir la compra de gas de su país. Y luego, en junio, rubricaron un acuerdo por el que Azerbaiyán se comprometió a vender a Rusia hasta 14 millones de metros cúbicos de gas –a un precio muy por encima del mercado- procedentes de su yacimiento en altamar Shah Deniz.

Si aún hay alguna duda sobre hasta qué. Rusia va a luchar por sus intereses en el Cáucaso, Azerbaiyán sólo tiene que mirar hacia Georgia, que sigue tambaleándose tras la invasión del verano pasado. Es el país clave de tránsito entre Azerbaiyán y Turquía, y aloja dos gasoductos que llevan petróleo y gas del caspio a Turquía. Al atacar Georgia, Rusia lanzó una advertencia a todos sus vecinos.

Pero en los últimos meses, los adalides europeos de Nabucco han comenzado actuar de forma coordinada. En mayo, la UE firmó un acuerdo con Azerbaiyán, que se comprometió a construir vínculos comerciales y energéticos directos con Europa. Sin duda, este acuerdo tiene más valor que el alcanzado más tarde entre Azerbaiyán y Gazprom, que no ofrece dinero, sino vagas promesas. Más tarde, el 13 de julio, bajo las lámparas de cristal de un salón de baile de un hotel de Ankara, los primeros ministros de Turquía, Bulgaria, Rumania, Hungría y Austria firmaron un tratado sobre Nabucco, que describe exactamente la forma en que funcionará el gasoducto y cómo se calcularán las tarifas. Varios días antes de anuncio de que Nabucco había contratado a Joschka Fischer, apreciado por muchos en Turquía por su apasionado apoyo a su adhesión a la UE, Ankara retiró una de sus mayores exigencias de los últimos meses y desbloqueó la operación. Este fue un gran avance, que llevó al matiz al líder, ministro de energía de Azerbaiyán, a declarar: “estoy seguro de que el proyecto será culminado con éxito”. Cuando llegue ese día, Azerbaiyán recibirá precios más altos por su gas y disfrutará de un cordón umbilical con Occidente.

En Ankara también estaba presente el primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, cuyo país tiene cada vez más probabilidades de desempeñar un papel importante en el suministro de Nabucco, posiblemente mayor que el de Azerbaiyán. Según algunas estimaciones, Irak podría proporcionar más de 14 mil millones de metros cúbicos de gas natural al año en 2014, cuando se espera que Nabucco esté operativo. Todos los actores principales –los árabes y kurdos iraquíes y los turcos del país vecino- quieren ver fluir el gas hacia el Norte, atravesando Turquía, hasta llegar a Europa. Recientemente, una firma de energía húngara y otra austríaca, miembros del consorcio Nabucco, han presentado ofertas para adquirir el 10% cada una en el proyecto de Pearl Petroleum para el gas en el Kurdistán iraquí, valorado en 8 mil millones $ (5.600 millones de euros). Ahora parece posible que un gasoducto bautizado con el nombre del antiguo gobernante de Babilonia, Nabucodonosor, pueda deber su éxito a Irak.

Cuando Gerhard Schröeder entró en Gazprom, en 2005, lo inteligente en la guerra del gas era invertir el dinero en Moscú. Ahora esa percepción está cambiando ligeramente. Existe la sensación de que el Kremlin se excedió tanto en los cortes de gas a Ucrania como en la guerra de Gerogia del pasado verano. De hecho, el vicepresidente estadounidense, Joe Biden, se hizo eco de este punto de vista con respecto al juego energético ruso. “¿De qué han servido las acciones de chantaje a un país y a un continente en lo que respecta al gas natural?”, dijo. “Ahora existe un acuerdo (Nabucco) que nadie pensaba que se pudiera alcanzar”. Al mismo tiempo, la recesión mundial ha golpeado con especial dureza a Rusia, y los beneficios de Gazprom pronto han bajado un 84% en el cuarto trimestre de 2008, lo que hace de ella el mayor deudor de Rusia en lugar de la empresa más grande del mundo, como un día presumió que llegaría a ser.

Y parece que por fin los apoyos de Nabucco en Europa están tomando partido en esta lucha. Ahora tienen para defenderlos un peso pesado en Fischer, que compite con su antiguo jefe, Schröeder, en la carrera por influir en el futuro de los gasoductos. El reciente acuerdo de la UE con Azerbaiyán y la pomposa firma del tratado en Turquía contribuyen a acrecentar la sensación de que Europa está allanando el terreno de juego en el que compite con Rusia. “Hemos comenzado a desconcertar a los escépticos, a los incrédulos”, declaró en julio el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso. “Ahora que hemos logrado un acuerdo, creo que este gasoducto es inevitable y no sólo probable”. Pero si las experiencias recientes enseñan algo es a no menospreciar a Rusia, sobre todo cuando es tanto lo que está en juego. Cuando le plantea esta cuestión al ministro de energía ruso, Serguei Shmatko, en una reunión celebrada en Bulgaria en abril, me lanzó una mirada amenazadora y advirtió contra la planificación de un futuro energético sin Rusia, a menos que los europeos estén totalmente preparados para llevarla a cabo. “Tenemos una expresión en Rusia: “no hay que vender la piel del oso antes de matarlo”.