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Consumidores y ciudadanos

  • Martes, 29 Julio 2008 @ 14:33 CEST
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Artículos A propósito de la crisis económica que viven los países industrializados y concretamente España, Josep Ramoneda, periodista, filósofo y escritor español que además dirige el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, escribe hoy en El País el artículo "La urna y la caja registradora".
La creencia de que todo es posible, la aceptación ciega de la lógica del consumismo (con los efectos psíquicos de la frustración permanente y la amenaza latente de la violencia) y la aceptación acrítica del principio de que "el trabajo hace libres" (lema totalitario, en su día) determinan el cuadro cultural sobre el que se instala la crisis. La caja registradora va camino de sustituir a las urnas en nuestras democracias. Ballard tiene razón cuando señala que "el consumismo es el recurso más importante jamás inventado para controlar a la gente" y que "el consumismo despierta un apetito que sólo el fascismo puede satisfacer".
El título del artículo me ha recordado un fragmento del informe escrito por dos ejecutivos de Électricité de France, en el que se preguntaban "¿hasta cuando el consumidor de hoy dictará su ley al ciudadano, al responsable político... y al consumidor del mañana?". La distinción entre ciudadano y consumidor no es inocente. El consumidor, el cliente, siempre tiene la razón, aunque deba sufrir mayores engaños para mantener la ficción, si todos somos principalmente consumidores, clientes del sistema, nuestra principal razón de ser es precisamente no dejar de serlo. Los no clientes, los no consumidores, no cuentan. Sin embargo, el ciudadano sí debería sentirse interpelado constantemente, por su propia responsabilidad, por la oportunidad de participar en un debate realmente democrático, no un remedo de carta de restaurante en la que no lo que no forma parte de la "especialidad de la casa" no existe.

El artículo de Ramoneda propone una crítica muy necesaria, al considerar que nunca se pone en tela de juicio un sistema económico que parece abandonado a las interpretaciones panglossianas de los designios del Dios Mercado (entendiéndose este como el resultado de cruzar el Consenso de Washington con la Economía Creativa Electrónica que propone el trasiego de capitales especulativos).

También resulta interesante su interpretación de la complicidad, de la culpa compartida de todos los actores que han participado de este fenómeno: los que compraron, los que vendieron, los que prestaron, los que lo validaron. Y de cómo no se ha podido evitarlo, porque "estamos metidos en una cultura en que en materia de dinero todo está permitido, porque se ha impulsado como motor de la economía la idea de que todo es posible, de que no hay límite, de que siempre es posible consumir más y ganar más".

Finalmente, Ramoneda deja entrever por donde iría la solución: el problema de la gobernabilidad del mundo, ¿cómo solucionar los problemas de la globalización si lo único globalizado es el dinero, y este pasa siempre delante de cualquier otra consideración?