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La pesadilla de Michael Moore

  • Sábado, 28 Agosto 2004 @ 16:38 CEST
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Artículos Extracto del libro de Michael Moore “¿Qué han hecho con mi país, tío?” (Dude, Where is my country?), Ediciones B, marzo 2.004, capítulo 3 (Pág. 99). Michael Moore es el autor de varias obras, entre otras, el documental “Fahrenheit 9/11”, galardonado con la Palma de Oro del Festival de Cine de Cannes. Tanto el libro como el documental tratan sobre el clan de los Bush, los hechos tras el 11-S y la guerra de Irak. Sin perder de vista las elecciones presidenciales de noviembre en los EE.UU., son una clara referencia contra la política desarrollada por la administración republicana en los últimos tiempos. (…) En cualquier caso volvamos al sueño principal. Era tan real que parecía sacado de Muchas Gracias, Mr. Scrooge. De repente, estaba en el futuro. Era el año 2.054 y yo cumplía cien años ese día. (…) En el sueño mi bisnieta Anne Coulter Moore me hacía una visita sorpresa. No tengo ni idea de dónde había sacado ese nombre y no me atreví a preguntárselo. Me contó que estaba preparando una exposición oral para la clase de historia y quería hacerme algunas preguntas. Pero no había luz, ella no tenía ordenador y el agua que bebía no venía en una botella. Ésta es la conversación, tal y como la recuerdo…

Anne Coulter Moore: ¡Hola, bisabuelo! Te he traído una vela. No sé por qué, pero en la ración de este mes había una de más. Pensé que a lo mejor no habría luz suficiente para la entrevista.

Michael Moore: Gracias, Annie. Cuando acabes, ¿podrías darme ese lápiz para que lo queme y me caliente un poco?

A: Lo siento, bisabuelo, pero si te lo diera no tendría con qué escribir durante el resto del año. Cuando eras joven, ¿no teníais otras cosas para escribir?

M: Sí, bolígrafos, ordenadores y maquinitas a las que hablabas y te lo escribían todo.

A: ¿Qué fue de todo eso?

M: Bueno, querida, se necesita plástico para fabricarlos.

A: Ah, sí, plástico. ¿A todo el mundo le gustaba el plástico?

M: Era una sustancia mágica, pero estaba hecha de petróleo.

A: Entiendo. Y desde que el petróleo se agotó hemos tenido que usar los lápices.

M: Exacto. Vaya, cómo echamos de menos el petróleo, ¿no?

A: ¿Cuando eras joven la gente era tan estúpida como para pensar que el petróleo no se acabaría nunca? ¿O es que no se preocupaban por nosotros?

M: Claro que nos preocupábamos por vosotros. Pero en mi época nuestros líderes juraron sobre una pila de Biblias que había petróleo de sobra y, por supuesto, quisimos creerles porque nos lo estábamos pasando en grande.

A: Entonces, cuando el petróleo empezó a agotarse y sabíais que se acercaba el final, ¿qué hicisteis?

M: Intentamos controlar la situación sometiendo a los países del mundo donde se encontraba la mayor parte del petróleo y gas natural que quedaban. Hubo muchas guerras. Para las primeras, las de Kuwait e Irak, nuestros líderes salieron con pretextos como “éste tiene armas malas” o “esa buena gente merece la libertad”. Nos gustaba esa palabra, “libertad”.
Pero las guerras nunca se libraban por esas razones. Siempre eran por el petróleo. En aquella época no llamábamos a las cosas por su nombre.
En las primeras guerras no murieron muchos de los nuestros, así que parecía que todo seguiría igual. Pero esas guerras sólo nos dieron petróleo para unos años más.

A: He oído decir que cuando naciste había tanto petróleo que, de repente, todo empezó a hacerse a base de petróleo. Y que la mayoría de esas cosas eran de usar y tirar. Hace un par de años a papá y a mamá les concedieron permisos para hurgar en el vertedero. Mamá dice que tuvieron un golpe de suerte. Encontraron unas cuantas bolsas de plástico que no se habían degradado nada. Y dentro había muchas cosas de plástico. Realmente fuisteis muy listos al guardar tan bien todas esas cosas en las bolsas.

M: Bueno, gracias, pero fue por pura casualidad. Tienes razón, hacíamos muchas cosas a partir del petróleo, que convertíamos en plástico: el tapizado de los muebles, las bolsas de la compra, los juguetes, las botellas, la ropa, los medicamentos e incluso los pañales para bebés. La lista de lo que se hacía con petróleo y sus derivados es interminable: aspirinas, cámaras de fotos, pelotas de golf, baterías de coche, alfombras, fertilizantes, gafas, champú, pegamento, ordenadores, cosméticos, detergentes, teléfonos, conservantes, balones de fútbol, insecticidas, equipaje, quitaesmalte, asiento de váter, medias, pasta de dientes, almohadas, lentillas, neumáticos, bolígrafos, cedés, zapatillas de deporte… Todo, de una manera u otra, provenía del petróleo. Dependíamos del petróleo. Bebíamos agua de una botella de plástico y luego la tirábamos. Éramos capaces de gastar varios litros de gasolina para conducir hasta una tienda y comprar un litro de leche (que también venía en una botella de plástico). Todas las Navidades tu abuela recibía regalos que eran casi todos de plástico, colocados debajo de una árbol de plástico (pero que parecía de verdad). Y, sí, es cierto que metíamos la basura en bolsas de plástico y las tirábamos.

A: ¿De dónde sacasteis la idea de quemar petróleo? ¿Por qué quemar algo que escaseaba? ¿La gente también quemaba diamantes entonces?

M: No, la gente no quemaba diamantes. Los diamantes eran preciosos. El petróleo también lo era, pero les daba igual. Lo convertíamos en gasolina, encendíamos una bujía y quemábamos litros y litros cada vez que podíamos.

A: ¿Qué se sentía cuando no se podía respirar porque el aire estaba contaminado por la quema de eso que llamas gasolina? ¿No os hacía eso pensar que quizá no se debía quemar nada que procediese del petróleo? Tal vez ese olor era la manera que la naturaleza tenía de deciros “¡no me queméis!”

M: Uf, uf, ese olor. Sí que era la forma en que la naturaleza nos decía que algo andaba mal. ¿En qué estaríamos pensando? ¿Qué estaríamos cantando?

A: ¿Qué?

M: Da igual.

A: Pero os estaba envenenado. Y en esa época no había centros de respiración como ahora. ¿Qué hacíais?

M: La gente no tenía más remedio que respirar ese aire. Eso ocasionó que millones de personas sufrieran y murieran. Nadie quería admitir que la contaminación causada por la quema de combustibles fósiles era la que nos dificultaba la respiración, así que los médicos decían que teníamos asma o alergias. Si bien para ti ir en coche es algo que se hace en los museos, en aquella época la mayoría de gente recorría todos los día treinta, cincuenta e incluso sesenta kilómetros para ir al trabajo, y detestaban las horas que pasaban encerrados en el coche. Les ponía de mal humor.

A: O sea que, mientras agotabais las valiosas reservas de petróleo, os odiabais por ello. Qué raro.

M: Eh, no he dicho que nos odiáramos. Odiábamos el tiempo que desperdiciábamos en ir al trabajo, pero mucha gente creía que valía la pena porque no querían vivir en la ciudad, donde había toda clase de gente.

A: Lo que no entiendo es que si os lo estabais pasando en grande, dando unas vueltas por ahí en coche, consumiendo petróleo, ¿por qué no se os ocurrió utilizar otro combustible antes de que se acabara el petróleo para poder seguir divirtiéndoos?

M: Los americanos hacían siempre las cosas a su manera y no querían cambiar.

A: ¿Quiénes eran los americanos?

M: Mejor hablemos de otra cosa.

A: Mi profesora de sexto nos dijo que uno de vuestros líderes creía que las “pilas de combustible de hidrógeno” sustituirían la gasolina de los coches, pero no fue así. ¡Vaya locura! Hoy cualquier chaval sabe que el hidrógeno no es fácil de conseguir. Claro que está en el agua, pero se necesita mucha energía para liberar el hidrógeno…, y era energía lo que más falta os hacía.

M: Exacto, Anne: estábamos tan pasados de vueltas por culpa del Prozac y la televisión por cable que nos creíamos todo lo que nos decían nuestros líderes. Les creíamos incluso cuando nos aseguraron que el hidrógeno sería la panacea, ¡una fuente de energía ilimitada y no contaminante que pronto sustituiría al petróleo! Nos gastamos tanto dinero en el ejército para asegurarnos de no quedarnos sin petróleo que las escuelas se caían a pedazos y la gente era cada vez más estúpida… ¡Por eso nadie se dio cuenta de que el hidrógeno ni siquiera era un combustible! La situación era tan terrible que la mayoría de los estudiantes de postgrado ni siquiera sabía qué significaba “H20”.
Las cosas se pusieron muy feas. Se nos acababa el petróleo y no había hidrógeno para los coches, así que la gente se cabreó. Pero ya era demasiado tarde. Fue entonces cuando comenzaron las muertes en cadena.

A: Lo sé: se acabó la comida.

M: En aquella época nos pareció una buena idea usar el petróleo para cultivar alimentos. Ahora resulta divertido pensar que a nadie le pasó por la cabeza que la producción alimentaria necesaria para alimentar a tanta gente no podría mantenerse durante mucho tiempo. Ésa fue, seguramente, nuestra mayor metedura de pata. Los fertilizantes, pesticidas y herbicidas artificiales, por no hablar de los tractores y la maquinaria agrícola, dependían de los combustibles fósiles.
Cuando la producción del petróleo alcanzó su nivel más alto, el precio de la comida subió a la par que el de los combustibles fósiles. Los primeros en morirse de hambre en el mundo fueron los pobres. Pero cuando la gente se percató de lo que estaba pasando arramblaron con todo lo que había en las tiendas y los almacenes, y ser rico ya no te garantizaba tener comida suficiente.
Para empeorar las cosas, cuando comenzaron las muertes en cadena la gente no podía ir a trabajar, calentar las casas ni utilizar electricidad. Algunos expertos predijeron que la producción de petróleo tocaría techo en 2.015, y se rieron de ellos…, pero estaban en lo cierto. Los precios del combustible se dispararon, pero ya era demasiado tarde para poner en marcha una transformación gradual que permitiese el uso de energías alternativas. La catástrofe estaba a la vuelta de la esquina.

(…)

A: Tengo una teoría sobre lo que ocurrió. He oído decir que a los de tu generación os encantaba pasar todo el día tumbados al sol, haciendo el vago. Creo que por eso agotasteis todo el petróleo barato, pera calentar la Tierra, eliminar el invierno y estar siempre bien morenos y guapos.

M: No, de hecho el sol nos daba mucho miedo. La mayoría trabajábamos en edificios con las ventanas cerradas herméticamente y con máquinas que filtraban y depuraban el aire y el agua. Cuando nos aventurábamos a salir al exterior nos embadurnábamos de protector solar y nos poníamos gafas de sol y sombreros para protegernos la cabeza. Pero aunque odiábamos el sol, todavía odiábamos más el frío. Todo el mundo se trasladaba a los estados cálidos, donde casi nunca nevaba, y se pasaban todo el día en casas y oficinas con aire acondicionado y se desplazaban en automóviles con aire acondicionado. Por supuesto, eso suponía un gasto mayor de gasolina, lo que calentaba aún más el planeta, por lo que la gente ponía un poco más fuerte el aire acondicionado.

A: ¿Por qué inventaron las bombas nucleares para matar a todo el mundo a la vez si ya tenían bombas de petróleo? Cuando trasformaron las bombas nucleares en centrales eléctricas, ¿no sabían que una podría estallar y destruirlo todo?

M: Hace cien años nos dijeron que la fisión nuclear produciría electricidad “tan barata que saldría casi gratis”. No fue así. E l segundo presidente Bush… ¿o fue el tercero? Bueno, desde luego no fue el cuarto presidente Bush… El caso es que uno de los malditos Bush aumentó la producción de las centrales nucleares, pero después de que un obrero contrariado llenase su camioneta de fertilizante y detergente y la estampase contra el lugar en el que trabajaba, con lo cual arrasó un pueblo cercano, se suspendió el programa de inmediato.

A: Papá dice que en tu época había más de seis mil millones de personas en el mundo. A veces me asusto e intento no pensar en toda la gente que se murió de hambre o por enfermedad. En la escuela he oído decir que ahora hay unos quinientos millones de personas en el mundo. Me parece mucho. Pero a veces me preocupa que tal vez sigan produciéndose muertes en cadena. ¿Tú qué crees?

M: No te preocupes. Las muertes en cadena se han acabado. Ahora estás a salvo. Sigue desenterrando todo ese plástico y no te pasará nada.

A: Bisabuelo, ¿cómo sobreviviste?

M: Tu bisabuela y yo estábamos en el extranjero de viaje cuando comenzaron las muertes en cadena. Sobrevivimos porque, en alguna parte de la Gran Región del Petróleo, encontramos una cueva con mucha comida, teléfonos móviles y un buzón de FedEx. Nunca había creído posible que alguien pudiera sobrevivir tanto tiempo en una cueva sin que le descubriesen. Pero nosotros lo conseguimos, al igual que quienquiera que hubiera usado la cueva antes. Lo más extraño de todo era que allí dentro había un dializador. Me decía una y otra vez “no, no es posible”…

A: Papá dice que confiaba en que la bisabuela y tú volvieseis a casa para estar todos juntos y calentitos. Aunque estoy enfadada con vosotros por haber gastado todo el petróleo sin siquiera habernos guardado una garrafa, lo mejor sería que toda la familia estuviese aquí cuando nos acurrucamos debajo del edredón familiar las noches en que la temperatura baja de los cero grados y los vecinos no pueden venir. Una vez hacía tanto frío que tuvimos que dormir con un par de animales y, aunque estábamos más calentitos, apestaba tanto que no pequé ojo. Mamá me dijo que a veces calentabais incluso el exterior para disfrutar del aire libre en mangas de camisa, tomando copas.

(…)

A: (…) ¿Quieres decir algo para terminar? La vela está a punto de apagarse.

M: Sí, cuando recuerdo esa época, me doy cuenta de que los diez años transcurridos entre 2.005 y 2.015 representaron el momento más crítico para nuestra especie. La mayoría de nosotros intentó advertir a los demás del peligro de quedarnos sin petróleo, pero casi nadie hacía caso. Había gente buena, gente que se preocupaba por los demás, pro nuestros hijos y el planeta. Luchamos, pero no lo suficiente. Las fuerzas de la codicia y el egoísmo pudieron con nosotros. Parecían empeñados en conducirnos a la extinción, y estuvieron a punto de lograrlo. Lo siento. Lo sentimos. Quizá vosotros podáis hacer mejor las cosas.


Fue justo entonces, cuando comenzaba a soltarle un sermón sensiblero, cuando me desperté del sueño bañado en un sudor frío (…). Me incorporé en la cama y entonces comprendí que se trataba de un sueño, que nunca sucedería algo tan ridículo, así que me recosté de nuevo, me arrebujé debajo de la manta eléctrica y soñé plácidamente con helado sin lactosa…


Michael Moore, “¿Qué han hecho con mi país, tío?”

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