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Rifkin, Jano y Sísifo

  • Martes, 18 Noviembre 2003 @ 14:52 CET
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Artículos Jeremy Rifkin vuelve a las andadas/andanadas con su economía del hidrógeno y posiblemente aprovechando su paso por España, para dar una conferencia en Sevilla, muy auspiciado y bajo el pomposo título "los albores de una nueva economía", vuelve a hablarnos del nuevo Bálsamo de Fierabrás: el hidrógeno. Vuelve Jeremy Rifkin a ocupar muy centrales páginas de El País del 18 de noviembre, para escribir de nuevo sobre el hidrógeno (“El rostro de Jano del hidrógeno”), nuevo y tecnológico bálsamo de Fierabrás, con que sustituir a los combustibles fósiles. El famoso autor de “la economía del hidrógeno”, puso dos puntos a este título, para poder explicar que el hidrógeno supondrá “La creación de la red energética mundial y la redistribución del poder en la Tierra”, bonito aforismo o vaselina para el supositorio que Rifkin quiere endosar al común de las gentes, como diciendo que un gas puede ser marxista, a ver si puede arrimar su ascua a la sardina de los despistados de izquierda y de ONG’s ecológicas. De momento, en lo que ha tenido mucho éxito, este abanderado del hidrógeno como fuente de salvación, es en que los gobiernos de la Unión y ahora de los EE.UU, aflojen fondos, muchas veces mil millonarios en euros o dólares, que irán, que están ya yendo, más que a redistribuir el poder en la Tierra, a fomentar laboratorios de grandes multinacionales del automóvil privado.

Como es extremadamente listo, Rifkin acepta que el hidrógeno tiene una cara oculta de desventajas. Confiesa que la inmensa mayoría del hidrógeno que se produce en el mundo sale ahora de consumir gas natural, petróleo o carbón, partiendo sus cadenas atómicas, sus moléculas; esto es, que se está vistiendo un santo, para desvestir al otro. Pero lo hace, para venir a mejor indoctrinarnos en que la solución es sacarlo del agua, con la ayuda de la electricidad, mediante la electrólisis. Y como se vuelve a dar cuenta de que la electricidad sale fundamentalmente de quemar más fósiles en las centrales térmicas o uranio en las nucleares, viene a decirnos que el futuro del mundo son los infinitos campos de células fotovoltaicas y generadores eólicos que se encargarán de ello, para crear las vastas cantidades de hidrógeno con que sustituir al petróleo.

Bonito cuento. Pero ya no es Jano, hablando de mitos griegos, sino Sísifo el que podría representar mejor esta locura, que no resiste el menor debate científico y que sólo puede prosperar en ambientes muy politizados y con intereses económicos muy concretos. Veamos. El hidrógeno es un vector energético. No está libre en la Naturaleza y ponerlo a disposición para su consumo, siempre cuesta más energía que la que luego proporciona quemándola. Como no es políticamente correcto decir que saldrá de donde ha salido hasta ahora, de los combustibles fósiles, de los que además tampoco es políticamente correcto admitir que entre ellos, el más importante, el petróleo, está llegando a su cenit de producción mundial y que a partir de ahora disminuirá irreversiblemente, pues dice que saldrá de las fuentes renovables y se queda tan ancho. Eso es, exactamente, un brindis al sol. Rifkin, calla astutamente que de cada 100 unidades de energía que se meten en esa economía, provenientes de la energía fósil o renovable, apenas llegan al consumidor final entre 30 y 40 unidades. El resto se pierde inexorablemente en las múltiples manipulaciones: electrólisis (20%), almacenamiento comprimido o licuado (entre 20 y 40%), distribución masiva por gasoductos o en depósitos (entre un 2 y un 5%), su inyección en las famosas células de combustible (un 35%) y la transformación de energía eléctrica en mecánica (de 2 a 5%), todo ello, para terminar moviendo un vehículo de dos toneladas, que va a transportar, en medio de gigantescos atascos, a un ser humano, que es autotransportable y pesa 70 kilos. Vehículo o vaca sagrada occidental, al que ni Rifkin, ni los gobiernos occidentales, ni nadie parece querer renunciar. Y lo que es peor, Rifkin calla el coste energético (no el económico) que costaría hacer los dispositivos de las energías renovables en las que piensa: algunos creemos que las células fotovoltaicas cuestan más energía (repitamos, no dinero, porque los euros y los dólares se imprimen tanto como se quiera y los combustibles, no) que la que entregarán en toda su vida útil bajo el sol. Y los generadores eólicos van por ahí también. Y Rifkin, por si fuera poco, tampoco está calculando, y eso lo hace intencionadamente, el coste energético de dos aspectos fundamentales: uno, que el hidrógeno es el gas más liviano que existe en la naturaleza y por tanto, sus átomos no se dejan atrapar con facilidad; se escapa, irremisiblemente, por los poros de las paredes metálicas mejor hechas, así que los depósitos tienen una pérdida de energía en función del tiempo. Y si está licuado a menos de 250 grados bajo cero, exige que el refrigerador del depósito esté gastando continuamente energía para mantenerlo en esa situación, comiéndose su propio contenido en poco tiempo.

El otro grave inconveniente es la energía (repitamos una vez más, no el dinero) que costaría cambiar todas las infraestructuras industriales del mundo que ahora consumen petróleo, gas y carbón, para que funcionasen consumiendo hidrógeno; por ejemplo, los mil millones de vehículos privados que existen en el mundo, las fábricas que producen los motores, o los 100 millones de tractores; las gasolineras, los oleoductos y gasoductos, etc., etc., etc.

Jano/Rifkin tiene efectivamente dos caras, pero una de ellas es dura como el cemento. En definitiva, Rifkin nos está vendiendo un pan como una hostia, que dicen en mi pueblo y está montando un circo para vestir un santo desvistiendo dos.